Batman había aparecido once números antes, en la edición 27 de la revista Detective Comics. El personaje fue un éxito inmediato. Un superhéroe sin súper poderes. Un justiciero con un lado oscuro, con dos caras. No se permite usar armas de fuego (nos enteraremos después que por el recuerdo a lo sucedido con sus padres), ni asesinar. Pero sí puede hacer daño y desarrollar su crueldad contra sus enemigos.
El nuevo superhéroe provocó tanto impacto que los guionistas continuaron durante unos números con las aventuras sin detenerse a explicar su pasado y sin molestarse en agregarle personajes a su alrededor. Hasta que contaron el asesinato de sus padres y le sumaron a Alfred, el mayordomo discreto y leal.
En el número 38, hace poco más de 80 años, se incorporó alguien más. El anuncio estaba ya en la tapa. En el sector izquierdo, imperturbable como siempre, Batman. A su lado, entrando como una aparición de circo, atravesando un aro cubierto con un papel que destroza con su irrupción, Robin, su nuevo ladero. La presentación prometía: El Joven Maravilla.
Robin era Dick Grayson (para los latinos pasaría a ser Ricardo Tapia). Un chico que quedó huérfano cuando sus padres, artistas de circo, murieron en algo que pareció un accidente en medio de una función pero que en realidad se trató de un atentado. Unos mafiosos extorsionan al dueño del circo y ante la falta de respuesta, sabotean el número de los trapecistas, los padres del futuro Robin. Batman lo acompañará a encontrar a los culpables y luego lo adoptará como ladero para luchar contra la injusticia. La orfandad los hermanaba.
La permanencia y popularidad de Batman puede tener varias claves, puede explicarse desde diversos ángulos. Pero, muy posiblemente, el factor más importante, el que determine su perdurabilidad sea esa ausencia de súperpoderes: su humanidad. Entendiendo este concepto más como vulnerabilidad, como inestabilidad demostrada en la lucha permanente, cotidiana, con los fantasmas del pasado, con sus carencias y contradicciones que como capacidad de empatía y solidaridad, de ayuda al prójimo. En la cabeza y el corazón de Batman habitan tormentas. Las contradicciones lo torturan; el dolor no se disipa. Su lucha contra el crimen responde a una predestinación, casi no hay opción en su accionar.
Robin por el contrario es un personaje menos oscuro, más alegre ya desde su vestimenta inspirado por Robin Hood con el amarillo, el rojo y el verde impactando a la vista.
Posiblemente la encarnación más conocida de Robin sea la de Burt Ward. El Joven Maravilla de la serie televisiva que triunfó en la década del sesenta.
Bert Gervis no era trapecista como su personaje pero sí patinador. Sus padres tenían un espectáculo de patinaje sobre hielo que recorría Estados Unidos. Su conexión con el mundo del espectáculo se dio naturalmente. Apenas comenzó a acudir a castings decidió cambiar su nombre artístico. Bert se transformó en Burt y como su apellido le parecía complicada de pronunciar lo cambió por el materno.
Alguien le avisó que estaban buscando a un actor como él para una nueva serie. Amante de las historietas enloqueció cuando supo que iba a audicionar para Batman. Creyó que sus posibilidades eran buenas. Era chiquito, parecía tener menos años de los que tenía, gesto inocente y era muy ágil. Las condiciones para un Robin perfecto. Pero después se dio cuenta que las expectativas de quedarse con el rol no eran muchas. Una cuestión estadística: se presentaron 1100 candidatos. Cuando se enteró de este dato, Burt Ward decidió archivar sus ilusiones. Demasiados contendientes.
Pero llegó el llamado de los productores. Debería enfrentar una prueba de cámara definitiva. Junto a él estaba uno de los candidatos a interpretar a Batman, Adam West. Unas horas antes otra dupla había sido probada: Lyle Waggoner (después tuvo una larga carrera en el Show de Mary Tyler Moore y La Mujer Maravilla) y Peter Deyell. Los elegidos, ya sabemos, fueron West y Ward.
Las memorias de Burt Ward se llaman Boy Wonder. My life in tights (Joven Maravilla. Mi vida en calzas). El tono es picaresco y el contenido algo chismoso. Juega todo el tiempo con la tensión entre él y Adam West (entre Batman y Robin) y con el clima de época: dos jóvenes estrellas de la televisión en los sesenta y el manejo de la idolatría y la relaciones sexuales con sus fans.
La serie tuvo tres temporadas. En total 120 capítulos entre 1966 y 1968. Las dos primeras temporadas fueron enormemente exitosas. Los protagonistas se convirtieron en estrellas. Tenía un nuevo lenguaje. Camp, pop, humor, aventuras, todo en colores fuertes y un aire inocente.
“Uno actúa, dice sus líneas y tal vez entre una escena y otra pasan horas. Así se pierde perspectiva. El día que emitían el primer capítulo nos dejaron salir antes de la grabación para que lo viéramos en nuestras casas. La expectativa era enorme. Cuando vi la presentación, me vi como un dibujo animado, vi esos colores y escuché la música de Neal Hefti no podía creerlo. Luego estaban las peleas, los carteles con las interjecciones. Supe que teníamos un éxito, que mi vida había cambiado”, contó Ward.
El papel de Robin tenía algunas diferencias con el personaje del cómic. Su origen. En la serie no había margen para el pasado oscuro, para un chico huérfano tras la muerte violenta de sus padres. Así Robin, el Joven Maravilla, era el ladero de Batman pero sin mayores explicaciones.
Burt Ward, en el momento del comienzo de Batman, tenía 21 años pero debía encarnar a un adolescente. Casi un niño en calzas coloridas. Inocencia, bondad, búsqueda de la justicia. Alguien a quien todavía el tiempo no pudo erosionarle las ilusiones.
En sus memorias, Burt Ward cuenta que los productores le dijeron: “¿Sabés por qué te elegimos? Porque Robin tiene tu personalidad. Queremos que delante de cámara seas igual que en la vida real”.
La historia de la actuación desborda de desafíos físicos, de actores que se sometieron a transformaciones severas de su cuerpo para interpretar un papel. Ahí están las decenas de kilos que aumentó De Niro para Toro Salvaje, o los que adelgazó Joaquin Phoenix para el Guasón; la nariz retocada de Gerardo Nieva en Gatica, o las modificaciones camaleónicas que encara Christian Bale en cada película.
Sin embargo, da la impresión que a ninguno se le pidió más que a Burt Ward.
Apenas la serie se convirtió en un suceso apareció un problema impensado. La Liga de Madres Católicas a Favor de la Decencia se quejó. Utilizó un recurso que durante décadas fue muy efectivo en la televisión. Una censura solapada. Una extorsión epistolar. Inundaron de cartas a los anunciantes amenazando no comprar sus productos si seguían apoyando el programa. ¿Cuál era el motivo de la queja? La anatomía del Joven Maravilla. Sobre la medibacha blanca, Robin llevaba un ajustado calzón verde. Y las señoras, que eran la voz oficial de la decencia, consideraban eso una verdadera indecencia. Los atributos masculinos de Robin, decían, se marcaban demasiado. La gente de vestuario probó distintas técnicas. Calzoncillos más ajustados, anatómicos que comprimieran más, un nuevo diseño de la pequeña calza, o en alguna escena la capa oportuna para taparlo.
Burt Ward se queja, con cierta amargura, que a Batman le ponían medias u otros implementos para marcar más sus órganos sexuales mientras que a él intentaban que no se le viera nada. Que se convirtiera en un especie de superhéroe eunuco. De todas maneras cada vez que escribe o habla del tema no puede dejar de mostrar su orgullo por la dotación que recibió naturalmente.
Ese tema fue un grave problema hasta que un productor creyó encontrar la solución. Algo drástica debe decirse. Le propuso -se supone que le exigió- que tomara unas pastillas que achicarían su miembro. Un tratamiento hormonal para que las calzas del Joven Maravilla no distrajeran a las decentes señoras de la liga.
Burt Ward cuenta que tomó las pastillas durante tres días. Su deseo de no dejar pasar la oportunidad, de dar la talla (literalmente), de vivir el sueño de ser un superhéroe y una estrella, creyó que bien lo valía. Pero sin decirle a nadie interrumpió el tratamiento. Tuvo una revelación. Vio la situación en perspectiva y se dio cuenta de lo evidente. Aquello que en el mundo del espectáculo parece razonable, parece seguir una lógica, en el mundo real configura una locura, un disparate que puede dejar un daño permanente. Y afectarlo anatómicamente y en su fertilidad.
Al tiempo que cuenta esto, Ward narra una larga serie de hazañas sexuales surgidas a partir de la popularidad. Burt era 17 años más joven que Adam West, su compañero. Su experiencia sexual era escasa, por no decir nula. Esa inocencia, ese candor fue una de las causas de que obtuviera el papel. Sin embargo, pasó lo que pasa siempre. A partir del éxito televisivo su vida (y en especial su vida sexual) cambió de manera rotunda. Y Adam West, Batman, fue quien lo guió en ese nuevo terreno: “Hasta la serie sólo había salido con unas pocas chicas pero nada había pasado. Adam me arrastró a las mayores aventuras sexuales que uno se pueda imaginar. De nada a todo. ¡Sexo salvaje! ¡Y sin parar! Eran los años sesenta. En medio de la Revolución Sexual nosotros teníamos un éxito televisivo”, escribió Burt en sus memorias.
Las aventuras de Batman y Robin se extendían fuera del set. O dentro del set pero detrás de las cámaras. Las mujeres se abalanzaban sobre ellos. Muchas los preferían disfrazados. Querían sentir (o creer) que tenían relaciones con los superhéroes y no con los actores. “Aunque habría que reconocer que hacerlo con el traje puesto tenía sus limitaciones”, reconoció Adam West.
Robin por su parte lo recuerda de manera más festiva, sin incomodidades en su discurso: “Sucedían cosas mágicas. A las 7 de la mañana estábamos maquillándonos y un alud de mujeres nos invadía, nos rodeaba. Teníamos sexo detrás de los decorados, entre escena y escena, en nuestros trailers, en todos lados. Y los días que no rodábamos hacíamos presentaciones promocionales. Y en esos momentos todo se potenciaba. No parábamos”.
Durante años corrieron leyendas en Hollywood sobre las orgías en las que ellos participaban. Se cuenta que Adam West y Frank Gorshin, que hacía de El Acertijo, fueron expulsados, desnudos, de una gran fiesta sexual porque en medio de ella se pusieron a interpretar sus personajes, lo que hizo reír a muchos y desconcentró a los otros participantes.
Si Burt Ward es más explícito en sus recuerdos, Adam West pocas veces habló de este aspecto y cuando lo hizo se mostró más reticente y discreto: “En cierto modo saqué partido de la fama. Y eso incluye todos los placeres humanos que usted pueda imaginar”. Aunque su compañero se haya animado a revelar que la fantasía de Adam West era realizar junto a Ward un Bati trío (lo llama así o Bati sandwich) con Yvonne Craig, la actriz que hacía de Batichica.
El énfasis que Burt Ward pone en sus aventuras puede tener diversos orígenes. Por un lado ese material era un buen gancho para vender más ejemplares de su libro. Por el otro, el subrayado en la Bati actividad sexual alejaría las sospechas de homosexualidad que míticamente se instaló sobre la pareja y que en esa época (penosamente) sonaba como una imputación. “Siempre hicieron chistes sobre nuestra relación. Y así seguirá siendo mientras se pasen los programas. A nosotros nos causaba gracia. Teníamos tantas mujeres, tanta actividad sexual que no hubiéramos siquiera tenido tiempo para una relación homosexual”, escribió Ward.
Burt Ward siempre habló con mucho cariño de Adam West. Pese a la diferencia de edad forjaron una amistad sincera. En los comienzos hubo celos y cada uno peleó por su lugar. Pero la serie, el aura mítica que se generó alrededor de ella, los hermanó.
La serie se mantuvo tres años en el aire. Luego llegó el tiempo de los revivals, de las repeticiones, de la transformación en objeto de culto, la caída en desgracia del género de superhéroes y el renacer con toda fuerza en la última década.
Burt Ward encarnó a Robin, le puso su voz, entre otras creaciones. Su suerte como actor no fue la mejor. La identificación con el papel que lo llevo a la fama fue demasiada. Nadie podía dejar de ver en él a Robin. La maldición que persigue a muchos actores: no poder despegarse del personaje que los consagró en televisión; son pocos los que pueden sortear esa frontera.
Ward es el único de los actores principales de la serie que continúa vivo. Es quien en ferias y eventos mantiene viva la leyenda (fue precursor en cobrar fotos autografiadas y presencias para satisfacer a los fans). A principio de año llegó el homenaje que, tal vez, nunca imaginó. La instalaron una estrella con su nombre en el Paseo de la Fama en Los Ángeles.
Su principal labor en las últimas décadas fue, junto a su esposa Tracy Posner, el del cuidado de perros a través de una fundación. Por esa tarea fue reconocido en varias ocasiones. En el refugio le salvaron la vida a miles de perros. Le dieron un techo, alimento, fueron atendidos por veterinarios y a la mayoría de ellos les encontraron un lugar permanente. Según Burt Ward el de ellos es el refugio que más vidas de perros ha salvado. En esa faceta, parece, logró ser un súperhéroe.
Después de interpretar a Robin, Burt Ward siguió intentando en el mundo de la actuación. Pero sus mejores años habían pasado. Participó en decenas de telefilms. Pero él siempre seguiría siendo el Robin pop, inocente y colorido que acompañaba al inmutable Batman de West. Todos esperaban que cada vez que abriera la boca la frase empezara con un ¡Santas!
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