Titanes en el Ring está plagado de mitos, leyendas y verdades que estaban a la luz, aunque se siguiera preguntando por ellas, incluso hasta el día de hoy, a 59 años del debut televisivo del mayor ciclo de catch que haya dado el país, y uno de los pioneros en explotar su nombre e imagen en artículos tan disímiles como chocolatines, carameleras y hasta un prode. Además, precursor de los PNT en la pantalla al presentar luchadores como Minerva, Dink-C o el recordado Yolanka.
Pero esta historia televisiva se inició muchos años antes de esa firma con los directivos del Canal 9 de entonces, al frente de Manuel Alba e Idelfonso Recalde, ya que Martín Karadagian, el eterno campeón y alma máter del ciclo, venía practicando catch desde 1947, para luego hacerlo en el Luna Park en forma profesional.
Nacido en 1922 en un conventillo de San Telmo, a los 8 años ya estaba en la calle trabajando como lustrabotas y comenzaba a juntar dinero para ayudar a su familia. Pero no era cualquier lustrabotas, “yo en esa época fui empresario, compraba los cajones y se los daba a unos pibes para que trabajen para mí”, recordaría en algún momento. Sin embargo, la leyenda es más interesante, claro, y en ese plano podemos descubrir que a los 8 años en realidad se encontraba en los Estados Unidos, en la ciudad de Detroit más precisamente, donde consigue el título panamericano infantil de lucha grecorromana en representación de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Y a los 12 ya obtendría el título mundial en la categoría cadetes mayores en Londres.
Al margen de las leyendas de Detroit y Londres, la historia diría que gracias a un físico marcado a fuerza de cargar medias reses mientras ayudaba a su padre Hamparzún en la carnicería, un compañero le pregunta si no le interesaba prepararse en la lucha grecorromana.
El gimnasio del Luna Park y él se encontrarían por primera vez a sus 18 años, donde las peleas de catch eran habituales. Así fue como un día se presentó ante el Hombre Montaña y Karol Nowina, el conde polaco, quienes dudaban de la capacidad de ese joven de mediana estatura para ser parte de una lucha. Sin embargo, con entrega y pasión, Martín se fue haciendo un lugar en el catch y convirtiéndose en figura de esas icónicas veladas, tres noches por semana.
El tiempo fue pasando y el interés de la gente menguando, así fue como el armenio buscó la manera en recuperar la popularidad de esta especialidad y encontró en la televisión esa pantalla que le faltaba para terminar de explotar el fenómeno, de la mano de una troupe de luchadores que aún quedan en la memoria popular, tanto por sus nombres como por sus tomas, ¿o nadie sufrió por parte de algún familiar los dedos magnéticos del Indio Comanche? ¿y el piquete de ojos clásico de Karadagian?
“Siempre se confundió que la lucha de papá con Piluso es la que lo catapulta a conseguir el contrato con Canal 9″, rememora Paulina Karadagian, “pero en realidad ese contrato ya estaba firmado, entonces para lo que se usó esa lucha fue para hacer más masivo al programa”. “Era darle una entidad y que la gente que no fuera del ámbito del Luna Park pudiera engancharse con lo que era el producto”, afirma.
Esa noche, el enfrentamiento entre el temible armenio y el ídolo de los chicos, el 12 de noviembre de 1961, fue trasmitido por Canal 9, que estrenaba el primer camión de exteriores, además de ser Pipo Mancera el maestro de ceremonias, que según aseguró a los televidentes que en el estadio se encontraban unas 40 mil personas.
Porque pese a ser reconocido como ídolo indiscutible, es necesario aclarar también que en un principio el armenio estaba del lado “de los malos”. “Siempre fue el malo que amaban odiar”, recuerda Paulina, “se hizo bueno cuando nací yo, porque decía que ‘nunca podría soportar la mirada de mi hija viéndome malo’”. Es más, cuando comenzó el ciclo en la pantalla chica, lo hizo en horario nocturno, porque era considerado un espectáculo para adultos. Con el tiempo se fueron enganchando los más chicos y su popularidad creció de forma inusitada.
Y cómo será que creció la popularidad tan rápido, que apenas pasados un par de años de su estreno, Karadagian recibiría una citación por parte de Casa Rosada para un encuentro con el Presidente de ese momento (Arturo Illia). El tiempo entre el llamado y el cruce cara a cara se hacía eterno, el ideólogo del ciclo se quemaba la cabeza tratando de entender qué es lo que habría hecho como para recibir un tirón de orejas desde el mismísimo despacho presidencial, o al menos un llamado de atención con algunos detalles a mejorar, quizás. Illia se sentó y mirándolo a los ojos le dijo: “Dígame la verdad, Martín, ¿dentro de La Momia hay una persona o es solo un muñeco?”.
Pero como se dijo en un principio, las verdades, a veces, estaban a la luz, y La Momia era una de ellas. “Lo más lindo y paradójico de ese supuesto secreto era eso”, recordaría Paulina, porque pese a que muchos se colgaron de sus vendas e intentaron sacar ventaja de ello, fueron tres reconocidos luchadores los que le dieron “vida” al personaje. Iván Kowalski era el nombre ficticio utilizado por el luchador profesional ruso nacionalizado argentino Eugenio Sdaziuk, quien desde 1962 acompañara a la troupe y entre 1965 y 1968 interpretara al vendado personaje. Tras él, el personaje fue cedido a Juan Enrique Dos Santos, quien se destacara como El Gitano Ivanoff. Incluso, él es parte de la mítica pelea en el Luna Park de la que se pueden ver fragmentos en el filme “Titanes en el ring”. A partir de 1975 y hasta el final del ciclo, La Momia sería interpretada por Juan Manuel Figueroa, quien también caracterizaría a El Olímpico. Es más, durante varios ciclos la entrada de los luchadores se hacía bajo la figura de Figueroa, entonces se llega a esa paradoja de que mientras muchos se preguntaban quién sería La Momia, ella estaba ahí, a la vista de todos.
Titanes seguía creciendo y a los altos niveles de audiencia y popularidad se sumaron los aciertos de marketing, y a principios de los ’70 explotaría con los recordados personajes en el chocolatín Jack, además del disco con las canciones de cada uno de los personajes, (¿o nadie se encuentra alguna vez cantando, por alguna razón, “Es intrépido y leal, es valiente y es genial, Caballero Rojo”, o temblaba de miedo por la música que acompañaba a La Momia?).
Yolanka sin dudas es también recordado como uno de los grandes luchadores, pero su historia fue más corta en pantalla de lo que la gente supone. La empresa láctea Kasdorf quería promocionar su yogurt, y ni lerdo ni perezoso, el armenio terminó creando un persona a medida, que gracias a su popularidad fue hasta el auspiciante del prode de Titanes, ese que los jueves o viernes se debía entregar en el comercio del barrio, con las apuestas respecto de las peleas del siguiente domingo, cuando el programa ya se emitía por la pantalla del Canal 13. Y sí, todos los chicos (y no tan chicos) de esa época recuerdan a Yolanka, pero lo que pocos seguro recuerdan es que sólo estuvo tres meses como parte del ciclo.
Porque Martín estaba en todo, su cabeza no dejaba de idear la forma de que el “mundo” que había creado siguiera creciendo. Y así, por ejemplo, casi por casualidad, fue como nació la Momia Negra. La leyenda, como siempre, es más atractiva, es esa que explica que “dueño de un sufrimiento milenario, a este esclavo negro lo obligaban a boxear. Abrumado por esta condición adversa ante sus patrones, se quitó la vida con barbitúricos y volvió a la vida momificado para vengarse”.
Pero no, pese a que Jorge Bocacci explicaba así a la tribuna cómo había llegado ese personaje, la realidad nos marcaba que fue casual. Tan casual como el hecho de que la ropa de La Momia Blanca se había lavado y había quedado del lado del revés, mostrando su color negro. Allí, al verlo, Martín entendió que una Momia Negra también sería parte. Pero ahora se sumaba otro inconveniente, quién interpretaría a La Momia boxeadora, esa que se vengaría de los tormentos sufridos en el pasado. Desde hacía tiempo uno de los históricos comentaba que tenía ganas de pasarse al bando de los malos, y qué mejor forma de hacerlo que en un modo en que no fuera reconocido para poder evitar perder el cariño de los niños. Y así fue como Rubén Peucelle se calzó ese traje. Y El Ancho fue La Momia Negra.
Además, otra de las características era el sumar personajes mitológicos o de literatura para que los más chicos se acercaran a la lectura. Por ejemplo, el caso de Don Quijote y Sancho Panza, que, sin quererlo, también ayudó a varios caballos. Porque Rocinante, según cuenta la historia, era un caballo desgarbado, puro hueso. Y la entrada de los personajes al escenario no podía ser de otra forma aseguraba Karadagian a quien quisiera escucharlo. Pero un nuevo problema tenía que enfrentar y era dónde conseguirlo, por lo que luego de algunos debates se le ocurrió rescatar un caballo de un matadero. De inmediato surgiría otro escollo: mientras mejor alimentado y cuidado estaba, menos se parecía a Rocinante. Finalmente fueron varios los caballos que se rescataron, usándose a lo largo de los ciclos.
Volviendo a la época del catch previo a Titanes. Karadagian también era dueño de una joyería en la calle Libertad, momento en que un compañero de club Macabi se lo encuentra al relojero Alberto Jaitt (sí, el padre de Natacha) y le dijo que necesitaban un empleado para el local “y así fue como lo conocí a Martín, que me comenta que mucha gente iba a molestar a la vidriera porque estaban él con el árbitro Hans Aguila y los chicos los reconocían. Así fue como empecé a ponerme una máscara roja, idea de Martín”, recordaría Jaitt, también amante de la lucha grecorromana, años después.
La primera máscara que le ponen a Jaitt fue “una media de muselina a la que le marcaron los ojos y la boca y le agregaron un cierre atrás. Esa primera era de color negro. La próxima fue roja y el personaje del Hombre de la Máscara Roja allí fue creado”. Sin embargo, tras la muerte de uno de los árbitros, Jaitt pasó a ocupar su lugar y a ser uno de los referís más reconocidos de esos primeros tiempos.
Humberto “Baby” Reynoso vivía en uno de los edificios frente al Luna Park y desde joven se cruzaba hasta el gimnasio que allí se encontraba para poder ver los gladiadores que pronto le enseñaron las técnicas del catch. En un principio, incluso antes de que el ciclo se emitiera por televisión, ya era conocido como El Araña, debido a su elasticidad. A partir de esa primera temporada en Canal 9, Reynoso pasaría a ser el Caballero Rojo, el ídolo indiscutido. Era tal su recelo por mantener oculta la identidad que entraba a los estudios de televisión o estadios con las manos en los bolsillos, como si fuera un civil más, mientras que su bolso era transportado por otra persona que ingresaba más tarde.
Los golpes y los cortes también eran un clásico también. Porque no era todo tan fácil como parecía. ¿Cómo olvidar esa jornada en que el Pibe 10 enfrentaba a Ararat y debido a una mala caída del ring, sufrió una lesión que todavía impacta al verla? Otra de esas veces, Rubén Peucelle necesitaba hielo tras luxarse el hombro. El método era fácil: al piso, con una barra apoyada. “¡Y no sabés cómo se le ponía! En carne viva…”, recordaría en su momento Juan Carlos Agostinacchio, el ayudante que fue a buscar la barra a una fábrica que quedaba cerca.
Pero no tuvo mejor idea que, en vez de intentar escabullirse, pasar entre medio del público, al costado del ring, cargando el hielo sobre un hombro. Desde el control de cámaras, Karadagian casi se muere: no entendía cómo al asistente se le ocurría pasar por ahí, quedar al descubierto. Pero en el mismo momento en que se cuestionaba esa decisión del hombre, le llamó la atención la reacción de la gente ante la escena. “Si la próxima vez que te haga pasar, la gente vuelve a reaccionar de la misma manera, te salvás”, le advirtió. Dicho y hecho.
Y una vez más volvieron a llamarlo de Casa Rosada. Otra vez un Presidente que lo llamaba; esta vez de facto, Alejandro Agustín Lanusse. Las dudas respecto de la necesidad del encuentro se disiparon rápidamente, y otra vez una pregunta que descolocaría a nuestro campeón: “¿Cuál es la razón de ser de El Hombre de la Barra de Hielo?”, lo interpelaron. Y así fue como este personaje, nacido de un descuido, se volvió popular y con una letra que recuerda ese interrogante: “El Hombre de la Barra de Hielo es un misterio, es un misterio. El Hombre de la Barra de Hielo es un misterio nacional. ¿Dónde vas con la barra de hielo? ¿A dónde vas? ¿A dónde vas?”.
Nacido en Canal 9, luego pasó por los restantes cuatro canales de aire en las diferentes temporadas y su popularidad no se circunscribió a los límites territoriales locales, ya que a mediados de los ’70 una serie de giras por América Latina dio cuenta del interés internacional por este espectáculo de lucha, con un gran recibimientos por parte del público de países como Uruguay, Panamá, Ecuador, El Salvador, Paraguay o incluso Costa Rica.
Cuentan los libros de historia que Martín Karadagian sufrió la amputación de una de sus piernas debido a su diabetes a mediados de los ’80 y murió un 27 de agosto de 1991, víctima de un edema pulmonar cuando tenía 69 años. “Se quebró una rama, pero el árbol sigue de pie”, había dicho ante ese primer escollo, y todos sabemos que aún hoy sigue en pie, presente en esa troupe que volvió hace poco más de un año al ring, la que volvió por la gloria.
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