Se define como “un viejito que estuvo muchos años en la televisión”, pero aclara: “No en los medios”. Eduardo Metzger hace la salvedad porque nunca trabajó en la radio. Pasó prácticamente por todos los canales, pero fundamentalmente nació en Canal 9, para criarse y crecer en Canal 13.
Entrerriano de 77 años, padre de siete hijos, llegó a la Capital como estudiante de Derecho sin imaginar que su futuro estaría en la comunicación. Su primer trabajo como productor fue en el programa Domingos para la ciudad. Mónica presenta y El espejo están entre los productos más destacados de su carrera. Fue, además, el fundador de la primera productora integral de contenidos del país, que estuvo a cargo de la campaña presidencial de Raúl Alfonsín.
Hoy, alejado de la tevé, Merzger recibe a Teleshow en su casa de Hurlingham, donde se respira un profundo clima de producción. En una charla distendida, el creador de la dupla de Mónica Cahen D’Anvers y César Mascetti afirma que al periodismo actual le falta rigor y exigencia editorial, y asegura que ser productor no se trata de comprar una lata y venderla.
Sus inicios
—¿Cómo llegó trabajar en la televisión?
—De manera no casual, pero casual. Yo trabajaba en la asesoría jurídica de la Embajada de Francia, era un estudiante de Abogacía adelantado, y tenía, para ser un estudiante, un sueldo muy bueno. Un día conocí al abogado Gonzalo Mari en una reunión social, me comenta que había entrado a trabajar en Canal 9, y que Alejandro Romay lo había contratado porque tenía un lío con la asesoría jurídica del canal. Me preguntó: “¿No querés venir a trabajar conmigo?”. Me agarró en el momento justo, y acepté. Me fui a laburar a la asesoría, pero ganando la cuarta parte de lo que ganaba. Empecé a trabajar ahí, pero ni siquiera físicamente estaba en el canal, y me empecé a dedicar a trabajar con los contratos. Romay me conoce un día por una gestión que tuve que hacerle con algo particular para él, y me ofreció que fuera a trabajar al departamento de contrataciones del canal. La oferta, económicamente, me convenía. Y no lo dudé.
—¿Le cambió algo ir a trabajar al canal?
—A mí me seguía interesando mi carrera de Abogacía, no tenía ni siquiera los deseos de ir a los estudios a ver cómo grababan, nada. Pero un día Romay me dice: “Vos sos muy creativo, tenés que ser productor”. “No -le digo-, voy a ser abogado”. Y él me responde: “Mirá, abogados hay muchos; productores buenos y creativos no hay”. Y ahí mismo me dijo: “Lo que creo es que vos no te animás al desafío”. Me pinchó en el lugar que más me dolía y así fue cómo empecé a producir. Debo ser un caso medio raro en la televisión, porque no digo que sea el único, pero casi: fui productor sin ser asistente de producción ni nada…
—¿En qué programa debutó como productor?
—En un programa de Gerardo Sofovich que se llamaba Domingos de mi ciudad, anterior a Feliz Domingo. Lo conducía Orlando Marconi y duraba 11 horas.
—Una vez inmerso en la producción, ¿no se le ocurrió estudiar Periodismo?
—No, no estudié nada, pero me gustaba, tenía inquietud. Y después empecé a producir Sábados continuados, y ahí sí ya hacía una tarea más periodística. Hasta que un día me enojé con Romay porque me cambió una cosa del programa del sábado y estuve mal; le dije algunas cosas fuertes y no volví más.
—¿Y cómo siguió su carrera?
—De ahí desembarqué en Canal 13 y produje el programa Mónica presenta. El canal empezó a ganar ese horario, y ahí me fue bien. Fue un espaldarazo para mí. Me quedé en el canal hasta el año 79, cuando me sacaron los militares.
—¿Cómo continuó?
—Fue todo muy causal. Un amigo, Pepe (José Fernández Racca), se entera de que yo estaba fuera del 13 y me invita a almorzar. Tenía unas oficinas ahí, por el centro. “Che, ¿qué pasó?”. Y le conté. “¿Y qué vas a hacer?”, me pregunta. Y le digo: “Mirá, creo que voy a ir a Brasil por un tiempo, para hacer una asesoría a la gente de O Globo”. “¿Por qué no te quedás y hacemos algo acá...?”. Y yo le respondí: “¿Sabés lo que pasa, Pepe? Yo soy productor, y para hacer producción se necesitan recursos, yo no soy un productor que voy a comprar una lata en México, una telenovela, y la voy a vender acá y ganar plata. Eso para mí no es producir, es un negocio”. “No, no, pero vamos a producir”, me decía. “Pero necesita mucha inversión esto”, le respondí. “¿Y cuánto?”. Yo no tenía ni la menor idea, y ya me ponía en una situación bastante incómoda. “Fijate que estamos a fines del 79 -le dije, como para que se terminara la conversación-, para hacer algo tendríamos que tener estudios, móvil...”. “Bueno, ¿y cuánto saldría eso?”, me dice. Yo no tenía una cifra para dar, pero le digo: “Un millón de dólares”, para que me diga: “Bueno, no, gracias, andate a Brasil”. “Bueno, yo te doy el millón de dólares…”, me dice. Y así armamos la primera productora propia con fierros, compramos móviles de Estados Unidos nuevos, hicimos unos estudios en la calle Colonia, en Parque Patricios.
Ahora, Alfonsín
—¿Cómo llegó a trabajar en la campaña de Raúl Alfonsín?
—Como era el único que tenía fierros propios, además de los canales, un día vino un amigo político, Rafael Pascual, y me dijo que se venía una apertura de la política y que el radicalismo hacía su primera reunión en el Comité de Capital, que venían de todo el país, y si yo le podía grabar esta reunión. Le respondí que sí, que por supuesto… Fui y grabé. Eran dos días, prácticamente, de discusión. Estaban las distintas líneas del radicalismo: la línea balbinista y el alfosinismo, que empezaba a surgir. Ahí lo conocí a Alfonsín. Y la verdad que me gustó mucho lo que decía en ese momento. Ese día le pregunté: “¿Se va a presentar?”. “Sí, me voy a presentar a una interna”. “Bueno, yo lo voy a ayudar”, le respondí, y puse a su disposición todo lo que tenía. Grabé todo lo que hizo Alfonsín: los cortos, los actos; todo lo hicimos mi equipo y yo. Todo, hasta lo último que grabó antes de morir, pocos días antes, un discurso suyo para un acto que se hizo en el Luna Park. Estaba muy mal, pobre. Y ahí me hice amigo.
Producción y periodismo, ayer y hoy
—¿Cuál considera que fue su mayor logro como productor?
—Creo que lo más recordable que hice fue El espejo, porque fue un programa que marcó un quiebre en la televisión respecto de la idea de comunicación: unió al país, ese era el gran logro. Iba en vivo. Estábamos saliendo desde las Cataratas del Iguazú y conectábamos a alguien allí con otro que estaba en Ushuaia o en Buenos Aires. Eso hizo que para mí fuera un programa realmente muy importante. Y si hablamos de rating, Mónica presenta fue insuperable: calculá que es el programa periodístico de mayor rating de la historia de la televisión argentina.
—¿Cuál es la diferencia entre el productor actual y el de su época?
—Con mi experiencia yo no te podría decir cuál es la diferencia, porque yo estoy alejado de los medios, no sé cuál es el rigor con el que trabajan los productores hoy en día. Sí veo el producto que sale al aire, y me doy cuenta de que no hay demasiada exigencia, no hay demasiado rigor, no hay demasiado pudor, quizá también porque se ponen barbaridades al aire que nosotros no hubiéramos puesto. Podríamos haber cometido muchos errores, pero no porque no nos importara o nos diera lo mismo, “y total ponelo nomás y si es cierto es cierto, y si no es cierto no importa”, eso no existía en mi época.
—¿Cómo ve al periodismo hoy?
—Lo veo con poco rigor, con mucha improvisación. Pero además, ¿por qué pasa esto? Creo que hay una explicación. Primero, los tiempos que cambian: no creo que la gente de ahora sea menos exigente, pero por ahí es más tolerante con lo que vos le estás presentando. Segundo, porque en nuestra época el embudo terminaba siempre en tres bocas o cuatro bocas, y hoy hay montones de canales, montones de señales. Entonces, para abastecer esa cantidad de profesionales, tenés que ver profesionales de primer nivel, de segundo, de cuarta, de quinta; hay de todo. Falta mucho rigor, falta mucha exigencia editorial, por decirlo de alguna manera. Y esta grieta nos ha complicado mucho porque todo pasa por ahí: no importa si es verdad o no es verdad, lo que importa es si aporta a lo que yo creo o no aporta.
—¿Qué opina de los periodistas militantes?
—Siempre hubo periodismo militante. Ahora es obvia la cosa, antes era más disimulado. Es lógico: los periodistas son seres humanos y piensan, y tiene ideas y demás, y tratan muchas veces de filtrarse. Pero ahora ya no se filtran las ideas: se tiran directamente al mejor postor.
Hoy se ponen barbaridades al aire “y total ponélo nomás y si es cierto es cierto, y sino es cierto no importa”, eso no existía en mi época
—A su criterio cuál, ¿es el periodista más respetado en la actualidad?
—No sé.
—Usted produjo el exitoso programa Desayuno, conducido por Víctor Hugo Morales. ¿Cómo lo ve hoy a él?
—A Víctor Hugo quiero definírtelo claramente. La idea no es que me defraudó sino que me desilusionó, porque yo tenía mucha fe en Víctor Hugo: creo que era un tipo distinto al que es ahora. Por ahí alguna de las dos facetas o las dos caras de su vida es real. Me desilusionó, porque teniendo esa postura, hoy tiene una postura totalmente contraria. Calcula que él empieza a trabajar en la televisión argentina en El espejo: él era un relator de fútbol, y cuando yo empiezo el programa necesitaba un conductor. A mí se me ocurrió llamarlo a él. Como Luis Chela, que era mi brazo derecho, estaba muy ligado a lo que era el deporte y demás, y yo no lo conocía, solo había escuchado relatar, le digo: “Llamalo a este. Vamos a hablar con él”. Él relataba fútbol y nosotros hacíamos un programa a las dos de la tarde para un público básicamente femenino y bastante mayor. Parecía una locura. Pero me gustó. No sé... Esas cosas que también debe tener un productor: un poco de intuición. Penssé que él podía hacer bien el programa y vino a hablar conmigo.
—¿Cómo fue esa primera reunión?
—Él siempre fue muy directo: “Mire, a mí me trajo a la Argentina Moyano para la radio, y me está pidiendo que haga programas de televisión también, así que lo que usted me va a proponer tiene que ser tan bueno para mí que me permita decirle a Moyano que voy a hacer un programa con usted, y no con él”. Entonces le cuento la idea de El espejo, y cuando terminé de hablar, me dijo: “Lo hago”. “Bueno, pero todavía tenemos que arreglar las condiciones económicas”, le digo. “No me importa -me respondió-, me gusta la idea y yo sé que usted me va a pagar bien”. Conmigo trabajaba muy bien. Perdimos el programa en Canal 7 por mí, por supuesto, yo era el responsable del programa, pero porque avalaba las posiciones de Víctor Hugo, como por ejemplo con el tema de las pasteras, que irritaba mucho al Gobierno. Y ahí fue cuando me llamaron y me dijeron que lo sacara, que (Néstor) Kirchner no lo quería, y yo les decía no lo iba a sacar…
—¿Cómo se manejaba con ese tipo de llamados?
—Creo que lo manejé bien en el sentido de que nunca me dejé atropellar por esas cosas. Siempre equilibrado. Nadie puede decir que siendo yo amigo de Alfonsín, mis programas eran alfonsinistas. Es más: Alfonsín era un columnista de Desayuno, pero también lo era (Eduardo) Duhalde.
—En la actualidad, ¿con qué canales se informa?
—Veo TN, A24. Veo C5N porque quiero saber lo que opinan. Veo de todo un poco, no tengo uno en particular. A la noche, por ejemplo, veo Animales: me gusta (Luis) Novaresio porque es muy buen entrevistador. A veces me importa lo que opina el conductor, si sabe entrevistar, si sabe sacar, al que está con él, sus opiniones, sus posiciones, etcétera. Eso es lo que veo más.
—¿Quién falta en la televisión?
—Faltan periodistas que tengan rigurosidad, seriedad, posiciones claras, pero no políticas claras, digamos, de maneras de ver las situaciones. Eso es lo que creo que se necesita.
—¿No considera que sutilmente la televisión esta expulsando a los periodistas mayores?
—Sí. Y lo veo como un error. A veces pasa con los presentadores, que son un poco los que llevan el ritmo de un programa: es lindo ver caras un poco más jóvenes, más vitales, pero los que editorializan deben ser personas con experiencia. Eso pasa en todos lados. En Estados Unidos hay muchos periodistas grandes que siguen trabajando, y la gente primero los conoce, los sigue, y a veces es difícil posicionar una persona con poca experiencia cuando se está dando tanta opinión. Una de las fallas de los noticieros es que hay demasiada opinión y poca información. Cualquiera opina, todo se editorializa: para hacer una pregunta te están dando ya, de manera implícita, una respuesta a la misma pregunta. No sacan al entrevistado, sino que le incorporan conceptos al entrevistado y, por supuesto, al televidente. Ese es un error que se comete en la actualidad.
—¿Por qué piensa que hoy no está usted en los medios?
—Pienso que por mí mismo. Porque no estoy golpeando puertas, seguramente: si hubiera golpeado más puertas podría estar haciendo algo, porque ideas me siguen sobrando, y yo trabajo en eso, en ideas nuevas, Seguramente no estoy porque tengo un poquito de pudor, o de orgullo; uno siempre tiene un poco de orgullo. Bueno, si no me llaman… A mí me tendrían que llamar si quieren que vaya. Creo que podría aportar mucho.
—¿Hoy los periodistas se sienten más protagonistas que la propia noticia?
—Hay muchos, sin duda. ¿Por qué? Porque no dan la noticia, sino que empiezan a opinar, y por lo general opinan equivocadamente, porque otro de los grandes problemas es el último momento, la exclusiva, todo eso es una mentira absoluta. “Último momento” y no tenés nada. ¿Qué último momento? Es como el pastor mentiroso.
—¿Cómo ve a su hija, Dominique Metzger, conduciendo?
—La veo muy bien. Mirá lo que te digo: he sido más crítico con Dominique antes que ahora. Creo que ha encontrado un camino, creo que tiene un capital que, te voy a ser sincero, no lo vi y lo veo ahora, que es la empatía que despierta en la gente. Alguien que comunica y que da información debe ser creíble, primero empatizar y segundo debe ser creíble. Y a ella la veo muy creíble.
La realidad
—¿Cómo ve a la Argentina?
—Muy complicada. Creo que nosotros no tenemos gobernantes a la altura de lo que necesita un país como este, que quiere desarrollarse. Ese es el gran problema: no hay líderes, no hay estadistas. Y voy a ser recurrente: no hay un Alfonsín.
—¿Cómo lo ve a Alberto Fernández como Presidente?
—Alberto creo que perdió una gran oportunidad porque todos, y eso le pasó a Macri también, llegan en un momento con un índice de aceptación total y se creen los dueños. La política en Argentina es de la confrontación, no del consenso, y vos, cuando tenés los problemas que tiene este país, que son gravísimos, tenés que buscar consensuar. No es una cuestión de ideologías, son cuestiones de necesidad para el mantenimiento de la República, y yo creo que estamos arriesgando perder a la República, porque avasallar un poder a otro es malo para cualquier país, no solo para nosotros.
—¿Le sorprendió que Cristina Kirchner haya vuelto al poder?
—No, no me sorprendió... Y no te digo que yo firmaba que volvía, pero no había muchas bolillas en ese bolillero. Ese es el otro problema: no hay un recambio. Entonces volvemos a lo mismo. Sabemos lo que nos ha pasado.
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