Todo el mundo, literalmente, conoce a Al Pacino. Pero muy pocas personas saben con algo de certeza quién es. Durante más de cinco décadas se mantuvo en la cima de su profesión. El actor que hoy cumple 81 años mantiene una vigencia que pocos pueden ostentar guiado por su pasión, talento y ética de trabajo.
Michael Corleone, Sérpico, Tony Montana, Ricardo III, el Diablo, el malvado de Dick Tracy. Gangster, narcotraficante, policía, entrenador de fútbol americano, ladrón de bancos, agente inmobiliario, cocinero, productor discográfico asesino, un ciego medio insoportable que baila (mal) el tango y hasta cazador de nazis. Por momentos da la impresión que ningún papel es imposible para él.
Alfredo James Pacino nació el 25 de abril de 1940. Pese a su baja estatura y a su físico esmirriado siempre fue un duro (tal vez por eso su facilidad para encarnar gángsters). Esa rispidez la adquirió en su infancia en Bronx Sur. Un padre que desapareció tempranamente, un abuelo presente y protector, una madre que hacía lo que podía. Al (fredo) era díscolo. Tenía pocos amigos y muchos problemas en el colegio. En la secundario estudió actuación. En su primera representación alguien dijo que ese chico bajito era el nuevo Brando. Él pensó que sólo era una forma de decir, un halago más: todas las semanas aparecía un nuevo Brando. Además, a él no le interesaba actuar. Quería ser jugador de béisbol. Ese era su sueño.
Trabajó en locales de comida, en una farmacia, de frutero, de conserje de un edificio, de cartero, en un taller mecánico. Buscaba su camino pero nada era fácil para él. Encontró en Charlie Laughton, un maestro de actuación (no confundir con el actor Charles Laughton) un mentor que lo acompañó y domó su talento salvaje. Luego ingresó en al Actor’s Studio dónde Lee Strasberg lo terminó de moldear.
Se fue formando un nombre en el teatro off Broadway. En 1967, ya con 27 años, consiguió su primer éxito. En 1969 obtuvo el Premio Tony al mejor actor de la temporada. Las propuestas para el cine le llegaban todo el tiempo. Para antes de aceptar su primer protagónico rechazó 11 guiones. Quería un papel para él. Eligió un guión escrito por John Gregory Dunne y Joan Didion. The Panic in Needle Park en el que hacía de un heroinómano. Luego volvió a los escenarios hasta que llegó la oferta imposible de rechazar.
No le resultó fácil obtener el papel de Michael Corleone. Fue la primera opción de Francis Ford Coppola y Mario Puzo. Pero Robert Evans, el productor, no lo quería. No iba a darle el protagónico de su película multimillonaria a un desconocido. Coppola insistió. Pero los otros nombres que circulaban eran demasiado fuertes: Jack Nicholson, Warren Beatty, Ryan O’Neal, Robert Redford. Eran taquilleros, tenían prestigio y eran atractivos: tenían fans y conseguían tapas de revistas; el sueño de cualquier productor. Pero Coppola siguió insistiendo. Aducía que ninguno de los otros parecía el hijo de un italiano, ninguno podía ser un mafioso convincente. Y, en especial, ninguno tenía la potencia que él había descubierto en ese actor teatral.
Hicieron una prueba de cámara junto a Diane Keaton, la actriz que representaría a la esposa de Corleone. La prueba fue un fracaso. Se lo vio frágil, sin convicción, algo gelatinoso. Coppola se acercó y le preguntó a Al por qué se auto boicoteaba. Los directivos del estudio rechazaron al actor al ver ese casting. Mientras tanto decenas de actores se sentaban al lado de Keaton frente a cámara para buscar el papel. Hasta James Caan, al que le habían asignado el papel de Sonny Corleone, fue probado para esa parte.
Mario Puzo le retiró su apoyo a Pacino. Coppola volvió a realizar pruebas de cámara con su primera opción. Pacino se mostró más en papel, empezó a aparecer algo debajo. Su aspecto de ítalo americano, además, era innegable. Los productores creían que ya estaban tomando un enorme riesgo con el voluble Marlon Brando. Pero Coppola y su insistencia vencieron.
En el momento en que finalmente lo confirmaron en el rol, surgió otro inconveniente. Pocos días antes había firmado para actuar en otra película de gángsters (de tono más humorístico) basada en un libro del legendario periodista Jimmy Breslin. Las negociaciones fueron intensas, arduas y costosas, pero Pacino logró cancelar ese contrato (en un juego de idas y venidas, competencia, comparaciones y amistad que duró medio siglo más, quien lo reemplazó en ese proyecto fue Robert de Niro).
Y Al Pacino consiguió a lo largo de la saga una de las actuaciones definitivas del cine. Corleone se transforma, se corrompe gradualmente, se va rompiendo interiormente. Pacino nos muestra como su corazón se va petrificando, nos conduce por esa travesía inexorable hacia el mal.
Es uno de los pocos actores en ostentar la triple corona de la actuación norteamericana. Obtuvo los principales premios por sus actuaciones en cine, teatro y televisión. Oscar, Tony y Emmy. El Oscar le resultó esquivo durante casi dos décadas. Muchas nominaciones pero sin victorias hasta que en 1993 lo obtuvo por Perfume de mujer (el mismo año estuvo nominado como actor de reparto por Glengarry Glen Ross). Sin duda la Academia no eligió una de las mejores películas en las que Pacino actuó para saldar su omisión. La relación había empezado complicada cuando por El Padrino lo nominaron como actor de reparto y no como principal. Pacino lo tomó como una ofensa y no concurrió (Brando obtuvo el galardón principal).
Recién acudió en su tercera nominación consecutiva por su segunda encarnación de Corleone. En esa ceremonia, Al había tomado mucho antes de ingresar y para calmar los nervios ingirió valiums como si fueran caramelos. El resultado es obvio: apenas empezada la ceremonia no sabía dónde estaba. Junto a él estaba Jeff Bridges, nominado por su papel en una película de acción con Clint Eastwood. Pacino se presentó con formalidad. Bridges creyó que lo estaba cargando. ¿Quién no conocía a esa altura a Pacino? Al rato se volvió a dirigir a Bridges y le dijo: “Qué lástima. Ya pasó una hora y no llegaron a entregar el premio a mejor actor”. En su obnubilación creyó se habían equivocado en los tiempos y que su premio (que se llevaría Jack Lemmon) quedaría para otro momento.
Al año siguiente volvería a estar nominado por Tarde de Perros. Una interpretación memorable de un ladrón de bancos que lucha contra su orientación sexual: la escena en que, desde la vereda, grita ¡Attica, Attica! frente a la multitud de curiosos, las cámaras y los policías apuntándole es imposible imaginarla interpretada por otro actor.
Si recién en 1972, con El Padrino, Al Pacino se convirtió en una figura conocida, tres años después ya se había convertido en una leyenda. Sérpico, El Padrino II, Tarde de Perros. Uno tras otro superó desafíos actorales. Sus personajes eran intensos pero al mismo tiempo tenían vida interior. Eran tridimensionales.
Su nombre aparece en otras películas de los 70 como referencia. Ya era un ícono pese al corto recorrido. Tony Manero, el personaje de John Travolta en Fiebre de Sábado por la Noche, tiene en su cuarto el poster de Sérpico y con admiración le grita: “¡Pacino!”. En La Chica del Adiós, el personaje de Marsha Mason le dice al de Richard Dreyfuss: “Antes de El Padrino no sabía quién era Pacino” (Al Pacino cuando vio esa escena por primera vez en el cine, en medio de la oscuridad de la sala, le gritó a la pantalla: “No mientas Marsha. Si unos años antes habíamos hecho teatro juntos”).
Pese a todos estos éxitos los 70 fueron años complicados para Al Pacino. Cuando le preguntaron por qué no escribía sus memorias, explicó que sería incapaz de hacerlo. Tendría que mentir. Sobre esos diez (o doce) años de su vida recordaba bastante poco. Los excesos le pasaban factura.
Siempre fue reticente al contacto con la prensa. Su primera entrevista importante la dio recién en 1979 cuando ya era un actor consagrado. En los ’90, cuando el marketing y la promoción de los estudios tomó otra contextura, se vio obligado a hacer prensa de cada uno de sus films. Algunos de sus otros trabajos incluyen Justicia para todos, Frankie y Johnny, Fuego contra Fuego (su primer mano a mano con De Niro), Scarface (se inspiró en Roberto Mano de Piedra Durán para crear a Tony Montana), Un domingo Cualquiera y muchas más
La biografía de una actor también puede escribirse a través de los proyectos que rechazó. Atrapado sin Salida, Kramer Vs Kramer, Mujer Bonita, Lenny, All That Jazz y hasta Duro de Matar. Algunos los consideró papeles poco desafiantes para él como el del hombre con problemas psiquiátricos con el que Jack Nicholson ganó el Oscar, en otros no le interesó la historia o simplemente no llegó a un acuerdo monetario. Pero esta lista no debe leerse sólo como un catálogo de malas decisiones. Se debe tener en cuenta que al ser uno de los actores más buscados del mundo durante décadas fue considerado como primera opción en la mayoría de los proyectos.
“No actúo por dinero. Nunca lo hice. Lo hago por el desafío que me representa cada uno de esos personajes”, declaró. Por El Padrino le pagaron 35 mil dólares de los cuales sólo cobró 20 mil porque el resto se lo debió a los abogados que lo habían liberado del contrato de la otra película. Para la segunda parte le ofrecieron 150 mil dólares. Pacino rechazó el ofrecimiento. Los productores fueron subiendo la cifra. 300, 400, 700, ¡un millón de dólares! Pacino seguía firme en su negativa. Hasta que una cena de cuatro horas con Francis Ford Coppola lo terminó de convencer. “Nunca escuché a nadie con tanta pasión en mi vida. Era contagioso”, contó el actor sobre ese encuentro. A esa altura el acuerdo monetario se había transfigurado pero resultó, con el tiempo, increíblemente provechoso para el actor: 750 mil dólares más el 10 por ciento de los beneficios. El negocio de su vida.
A pesar de convertirse en una estrella de cine de manera fulminante, Pacino nunca abandonó su primera pasión, el teatro. En paralelo continuó con sus representaciones en Broadway o en teatros pequeños. Shakespeare, Wilde, David Mamet. De hecho sus películas como director giran alrededor del teatro o se basan en obras escritas para el escenario. Tal vez su mayor logro sea En Busca de Ricardo III, su documental (deforme y pasional) sobre la pieza de Shakespeare.
El teatro es su mundo. Es lo que prefiere. Se siente un equilibrista. Disfruta de la sensación de estar sin red que lo proteja de una caída. Ese juego con el abismo es lo que lo fascina. Cuando se compara con un artista lo hace con los Wallenda, la familia de equilibristas.
En los 60 mientras se hacía un nombre como actor de teatro estuvo en pareja con la actriz Jill Clayburgh. Ambos vivían con los dólares que enviaba el padre de Clayburgh. La relación se rompió luego de 5 años. Algunas de sus parejas estables fueron Diane Keaton, Tuesday Weld, Marthe Keller, Kathleen Quinlan y Lyndall Hobbs. Pero nunca se casó.
Recién en 1989, a punto de cumplir los 50 años, tuvo su primera hija con Jan Tarrant, una maestra de actores. Entre 1996 y 2003 su pareja fue la actriz Beverly D’Angelo con la que tuvo dos hijos, Anton y Olivia. Después mantuvo una larga relación con la argentina Lucila Polak. La hija de Polak, la modelo Camila Morrone que trataba a Pacino como a un padre, está en pareja con Leonardo Di Caprio. Las fotos de los cuatro comiendo, las dos súper estrellas y madre e hija, recorrieron el mundo. Pero la pareja con Polak se rompió, con discreción (como siempre en la vida privada de Pacino) en 2018. Rápidamente, se conoció que el actor estaba saliendo con una actriz y modelo israelí a la que doblaba en edad, casi 40 años de diferencia tenía con Meital Dohan. En febrero de este año los medios anunciaron la ruptura. Meital fue cruel con su ex novio: “Lo quiero mucho pero es demasiado viejo para mí y muy tacaño. Traté de superar esas dos cosas pero no pude”, declaró en las revistas del corazón.
Su compromiso con la actuación es innegociable. Lee Strasberg decía que “la mayoría de los actores interpretan a los personajes, pero Al Pacino es el único que se convierte en ellos”. David Mamet, el dramaturgo moderno preferido del actor, contó que cuando lo conoció quedó deslumbrado, nunca había visto algo similar: “Pacino nunca hace dos veces lo mismo”. En una de las escenas culminantes de El Abogado del Diablo su personaje se pone a bailar y a hacer playback de It Happened in Monterrey una canción de Frank Sinatra. No estaba en el guión, ni lo habían ensayado. Todos quedaron sorprendidos pero la cámara siguió rodando. Apenas cortaron el director supo que en el set había sucedido algo único y que esa escena iría en la película. Los productores, obligados por el talento de Pacino, debieron pagar muchos dólares para obtener los derechos de la canción.
Mientras representaba American Buffalo de David Mamet en Broadway, el coprotagonista Jimmy Hayden, un joven actor al que todos veían como el nuevo James Dean, apareció muerto por una sobredosis horas después de una función. El director, el otro actor y los productores quisieron suspender la siguiente función, la de la noche posterior. Pacino los obligó a levantar el telón con el actor suplente. No lo hizo tanto por honrar la máxima de El show debe seguir. Lo hizo porque no podía hacer otra cosa. Porque en el escenario, durante ese par de horas, tendría un refugio seguro.
Cuando a Chirstopher Nolan, que lo dirigió en Insomnia, le preguntaron por Al Pacino, él contestó: “Es mucho mejor actor de lo que la gente piensa. Y eso que la gente piensa que es el mejor actor de todos”.
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