“Muy jovencita empecé a sentir que había muchas preguntas sin respuesta”. Nacha Guevara entendió pronto que la gran incógnita de su vida tendría que ser revelada por sus propios medios. Y lo hizo pese al “enojo terrible” de su madre, quien consideró que ir en búsqueda de la resolución de aquel dilema era “una traición espantosa”. ¿Quién era su padre?, quiso saber Nacha. O mejor dicho, ¿quién había sido desde que se fue de su casa cuando era apenas una beba de seis meses?
El primer acercamiento -según lo revela en Cómo Llegué Hasta Aquí, el ciclo especial de Infobae en la Usina del Arte- ocurrió cuando la artista tenía 25 años. Y fue negada. “Lo que él encontró mejor para decirme es que él no era mi padre, con lo cual adiós, y seguí con mi vida”, recuerda sobre aquella época marcada por el exilio, por el Di Tella. Y por una carrera brillante que le haría un guiño cuando, al regresar del exterior y radicarse nuevamente en la Argentina, realizó un espectáculo en el Teatro Coliseo de Mar del Plata.
Al igual que ella, en esa ciudad había nacido su papá. “De alguna manera todas las noches, cuando estaba haciendo la obra, mi fantasía infantil decía: ‘Esta noche va a aparecer’. Porque habían pasado tantas cosas. Su hija había pasado por toda esa experiencia tremenda, extraordinaria, y volvía”. Nacha se lo repetía: “Va a aparecer, esta noche va a aparecer. Esta noche va a aparecer”. Y no apareció.
Un lunes -jornada de descanso en el teatro- amaneció con fiebre, el síntoma claro de una dolencia del corazón... “La fiebre en general significa un enojo muy grande y una rabia muy grande. Y me di cuenta inmediatamente que era eso, que yo estaba tremendamente enojada con que ese hombre no se hubiera acercado a ver a su hija”. Hubo un llamado a su hermana: “Acompañame, porque hoy lo voy a ir a ver”. Un recorrido compartido que se dio hasta la puerta, con una invitación “muy sabia”, como la describe la cantante: “Ahora, vos sola”.
Nacha entró a “un apartamento espantoso, miserable, triste, pobre”. Y frente a ese hombre al que no había tenido a su lado en 46 años, Nacha habló. “Me enfrenté a él y le dije todo lo que tenía ganas de decirle. Me descargué de todo lo que él no había hecho. De cómo se había comportado. Todo. Él era una persona muy especial, una persona muy indiferente. Si le pasó algo con eso, nunca lo supe. No me enteré. No lo demostró”.
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Pretendiendo creer que no estaba perdido, suponiendo que todavía estaba de su lado, Nacha intentó construir con el tiempo -ese que se escurre como arena entre los dedos- un castillo de ilusión.
“Le hice hacer un curso acelerado de padre. ¿En qué consistió? Que me tuviera en upa. Tenía 46 años yo. Que me tuviera en los brazos. Que me fuera a comprar un helado. Que me llevara a la plaza. Él no tenía el menor interés en hacerlo, y a mí me importaba un carajo, yo quería que él lo hiciera. Entonces, por unos días le hice hacer de padre. De un padre con una hija chica, digamos. Y él lo hizo, ni oponiéndose ni aceptándolo, nada, como una planta. Eso fue interesante. Para mí fue interesante poder llegar a hacerlo”.
Aquel castillo se derrumbó, como lo hacen aquellos que los chicos construyen en la playa, casi de inmediato. “A los pocos días él me comunica que como yo he aparecido, él va a cambiar de nombre la casa para que yo no se la quite. O sea, un miserable, era un ser miserable. Y ahí termina la relación, porque ahí ya no hay más nada que hablar. ¿Cómo más puede ofenderte una persona? No hay, no se me ocurre ninguna otra manera”.
Nacha Guevara siguió adelante, del mismo modo que lo había hecho antes de ese reencuentro fallido. Años después, estando en España, Nacha supo que su padre había enfermado. “Estaba por morirse...”, recuerda la cantante, quien reflexiona: “La vida tiene unas curvas muy raras...”. Porque ese hombre que “abandonó varios hijos”, no solo a ella, “había adoptado un hijo al que quería y cuidaba, al cual no abandonó”. Pero en esa instancia tan vulnerable, con el destino ya marcado, “ese lo maltrataba terriblemente”.
De nuevo en Europa, aunque esta vez por trabajo, la cantante volvió a comunicarse con su padre. Como aquella vez que necesitó verlo personalmente, lo hizo a través de su hermana, quien le hizo llegar su mensaje a su papá. “(Le dije) que no permitiera maltrato de nadie, que conmigo estaba todo bien. Que si yo hubiera estado en su misma situación tal vez me hubiera comportado de la misma manera. Así que, que se fuera en paz”.
Su padre moriría poco después de haber recibido ese mensaje de su hija. “Y es algo que yo cerré. A raíz de eso puedo decir que la muerte es una liberación. Porque el día que se fue, él me liberó”.
Y entonces Nacha, finalmente encontró su respuesta.
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