A mediados de los ’60 la beatlemanía había golpeado cada rincón del planeta y en Gales, como en tantas otras partes, había jóvenes persiguiendo el sueño de la canción perfecta. En Swansea, Pete Ham salía de la adolescencia componiendo bellas melodías en su habitación, con un ojo especial para la compleja sensibilidad que experimentaban los cuatro de Liverpool.
Con esa melancolía introspectiva fue sumando compañeros de aventuras el bajista Ron Griffiths, el baterista Mike Gibbins y el guitarrista David Jenkins, que pronto quedó a un lado, interesado más en los bares y las chicas que en el rigor de la sala de ensayo. Su remplazo llegó de directo de la escena de Liverpool y Tom Evans le dio el acento beatle que terminó de definir la esencia y el sonido del grupo.
Se pusieron The Iveys, inspirados en una calle de su ciudad natal, como un sello para llevar su patria chica al resto del mundo. Primero, se lanzaron a la conquista del Reino Unido. Mal Evans, un allegado a Los Beatles, los descubrió en un pub y les pidió un demo que acercó a la usina creativa de Abbey Road. Era 1968 y los de Liverpool se lanzaban a la aventura del sello discográfico Apple. Le dieron play a la cinta de The Iveys y cada uno de los Fab Four levantó el pulgar en señal de aprobación. Al año siguiente publicaron Maybe tomorrow. Lejos de fracasar, el disco no tuvo el efecto esperado y los genios, con Paul McCartney en la cabeza, oficiaron de productores encubiertos.
The Iveys y la mutación en Badfinger
Nombre nuevo, vida nueva. Bautizados como Badfinger en honor al título primario del clásico beatle “With a little help from my friends”, la banda recargó entusiasmo y encaró una nueva etapa de su carrera. Macca les cedió “Come out get me”, un tema de su autoría que el grupo grabó para filme The Magic Christian, protagonizado por Peter Sellers, Brigitte Bardot y Ringo Starr. Para entonces, Griffiths había dejado la banda. Fue un golpe duro, había estado desde los comienzos pero una enfermedad y el nacimiento de su hijo lo empujaron a la salida. En su lugar ingresó Joey Molland y Evans pasó a ocuparse del bajo.
El cambio de fichas iba a ser determinante en el futuro ,pero todavía no había motivos para preocuparse. Ya tenían un nombre en la movida londinense y publicaron The Magic Christian, incluyendo el tema -y la pandereta- de McCartney se convirtió en una buena carta de presentación a ambos lados del Atlántico. Su segundo disco, No dice, era el siguiente paso necesario para confirmar todo lo bueno que se decía de ellos.
Without you, la balada maldita
En un caso de alquimia inconsciente, Pete Ham y Tom Evans estaban cada uno por su lado pergeñando a una obra maestra. El líder galés no lograba encausar una estrofa y el hombre del Liverpool sabía que tenía un gran estribillo entre manos, un clamor autobiográfico al que no terminaba de darle forma. Ambas piezas se unieron en “Without you”, una versión mucho más cruda que las posteriores. No le vieron el potencial a la canción, o no tuvieron la confianza suficiente como para lanzarla como single y quedó perdida en el último surco de la lado A del álbum.
A favor de los galeses, el single tenía toda la potencia para convertirse en un hit. “No matter what” viajó directo al top ten de los rankings y fueron considerados casi por unanimidad como los nuevos Beatles. Aunque sería más correcto decir los viejos Beatles, los que rescataban la frescura pop y el espíritu iniciático de los de Liverpool, que para ese entonces habían decretado el fin del sueño y andaban experimentando cada uno por su lado.
Mientras daban vida a Badfinger, los músicos eran testigos de esa diáspora beatle, plagada de dardos cruzados y de inquietudes musicales. Acompañaron a John Lennon en su mítico Imagine y a George Harrison en su épico triple All thing must pass y en el histórico Concierto por Bangladesh. A todo esto, a sus espaldas pasaban cosas. Algunas fortuitas, otras perfectamente calculadas.
Harry Nilsson era otro músico que daba vueltas por el mismo ambiente. Ponderado por Lennon y McCartney, amigote de Ringo y conocido como el beatle americano, había tenido relativo éxito a finales de los ‘60 con su versión de “Everybody’s taking”. En una reunión con amigos músicos, una noche de capa caída y copas en alto, sonaba de fondo el vinilo de No dice. Cuando llegó el turno de “Without you”, su atención se centró en esa melodía y ya no le importó nada de lo que pasaba alrededor.
El logo manzana en el vinilo y la perfección de la obra le hicieron creer que se trataba de otra joya de Lennon/McCartney, pero era una gema de Ham/Evans, cuyos derechos de autor costaban unas cuantas libras menos. Con producción de Paul Buckmaster, el cerebro detrás de los primeros trabajos de Elton John, le puso toda la orquestación pop que le faltaba a la original y en cuestión de meses sonaba en todas las radios de habla inglesa.
El éxito de “Without you” -Grammy a la mejor canción pop incluido- parecía la inyección que necesitaba Badfinger que había editado el correcto Straight up con dos éxitos, “Day after day” y “Baby blue”. Pero, en cambio, fue el principio del fin. Porque mientras la música y las relaciones públicas iban en alza, algo empezó a resquebrajarse en la estructura interna de la banda. Firmaron con Stan Polley, en apariencia manager y a los efectos, estafador profesional, que los llevó de Apple a Warner. Corría 1973, el mundo entero cantaba sus canciones, pero ellos no veían un peso.
Malos negocios
A medida que sus canciones sonaban en las radios y crecían en los charts, los Badfinger disfrutaban del status de estrellas de rock sin preocuparse demasiado por sus bolsillos. Vivían todos en la misma casa en Londres y no parecían interesarse en otra cosa que no sea la música. La parte de managment corría por cuenta de Stan Polley, un norteamericano que cruzó el océano dejando un prontuario atrás, pero los ingenuos y desprejuiciados jóvenes cayeron rendidos ante sus encantos.
Polley creó Badfinger Enterprises y los convenció de abandonar el sello Apple cuando recién habían editado su álbum Ass. La excusa, era alejarlos del paraguas beatle, lograr la independencia musical necesaria para la consagración definitiva y la promesa de un mejor contrato discográfico. Con estos argumentos logró que firmen con Warner, pero el motivo real y oculto, era ejercer el control absoluto de sus finanzas.
La banda arregló por tres años y seis discos que cobró el manager en concepto de adelanto. Editaron de apuro el disco Badfinger, como un segundo renacimiento, pero no era otra cosa que la competencia contra ellos mismos. Tenían dos discos en la calle, editados por dos compañías rivales, y con diferencias en las sonoridades y el estados de ánimo. Era una competencia contra ellos mismos, que lejos de potenciarlos los anuló.
Meses después grabaron un segundo álbum con Warner que cobró el manager por adelantado, titulado Wish you where here, en castellano, Desearía que estuvieras aquí. No confundir con el clásico que Pink Floyd editaría al año siguiente en homenaje a Syd Barret, el diamante perdido. La versión de Badfinger podría interpretarse a la distancia como un mensaje encubierto para el manager. O para el dinero de las ventas. O para las regalías por las canciones que sonaban en la radio. O para el contrato discográfico que acababan de firmar y que, sin saberlo, alguien hacía trizas en alguna oficina.
Al no poder localizar los fondos Warner frenó todo, retiró los discos de las bateas y demandó a Polley, que por entonces regresó a los Estados Unidos con la excusa de organizar una gira pero dispuesto a esfumarse para siempre. La historia de Badfinger quedó en pausa y Pete pudo tomar distancia de lo que había sido su carrera en la música. Tenía 27 años, había escrito algunas de las canciones más importantes de su tiempo y estaba en bancarrota.
Una noche, recibió un llamado que le contaba toda la verdad sobre Stan Polley y sus manejos. Se juntó a olvidar penas con su socio Tom, pero diez whiskies no fueron suficientes para paliar tanto dolor. A la madrugada del 27 de abril, se colgó en el garage de su casa, con una carta para su esposa y su hijastro. “Anne, te quiero. Blair, te quiero. Ya no puedo querer a todo el mundo y confiar en cualquiera. Esto es lo mejor. Pete”. En la posdata, daba indicios de su decisión. “Stan Polley es un cabrón desalmado. Me lo llevaré conmigo”. Un mes después, nacía su hija, Petera Ham.
Segundas partes nunca fueron buenas
Sin Pete Ham no hubo más Badfinger, al menos por un rato. El resto de los integrantes velaron los instrumentos y, salvo ocasionales colaboraciones, se alejaron del negocio de la música. Hacia el final de la década, los caminos de Tom y Joey volvieron a cruzarse. Grabaron un par de discos pero no lograron ponerse de acuerdo y giraron cada uno por su lado. La ruta de Badfinger tomaba la enésima bifurcación de su caótico historial y llegaron a convivir dos encarnaciones del grupo, una con Evans, a la que sumaría el baterista Gibbins; y otra con Molland, que terminó imponiéndose en un juicio por el uso del nombre
Tom Evans vio cómo su historia se parecía peligrosamente a la de su viejo socio Pete. Con la banda más en tribunales que en los escenarios, con más deudas y su situación financiera en crisis, empezó a hablar cada vez más con su amigo. No estaba claro si era un sueño, una alucinación o una señal, pero por su cabeza daba vuelta una decisión. Llamó a Molland, y le dijo lo que estaba pensando. No escribió ninguna carta y se colgó de un árbol del jardín de su casa.
Si las canciones sobreviven a los artistas, la máxima se aplica en Badfinger como en ningún otro caso. Mariah Carey, Air Supply y tantos otros más hicieron de “Without you” un himno de estadios y estados de ánimo. Como soñaba Pete Ham en su cuarto de adolescente de Swansea. Como imaginó Tom Evans desde la meca británica. A pesar de un oscuro manager, que falleció a los 87 años creyéndose que se había salido con la suya.
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