El retorno de Los Abuelos de la Nada estuvo a la altura de las circunstancias

Con Juan del Barrio en la dirección musical, la banda fundada por Miguel Abuelo en los sesenta pasó la prueba del debut anoche en el Ópera y dejó a todos con ganas de más

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El show de los "nuevos"
El show de los "nuevos" Abuelos se realizó tras un año de postergaciones debido a las restricciones sanitarias por la pandemia de coronavirus (Télam)

Dicen que las segundas partes no suelen ser buenas, pero con Los Abuelos de la Nada la regla no aplica. Es más, la “segunda parte” del grupo fue la que recuerda todo el mundo a principios de los ochenta, con Andrés Calamaro, Gustavo Bazterrica, Cachorro López, Daniel Melingo y Polo Cobrella. La banda original data de la segunda mitad de los sesenta, cuando Miguel Abuelo editó sus primeros temas como “Diana divaga” y “Tema en flu sobre el planeta”.

Juan del Barrio había sido la primera opción de la formación de Abuelo y López para el dream team a principios de los ochenta, pero el tecladista estaba desplegando sus primeras magias con Luis Alberto Spinetta en su Jade. Venía tocando profesionalmente desde los setenta, donde tuvo su primer cruce “abuelero”. En Doctor Zultano, donde hacía jazz rock, había coincidido con Pomo Lorenzo, baterista los Los Abuelos originales.

Otro que tampoco pudo sentarse en el teclado de la banda para su primer disco fue Alejandro Lerner, que estaba por lanzar su carrera solista, pero recomendó al joven Calamaro. El destino pudo juntar a Los Abuelos y a del Barrio recién en 1984, para la versión más pop de la banda que contó con dos tecladistas. Aquel sonido quedó inmortalizado en el disco en vivo en el Ópera, donde ayer volvió banda para una emotiva jornada.

La nueva encarnación de Los
La nueva encarnación de Los Abuelos de la Nada está encabezada por el tecladista Juan del Barrio y el cantante Gato Azul Peralta, hijo del recordado Miguel Abuelo (Télam)

La nueva encarnación del grupo, que reversiona sin complejos los viejos clásicos de la mano del experimentado baterista Sebastián Peyceré, también presenta las canciones en las que trabajaba Miguel antes de su muerte en 1988. Esta formación tiene toda la autoridad para hacerlo, ya que cuenta con tres cuadros de la última versión de Los Abuelos, cuando tuvo lugar la muerte del líder: del Barrio, Kubero Díaz en guitarra y Jorge Polaneur en saxo. El bajista Marcelo “Chocolate” Fogo iba a ser también de la patriada, pero lamentablemente falleció en julio a los 53 años.

“Miguel creó una marca que tiene una fórmula, que escapa hasta de su presencia. Esto permite cambios en los integrantes, dando paso a la evolución, con mucha personalidad”, señaló Fogo antes de morir. Su tesis se corroboró anoche con el desempeño del joven Alberto Perrone, que aprobó la complicadísima materia de ponerse en los zapatos de dos talentosos como Chocolate y Cachorro, en una banda donde el bajo jamás fue solamente un acompañamiento rítmico, sino también una aplanadora melódica.

Las líneas de bajo del grupo son tan representativas y maravillosas que no hay mucho lugar para jugar y hacerse el original, por lo que Perrone, quiera o no, tiene que ponerse en los zapatos de sus dos grandes predecesores. Lo hace con creces (lo digo como bajista y fan de Los Abuelos).

El show repasó los hits
El show repasó los hits de la banda y también perlitas y temas olvidados (Télam).

El que, en un acierto, evitó la imitación fue el que la tenía más complicada. Gato Azul, hijo de Miguel, fue él mismo, como cada vez que le tocó interpretar las canciones de su padre desde mediados de los noventa. Aunque nunca se cultivó como un cantante virtuoso, se supo preparar para el profesionalismo de esta nueva etapa, que no decepciona. Gato conoce su lugar, lo lleva con dignidad y orgullo, y no pretende ir donde no tendría sentido. “Torpe el hijo que reniega lo que hubo detrás”, dice una de las sabias frases de su padre. A la voz de la versión actual no le toca imitar, ni mucho menos superar, lo que no se puede. Pero no hay que subestimar el complicado rol de mantener el legado de un nombre muy pesado para la historia del rock nacional.

Aunque la actualidad dijo presente con las colaboraciones de Natalie Pérez, Benjamín Amadeo y Connie Isla, las ovaciones se las llevaron los que aportaron la nostalgia. Los más fanáticos salieron del Ópera felices. Habían visto en el escenario a los tres guitarristas de las formaciones de Los Abuelos de la Nada de los ochenta. Además de Kubero, fueron de la partida Gustavo Bazterrica y su sucesor, Gringui Herrera, que la rompió con una excelente versión de “Así es el calor”.

Otros que dijeron presente fueron Miguel Zavaleta, compañero de del Barrio en Suéter, que cantó “Chalamán” y Javier Malosetti, que se sumó para “Cosas Mías”, con unos arreglos inevitables de su talento. Calidad, como verán, a la jornada no le faltó.

También hubo novedades como “MI
También hubo novedades como “MI estrella y yo”, de Miguel Abuelo, y “Un río crucé”, de Chocolate Fogo (Télam)

Pero hay que reconocer que algo sí faltó. Todos entramos al teatro pensando que lo que nos iba a hacer falta era Miguel. Sorprendentemente no fue así. Miguel estuvo en todo momento, en cada línea de cada canción, en la banda y en el público. No fue su ausencia física lo que le aportó lo agrio al agridulce de la noche del sábado en la calle Corrientes.

Cerraron el show con Vamos al ruedo y cuando un Gato ya suelto, luego del inevitable nerviosismo de las primeras canciones, dijo: “y mis pies ya sienten ganas de bailar”, vi que los míos zapateaban frenéticamente el piso. Entre las “burbujas” con sillas vacías y las prohibiciones de levantarse del asiento o de quitarse el tapabocas para cantar como esas canciones demandan, Los Abuelos de la Nada nos dieron un poco de aire en medio de esta locura que parece eterna.

No faltó Miguel. Miguel está en todos nosotros con solamente agarrar una criolla al decir cualquiera de sus eternas frases. Parece un cliché, pero en el caso de Abuelo aplica. Faltó bailar, faltó cantar y faltó saltar. Pasamos la noche sentaditos, temerosos por el láser denunciante autoritario de los hombres de seguridad, que desplegaban una especie de frustración autoritaria de la vida. Pero valió la pena. Salimos de allí con un poco más de espíritu, esperando que, de una vez por todas, podamos volver a la normalidad. Que lo de anoche, un contacto con la buena música en vivo, sea un adelanto de lo que se viene. Para Los Abuelos y para todos nosotros.

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