El Negro González Oro le dice adiós al periodismo: “Llegó el momento de disfrutar de mis hijos”

Después de 35 años, el locutor se despide de la radio y habló con Teleshow sobre el recorrido en el medio: “Siempre logré que me escucharan tanto el dueño de la estancia como el peón”, asegura

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(Crédito: Santiago Saferstein)
(Crédito: Santiago Saferstein)

Y una tarde, Oscar González Oro decidió que había vivido suficientes emociones y puso punto final a su increíble vida ligada a la radio. Durante 35 años, su voz inconfundible fue una compañía fiel para el público de diferentes generaciones. Con El oro y el moro fue líder durante 16 años en Radio 10 y actualmente conduce La vida misma, en Radio Rivadavia, el micrófono en el que este jueves por la tarde anunció que se retira del periodismo.

El Negro, o Negrito como elige referenciarse, le dice adiós a la radio, esa casa que no imaginó de chico pero que construyó de adulto, como un vehículo para cumplir aquellos sueños de cantante. Probó con el piano, quiso ser concertista, pero quedó en el camino. “Estudié en el Conservatorio Fracassi… y fracasé”, cuenta con el humor que lo caracteriza. Pero gracias a la voz, se dio el gusto de cantarle y contarle a varias generaciones de argentinos que crecieron con él, hasta que decidió que era el momento de guardarla para los íntimos. “Hice todo lo que tenía que hacer. Fui número uno de la radio durante mucho tiempo con Daniel Hadad, me encanta el programa que hago, pero no voy a competir conmigo mismo”, afirma en diálogo con Teleshow desde Punta del Este, donde reside desde agosto pasado, y a horas de comunicarle la noticia a la audiencia.

González Oro cuenta que empezó a madurar la decisión a partir del fallecimiento de amigos muy cercanos. “En el último tiempo perdí un montón de gente que amaba y me apoyaba: Cacho Castaña, Sofía Neiman, Bartolomé Mitre, Jorge Horacio Brito. Viví un duelo enorme, pero las tomé como señales, y aprendí de eso. Decidí que no quiero morir trabajando en una radio, confiesa.

El último empujón vino casualmente de la radio, y surgió como disparador de una de las miles de entrevistas que realizó. El publicista Pachi Tramer le contó que de un día para el otro decidió largar todo y vivir para su hija. “Por esta profesión que me dio todo, y estoy totalmente agradecido, me perdí los últimos veinte años de la vida de mis hijos, Agustín y Pablo, y no quiero que pase más, sentencia, y amplía su sensación: “La radio te obliga a estar todos los días al aire, a preparar el programa, musicalizar, y quiero estar más libre de responsabilidades. Llegó el momento y creo que me lo gané”, asegura enfático del otro lado de la línea.

— ¿Consultaste con ellos la decisión?

—Sí, y hoy les comuniqué que la decisión estaba tomada. Ellos están felices, como Eduardo Feinmann, mi hermano menor de tantos años de radio, como Daniel Hadad. Siempre que tomo una decisión de este tipo, lo consulto con mi grupo más cercano, y ellos son los primeros en enterarse.

“Yo no elegí a la radio, la radio me eligió a mí”, gusta decir el Negro para definir esa suerte de flechazo, ese amor a primera vista al que hoy decide ponerle punto final. Su primera vez fue en una radio de Pinamar que funcionaba en el piso 22 de la Torre del Sol. “No había hecho radio pero sabía de música, tenía vinilos y equipos y empecé. Me hice locutor con el tiempo y me dieron el carnet en el ISER por la trayectoria. Por eso me siento un elegido, recuerda.

Pero aunque no había pasado por ningún instituto, el Negro había tenido una formación inconsciente en los grades de la radiofonía. “Escuchaba Antonio Carrizo, el tipo más culto que escuché; Héctor Larrea que me divertía mucho; Tenis de mesa con el gordo Juan Carlos Mesa, Cacho Fontana”, enumera el locutor, siempre con el dial sintonizado en la AM: “Para escuchar música prefiero elegirla yo y no que lo haga un musicalizador. La radio son voces, alguien que te habla. A mí me hablaron los maestros y yo le hablé a un montón de gente”, agradece.

Su formación escolar fue bien ecléctica. Cursó la primaria en la disciplina de un colegio católica y la secundaria en el Mariano Moreno. “Éramos todos iguales, estaba el hijo del millonario y el hijo del verdulero, y convivíamos, sin odios ni grietas”, asegura. Una vez recibido, probó suerte en la carrera de Derecho en la Universidad de Belgrano, pero tuvo que abandonar para ocuparse del negocio familiar.

Corría el año 80 cuando viajó a Londres para perfeccionar el idioma y estudiar Historia del Arte, pero la aventura duró unos pocos meses: su padre estaba enfermo y necesitaba de su ayuda para recuperarse de sus problemas con el alcohol. Oscar logró acompañarlo en su rehabilitación y volvió por un tiempo a Mendoza y tuvo un primer acercamiento al mundo radiofónico cuando empezó a pasar música en la estación Radio de Cuyo.

Todavía había una parada más antes de volver a Buenos Aires y era la mencionada emisora de Pinamar. Usted, nosotros, y la noche, se llamó el ciclo en el que probó por primera vez el contacto con la fama: fue el encargado de entrevistar al entonces presidente Carlos Menem cuando unió Olivos con Pinamar en tiempo récord piloteando una Ferrari. De allí pasó a la madrugada de del Plata donde continuó con su trabajo.

(archivo González Oro)
(archivo González Oro)

— ¿Cómo recordás aquellos primeros pasos en el aire? ¿Sentiste miedo cuando se encendió la luz de aire?

Juan Alberto Badía me dijo que se asombraba porque salía al aire como si tuviera veinte años de micrófono y había empezado dos meses atrás. Nunca tuve vergüenza, soy desenfadado, y me muestro tal cual soy, he contado mi vida al aire, cosas íntimas, hice público todo lo que pude hacer público. Soy en la vida transparente, y en la radio transparente, y siempre logré que me escucharan tanto el dueño de la estancia como el peón.

A finales de los ’90, el Negro trabajaba en Radio del Plata cuando Daniel Hadad lo convocó para Radio 10, el proyecto que se estaba gestando y que iba a marcar una era en la radiofonía argentina. “Yo estaba jugando en River y me llama Daniel para ir al Barcelona, en el que estuve en el puesto número uno durante 16 años”, reconoce el locutor, que destaca sus pasos por La Red –”donde la pasé muy bien”- y por Rivadavia “-donde me respetan y me miman”-, pero más allá de cualquier emisora y planilla de encendido, se queda con el cariño de la gente. “Lo que siempre me voy a llevar de la radio es que para todo el mundo soy el Negrito. Me pasa en mi país, me pasa en Uruguay y me pasa cuando viajo y encuentro argentinos en cualquier lugar del mundo”.

— ¿Trabajaste mucho la voz y el estilo?

Nací con esta voz, como nací morocho con ojos negros. No la trabajé, no hice cursos, sé que tengo buena voz, caudal, y la sé usar, y puedo crear un clima intimista como animarme a cantar en el estudio. Creo que en la radio canté más veces que Frank Sinatra (risas). Ahora, si hablo de la música de Julio Iglesias, de Ricardo Montaner, de Ricky Martin, con muchos de ellos con el tiempo tuve una relación de amistad, es porque escuché toda, si hablo con un escritor es porque leí su obra, hablé con José Saramago, con Fernando Savater, escritores enormes, pero me tomé el laburo de saber de qué estoy hablando. Ese es el consejo que doy siempre que me convocan de una facultad de periodismo. “No basta leer diarios y portales, tienen que ser cultos”. Yo a la edad que tengo descubrí a One Direction, me parecieron muy buenos y los paso al aire, como también puedo pasar a Mozart. Hay que nutrirse, porque a veces escucho cosas que dan vergüenza.

— ¿A quiénes ves como continuadores de tu estilo?

Eduardo Feinmann está en su mejor momento, Jonatan Viale tiene un futuro enorme si se sigue preparando; Alejandro Fantino se tomó el laburo de prepararse, estudió historia y lo utiliza para hacer su trabajo. No se trata de ser pedante, se trata de hacer periodismo.

La charla con el Negro muta en un recorrido por los 35 años de profesión. Enumera aquellos momentos que guarda en su corazón o su memoria como los grandes hitos en su vida radial. “Fui el primer periodista en entrevistar a Ingrid Betancourt, después de que fuera liberada por la guerrilla colombiana y estuvimos 40 minutos charlando al aire hasta que tuvo que cortar para encontrarse con sus hijos después de dos años. Hemos logrado a partir de una campaña intensa la liberación de la médica Hilda Molina que estaba presa en Cuba, y es el día de hoy que no puedo pisar Cuba porque voy preso. O la convocatoria a partir de una idea para repartir millones de banderas argentinas en un 25 de mayo. Veíamos cada auto de Buenos Aires con la bandera celeste y blanca y era muy emocionante”.

Estas imágenes permanecen presentes en la historia radial contemporánea. Pero hay otros que el periodista atesora en lo más hondo de su sensibilidad. “En Del Plata, por ejemplo, salían al aire los oyentes sin filtro. Un día escucho una voz particular, que me dice ‘Negrito, quiero hablar con vos’. ‘Vos sos Tita, le digo’. ‘No me interrumpas. Quiero decirte que tenés una luz especial y una voz divina. Aprovechala’. Era Tita Merello. O llamaba Sandro como cualquier oyente y charlábamos 40 minutos al aire. O venía Ricky Martin, y si no estaba primero en la lista de prensa se enojaba. Hemos hecho grandes quilombos en la radio”.

De infancias y adolescencias

Antes de todo este recorrido hubo un niño mendocino que a los once años tuvo que mudarse a Buenos Aires contra su voluntad. Mendoza permaneció en el recuerdo de la abuela María Luisa, maestra de escuela, y en el regreso de cada verano, que estiraba lo más que podía. “Chau, Negrito”, lo despedían hasta el próximo año.

La llegada a la capital no fue fácil. Venía de una ciudad llena de sol, de luz, de amigos, de niñez en bicicleta y Cerro de la Gloria, y llegó a Retiro, una estación mugrienta y gris en ese entonces que lo recibió con una llovizna otoñal. “Estaba realmente enojado y estuve seis meses casi sin hablar con mi padre”, recuerda.

Su primer domicilio porteño fue 25 de mayo y Tucumán, en un edificio antiguo. “Se la conocía como la calle de los piringundines, una especie de cabarets, las chicas me decían Negrito ya vas a venir algún día… Y algún día fui”, confiesa. Otro paseo menos comprometedor era ir a la Plaza de Mayo. “Me sentaba en las escaleras del Banco Nación y veía el cambio de guardia en la Casa Rosada. Pero lo que me fascinaba era la Retreta del Desierto: venían las cuatro bandas militares por las calles y se juntaban en la plaza a través de la música”.

Con el tiempo adquirió el pasatiempo de recorrer la ciudad. Consiguió una Guía Filcar y elegía su propia aventura en colectivo. Un día era Villa Urquiza, otro rumbeaba para el Once, otro se estiraba para Villa Devoto. Y así, entre viaje y viaje, los recuerdos del pasado confluyen con el presente, con la magia de un guión radial. “Una vuelta, en una de esas caminatas, frené y me dije ‘algún día esta ciudad me va a decir Chau, negrito, como me conocían en Mendoza por ser el nieto de María Luisa. Y lo logré”.

Un gran amor

En medio de su búsqueda profesional, conoció a Estela. Se enamoraron, se casaron, nació Agustín y todo parecía maravilloso. Pero dos años después, se terminó el amor. “Ella era la mujer que yo quería tener. La amé y creo que me amó. Pero cuando nos encontramos casados e inmediatamente con un bebé, fue como un sismo. No sé si estaba preparado en ese momento para ser papá de Agustín”, reveló alguna vez en una entrevista con Revista Viva, donde reconoció tener una buena relación con su ex mujer.

Allí también relató la historia de Pablo, su hijo del corazón. “Es el hijo de mi hermano, pero yo lo crié y me dice ‘papá'. Es mi hijo y tiene los mismos derechos que tiene Agustín. Me ocupé de él desde los 14 años y está en mi corazón como un hijo”, afirmó, y agregó que había perdido hacía tiempo el vínculo con su hermano, el padre de Pablo.

“Me hace sentir bien: sé que el día que yo no esté, se van a cuidar entre ellos. Son compañeros, se cuentan cosas que seguramente yo no sé”, revela.

El Negro asegura que le gusta “estar enamorado”, aunque confiesa que hoy no está en pareja. “¿Qué como es el amor a los 70?, ¡igual que a los 20!”, responde sin dudar.

La inesperada sorpresa que le dieron sus hijos

Según contó Oro, hace un tiempo tuvo una “noticia” que darle a sus hijos, respecto a su sexualidad. Todo ocurrió cuando estaba en pareja con Sergio. Vivía en Pilar y, como trabajaba en Capital Federal, decidió alquilar un departamento en el Museo Renault. En ese contexto, se encontró un día con sus hijos, que lo sorprendieron con su revelación.

“Ellos salían de la facultad y me llamaron para verme y tenían un guión. ‘Sos un padre genial, nos amás, nos mimás, nos malcriás y con Sergio está todo bien’”, contó el locutor invitado a Cortá por Lozano. “Lloré una hora, no sólo por la emoción, sino por sus cabezas abiertas. Son geniales, sensibles. Ellos me abrieron la puerta. Ellos abrieron el clóset, no yo, para que sea feliz, que tenga buena vida y disfrute de lo que tengo”, agregó.

El gran éxito

Pasaron los años y el nieto de María Luisa se convirtió en una de las voces más reconocibles de la radiofonía argentina. El adolescente que soñaba con ser concertista o director de piano no se arrepiente de haberse lanzado al cartel de aire en aquella emisora veraniega. “Tuve una vida hermosa. La disfruto completamente día a día, no me puedo quejar de nada y agradezco que la gente me acompaña, una cofradía de amigos que me sigan hacia donde esté.

— ¿Qué va a hacer esa cofradía una vez que no estés al aire?

—Probablemente no les va a gustar, alguno se va a enojar, pero el público es bastante lábil y todo lo que me dicen a mí se lo van a decir al otro La radio no terminó con Antonio Carrizo o el Nene Bonardo. Hay un poema de Homero que dice “Sé que mi nombre resonará en oídos queridos con la perfección de una imagen / Y también sé que a veces dejará de ser un nombre y será un par de palabras sin sentido”; y eso lo tengo grabado. Quizás, dentro de tres generaciones mi nombre va a ser palabras sin sentido, pero sé que he acompañado generaciones de hombres y mujeres que crecieron escuchándome en la radio.

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