Cuando vio el local, ese sótano arrumbado del número 10 de la Mathew Street, con paredes de ladrillos y piso desparejo, Alan Sytner supo que ahí pondría su tercer club de música. El nombre no lo tuve que pensar. Sólo lo tradujo del francés. Él replicaría en Liverpool ese club de jazz que lo había fascinado en París. Le Caveau se transformó, entonces, en The Cavern.
Abrió a principios de 1957. Y en agosto de ese año, entre otros grupos, se presentaron los Quarrymen, adolescentes de la ciudad. En el grupo estaba John Lennon y unas semanas después se incorporaría Paul McCartney. El dueño del lugar, Alan Sytner, al principio, se engañó a sí mismo, sosteniendo que el skiffle, el estilo de los Quarrymen era un derivado del jazz, por lo que no estaba traicionando su idea inicial.
En una de esas primeras actuaciones, Lennon arrancó de sorpresa con un cover de Don’t be Cruel de Elvis Presley. Sytner corrió al pie del escenario para pedirle que interrumpieran esa especie de sacrilegio. Los números no cerraban, la oferta musical no era tan nutrida y los jóvenes que se dedicaban a esa nueva música llamada rock cada día eran más y querían ser escuchados. En 1959 vendió el lugar a Ray McFall.
El nuevo propietario tenía miras más amplias. La idea de que The Cavern se dedicara sólo al jazz cambió con velocidad. Reconoció la realidad y aceptó a los grupos jóvenes que hacían otro tipo de música. Esa política de apertura fue la que consiguió que con los años The Cavern se convirtiera en un lugar clave en el germen de la escena beat inglesa.
Cuatro años después de su inauguración, el lugar recibió a un grupo que lograría inmortalizar el club. El 9 de febrero de 1961, hace sesenta años, al mediodía, en algo que se llamaban las Lunch Sessions, Las Sesiones del Almuerzo, se presentaron por primera vez los Beatles.
Paul, John, George y Pete Best. En la batería todavía no estaba Ringo, faltaba bastante para eso. Tampoco usaban esos trajes entallados con los que se hicieron famosos, ni el moptop como peinado.
Camperas de cuero y pantalones negros o jeans. El pelo un poco más largo que lo habitual y despeinado pero nada que pueda interpretarse como un look urdido. La paga era escasa: 5 libras esterlina por función. Pero a ellos no les importaba. Querían tocar, darse a conocer en su ciudad y aceptaban cada presentación que les ofrecían. Venían de tocar en Hamburgo y de incorporar centenares de horas de escenario.
Diez días después, los Beatles volvieron a tocar en The Cavern y ya se instalaron en el lugar. Por un par de años se convirtió en una especie de sede de su música y de la música joven británica.
No se conoce el número exacto de veces que tocaron en The Cavern. Pero el número se acera a las 300 (algunos dicen que fueron 292 shows).
Ese primer mediodía del día del debut, George fue detenido en la puerta. El portero no quería dejarlo pasar. Llevaba jeans y la política de admisión de la casa era muy estricta en esa cuestión. Nadie podía pasar sin respetar las normas de etiqueta del sitio. Harrison logró ingresar cuando lograron convencer que de otra manera no iban a poder tocar. La gimnasia escénica que habían adquirido en Alemania servía para que los Beatles sonaran con contundencia; no eran unos improvisados, el entendimiento entre ellos era evidente y habían desarrollado un sonido propio.
El lugar era angosto. Sobre el final, bajo el techo abovedado, casi como encajado contra la pared de ladrillos estaba el escenario breve en el que los cuatro se amontonaban. En el medio Paul. La primera línea la completaban John y George. Y bastante más atrás, casi como si se apoyaran contra la pared, Pete y su batería. La gente estaba cerca del escenario. Podían hablar con los músicos. El humo de los cigarrillos subía y se amuchaba contra el techo formando nubes que parecían sólidas. El olor era una rara mezcla de transpiración, humedad, desinfectante y las frutas podridas del mercado de la calle de enfrente.
El 9 de noviembre de 1961, en una de esas funciones del mediodía en The Cavern, entre el público había un hombre serio, con un traje elegante de tres piezas que aparentaba más edad de la que tenía. Alguien podría haber pensado que era un ejecutivo que se había equivocado de lugar para su almuerzo. Pero Brian Epstein había decidido ver en persona quienes eran los Beatles.
Había descubierto los afiches de sus actuaciones pegados en as paredes de Liverpool, leía sobre ellos en la revista Mersey Beat y algunos de sus clientes le habían hablado de esos cuatro jóvenes. Epstein tenía un local de electrodomésticos y de venta de discos, NEMS. “Quedé impactado con su música, con la manera de moverse en el escenario y su sentido del humor. Después cuando los saludé al terminar el show me sedujeron con su encanto único. Me deslumbraron”, escribió (a través de un ghost writer) tiempo después. Concurrió varias veces más y un mes después, en diciembre de 1961, les propuso ser su manager.
Freda Kelly tenía 16 años cuando abandonó el colegio. Estudió mecanografía para poder trabajar como secretaria. En el curso alguien le dijo que durante el almuerzo debía ir a The Cavern a escuchar a un cuarteto de chicos jóvenes que tocaban una música nueva, algo distinto a todo lo demás. La joven caminó la decena de cuadras que la separaban del lugar sin demasiadas expectativas. Cuando descendió al sótano y los escuchó (y los vio) quedó prendada. Empezó a ir cada vez que esos cuatro muchachos tocaban. “No era sólo la música, era todo. La forma en que se movían, la conexión entre ellos, la actitud. En esos días nadie se vestía con cuero. Los Beatles, sí”, contó Freda en el documental Good Ol Freda en la que da cuenta de sus días cerca de los Fab Four. Freda cree que los vio al menos 190 veces en The Cavern.
En una de esas noches, otro de los que concurría con asiduidad se acercó a la joven y le ofreció un trabajo. Brian Epstein creía en el potencial de la banda y les tramitó oportunidades para grabar. Para ayudarlo a manejar los asuntos del grupo contrató a esa chica que iba a todos los shows. Así Freda se convirtió en la secretaria de Epstein y en la de los Beatles. Su primer trabajo fue llevar adelante las relaciones con el club de fans y responder a las demandas del público. Cuando salió Please, Please me, el segundo simple y llegó al número uno, todo explotó. Freda vio multiplicado su trabajo. Debía lidiar con alrededor de 800 cartas diarias.
En otra velada histórica de los Beatles en The Cavern, George protagonizó otro incidente a pesar de que esa noche él no era el protagonista principal. El 19 de agosto de 1962 los Beatles se presentaron ante su público con un cambio importante. En la batería ya no estaba el carilindo pero poco rítmico Pete Best: había llegado Ringo Starr.
Las chicas clamaban por Pete. También los varones. Algunos cantaban " ¡Que se vaya Ringo! ¡Que vuelva Pete!” y hasta abuchearon la primera canción de la noche. Aunque ya había reemplazado a Pete en algunas de sus ausencias, este era el debut de Ringo en el grupo ante el público como miembro oficial.
Ringo ya tenía experiencia, hacía años que tocaba por todos lados. Sonrió y le dio más duro a los parches. Los otros tres reaccionaron de manera diferente, de acuerdo a sus personalidades. John ignoró los reclamos, hizo como si no escuchara nada de lo que pasaba. Paul se mostró amable e intentó hacerse entender, tratando de conciliar con los fans enojados. George, por su parte, deslizó varias ironías a lo largo del show.
Las discusiones seguían y cada vez el nivel de tensión era mayor. En el momento en que bajaron del escenario y recorrían el pasillo para ir a los precarios camarines, George quiso hacer entrar en razones a uno de los fans más alterados. Sus argumentos sarcásticos fueron respondidos con un contundente cabezazo que lo derribó y le dejó un ojo negro. El debut de Ringo no era demasiado promisorio. Algunos hasta se preguntaron si la buena estrella de los Beatles se había terminado, si con este cambio poco popular su ascenso se había detenido de manera definitiva.
El 3 de agosto de 1963, cuando faltaban pocos shows para llegar a los 300, los Beatles tocaron por última vez en The Cavern. Ya eran una sensación en Inglaterra. Hacía un mes habían grabado She Loves You. Ahora cobraban 300 libras por show y mucha gente se quedaba fuera de la sala.
Brian Epstein limitó la cantidad de público. Sólo podían entrar quinientos espectadores que estaban abarrotados pero los dueños hubieran metido más de no haber sido por la restricción del manager que temía por la seguridad de su banda.
El programa empezaba a las 6.30 pm y terminaba a medianoche. Antes del número principal tocaban otros grupos: The Escorts, The Merseybeats, The Road Runners, Johnny Ringo and the Colts, and Faron’s Flamingos. Nadie sabía en ese momento que ese sería el show final de los Beatles en The Cavern, pero en todos convivía la sensación de que ese sitio ya les quedaba muy chico. Faltaban apenas seis meses para que viajaran a Estados Unidos y explotara la Beatlemanía. Ya nada sería igual ni para ellos ni para el resto del mundo.
The Cavern cambió de dueño en varias oportunidades. En 1973 fue cerrado. Los almacenes de los que el local musical era el sótano fueron expropiados por la empresa que manejaba los subtes de la ciudad para construir un sistema de ventilación e instalaciones secundarias. Parte de la propiedad fue demolida a tal efecto pero la obra nunca se llevó a cabo. Pasados unos años se rehabilitó como un garage.
En 1982 se intentó reabrir The Cavern. Pero al realizar las primeras excavaciones se comprobó que la demolición había afectado de manera irreversible algunas estructuras. El plan que se montó fue muy original. Se extrajeron 5 mil ladrillos originales y se los puso en venta a 5 libras cada uno. Se agotaron en pocos días. Eran ladrillos que habían presenciado los primeros pasos de los Beatles. Otros 15 mil fueron reutilizados en la reconstrucción del lugar. Ese que los turistas visitaron en las últimas décadas es un sitio nuevo que ocupa un 70 % de la construcción original.
En 1999, Paul McCartney volvió a tocar en The Cavern como parte del lanzamiento de Run Devil Run.
La pandemia también afectó a este sitio histórico. Los dueños no pueden afrontar los gastos y están pensando seriamente en cerrarlo. En estos meses despidieron a la mitad de su personal, 20 personas. Los ahorros que habían previsto para afrontar malas épocas se están agotando. Los dueños pidieron ayuda a la ciudad de Liverpool alegando que el club es una de las mayores atracciones turísticas de la ciudad. Hace unos meses hicieron público un pedido de ayuda. Es posible que The Cavern -esta versión remozada- deba cerrar sus puertas, aunque desde septiembre la actividad se reanudó lentamente.
El lugar de peregrinaje al que acuden cientos de miles de fanáticos de los Beatles por año tal vez deje de existir.
A pesar de eso, siempre se sabrá lo que significó The Cavern para la cultura popular moderna y, en especial, para nuestra educación sentimental.
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