La mayoría de jóvenes que desean ser actores buscan su gran oportunidad peregrinando de prueba en prueba. Tanto en esa meca de sueños que es Hollywood como en estas pampas, los pasillos de las productoras suelen estar atiborrados de esperanzados ignotos que aguardan saltar a la categoría “elegidos”. Pero existe un grupo de privilegiados que aunque no buscan la fama, la fama los busca a ellos. Christopher Atkins nació bendecido por la belleza. A los 18 años lo escogieron por casualidad para protagonizar La laguna Azul con la hermosísima Brooke Shields. Pero ya se sabe. si es difícil protagonizar una película mucho más es protagonizar varias. Atkins es prueba de ello.
El 21 de febrero de 1961, Donald Bomann y Bitsy Nebauer se convirtieron en los padres de Christopher. Donald era un agente inmobiliario y su mujer era profesora de Ciencias por lo que Christopher creció en un hogar sin problemas económicos ni contactos con el mundo artístico.
Al muchacho sí le gustaban mucho los deportes sobre todo los acuáticos. A los 16 años ya sabía bucear y nadaba muy bien, conocimientos que le sirvieron para conseguir un trabajo de guardavidas en la pileta de su colegio. Al borde de la piscina, mientras las chicas planeaban estrategias para ser rescatadas por ese sensual guardavidas, Christopher fantaseaba con ser médico deportivo ni se le cruzaba ser actor.
A su trabajo de guardavidas le sumó otro como instructor de vela en Rye, un pintoresco pueblito en el estado de Nueva York. Fue en ese lugar que, al descubrir su cuerpo de deportista y su rostro bonito, un productor le sugirió presentarse a un casting. Atkins lo escuchó entre curioso y desconfiado. Volvió a su casa y se lo comentó a su madre que le preguntó sincera “¿No creerás que te van a elegir?”. Ante la falta de entusiasmo familiar pensó en no audicionar pero un amigo insistente logró convencerlo.
Christopher fue a la prueba. En el lugar se encontró con otros cuatro mil muchachos pero no se amedrentó. No tenía nada que perder y muchos menos un sueño que alcanzar.
Y quizá esa falta de expectativa combinada con su sensualidad y belleza naturales fueron las que lograron que, sin formación previa, lo eligieran para protagonizar La laguna Azul. También sumó su bronceado de instructor de navegación, los conocimientos de buceo y un cuerpo de nadador, ideal para encarnar a un muchacho que pasaría gran parte de la película solo cubierto con un taparrabos. Así fue como con 18 años, la suerte bendijo a Christopher.
Cuando al joven le dijeron las condiciones de su trabajo se tuvo que pellizcar para saber si eran ciertas. Pasaría tres meses en una paradisíaca y deshabitada isla de Jamaica. No estaría solo sino acompañado por un equipo de 30 personas. Su personaje debía nadar y bucear en un mar de un azul increíble. Hasta ahí todo era genial pero el siguiente anuncio sencillamente lo dejó boquiabierto. Su compañera era una adolescente que podía ostentar el título de “la más linda del mundo”: Brooke Shields.
Christopher era un recién llegado al mundo del espectáculo, pero Brooke, cuatro años menor, ya era una “veterana”.
Como contamos en Infobae, Theresia Anna Schmon, la conflictiva madre de Brooke, había logrado que su hija con once meses protagonizara una publicidad de jabón. Siguieron unos cuantos comerciales y algunos papeles en televisión. En 1978 llegó la película Pretty Baby donde Brooke era una niña que, como ella, tenía 12 años y era explotada por su madre, madama de un burdel. Brooke aparecía desnuda lo que generó controversias a nivel mundial.
La laguna Azul no era una historia original. El guión se basaba en la novela The Blue Lagoon de Henry De Vere Stacpoole y había sido adaptado al cine dos veces. Narraba las aventuras de Emmeline y Richard, dos primos hermanos que sobrevivían a un naufragio y eran arrastrados hasta una isla desierta a finales del siglo XIX. Los chicos tenían que ingeniárselas para sobrevivir alejados de la civilización y en plena revolución hormonal. Para lo primero, ambos solo debían seguir el guión; para lo segundo, simplemente debían obedecer a su biología.
El director Randal Kleiser sabía que si existe algo más volcánico que el Vesubio son las hormonas y el humor de un adolescente. Consciente que pasan del llanto a la risa y del amor al odio en un segundo ideó un plan para lograr que Brooke y Christopher más que actuar sus escenas,las vivieran.
Para lograr la atracción entre sus jóvenes protagonistas se valió de dos recursos. Uno vino “de fábrica”: la evidente belleza de ambos. El segundo lo incentivó. Colocó una foto de Brooke en el cuarto de Atkins para que el encandilante rostro de Shields fuera lo primero que viera al despertar y lo último al acostarse.
La estrategia dio resultado y en las escenas de amor se nota una auténtica atracción. A Atkins le fascinaban las pecas que el sol dibujaba en la piel de su compañera y la apodó Patches (Parches). Como buen instructor le enseñó a bucear y ella lo ayudó con su experiencia ante las cámaras.
Pero de rodar las escenas de amor había que pasar a las de odio. Kleiser, astuto, sabía que no había que incentivarlo sino dejar que las semanas trascurrieran y así fue.
Porque luego de dos meses de rodaje en una isla desierta lo que parecía paraíso se transformó en condena. Obligados a vivir en unas confortables carpas pero lejos del ideal de un hotel cinco estrellas, las incomodidades se empezaron a sentir. Extrañaban los afectos, los amigos, una buena cama, un baño de inmersión, el agua potable saliendo de la canilla y no de bidones e iluminarse con bombillas eléctricas y no con linternas a pila.
Tal como preveía Kleiser, sus protagonistas pasaron del amor al odio. Se miraban con recelo, se hablaban con bronca y se ignoraban con ganas. Lejos de preocuparse, el astuto director aprovechó para grabar las escenas de peleas.
El 20 de junio de 1980 se estrenó la película. Las críticas coincidieron en… destrozarla. Es que lo que se veía en pantalla era un auténtico “pastiche”. No se sabía si era una película inocente o porno soft, si era una especie de manual de supervivencia u otro de educación sexual, si estaba dirigida a adolescentes o a adultos fetichistas, si su fin era contar una historia o simplemente mostrar paisajes. Todo lo que debía resultar natural era guionado. Los “rulos salvajes” que lucía Atkins eran producto de una permanente y los pechos turgentes de Brooke en realidad eran los de una modelo de 32 años.
Otra vez hubo escándalos por las escenas de Shields sin ropa pero, el director Randal Kleiser se defendía argumentando que se empleaba un doble y que Brooke aparecía con sus pechos cubiertos por su cabello. Atkins argumentaba que “Solo en los Estados Unidos hay tanto problema con la desnudez”. A pesar de la polémica –o gracias a ella- La laguna azul, con un presupuesto de 4,5 millones de dólares recaudó 58 millones.
Atkins fue catapultado sin escalas a la categoría de “ídolo adolescente”. Durante mucho tiempo no podía salir de su casa sin ser abordado por alguna seguidora. Las respetuosas le pedían un autógrafo, pero las exaltadas le tiraban del pelo o arrancaban parte de su ropa.
Su momento de gloria se extendió y protagonizó campañas publicitarias para una poderosa marca alemana de zapatillas y para la gaseosa más famosa del mundo. La Atkinsmanía seguía y filmó Los piratas (1982) donde debía aparecer ¡oh casualidad! con el torso desnudo. Luego vino el drama A night in heaven (1983), donde encarnó a un stripper y obviamente debía aparecer ¡si adivinó!, con el torso desnudo. Pero si con La laguna Azul había conseguido el Globo de oro al mejor actor revelación, como desnudista se llevó el razzie al peor actor.
Atkins sabía que solo lo llamaban por su físico y que su mayor desafío interpretativo consistía en llevar taparrabos o una malla ajustada. Por eso cuando le propusieron aparecer desnudo en una edición de la revista Play Girl aceptó sin dudar.
Su belleza era evidente tanto como sus dotes actorales limitadas. Las propuestas laborales comenzaron a escasear. Es que la suerte muchas veces llama a la puerta, pero el talento no.
Así se lo pudo ver como el joven amante de Sue Ellen en la serie Dallas durante 27 episodios. En 1993 participó en un rol menor en la película española ¡Dispara! de Carlos Saura, junto a Antonio Banderas.
En 2009 integró eso que puede ser una escalera al éxito pero también un “collar de melones” como son los reality show. Fue parte del programa Confesiones de un ídolo adolescente, en donde una serie de antiguas estrellas intentaban volver al primer plano. A confesión de partes…
En 2012 hizo un cameo en el remake televisivo de La laguna azul: El despertar.
En su época de gloria, a los 24 años, se casó con la actriz australiana Lyn Barron, con la que tuvo dos hijos y de la que se divorció en 2007.
Hace tiempo que se mantiene alejado de las cámaras pero suele asistir a eventos de caridad donde se precisa a algún famoso o a alguien que lo fue. No reniega del papel que lo hizo conocido. “Fue uno de los momentos más mágicos de mi vida. Imagínense: estar en esta isla desierta durante cuatro meses y compartir todo ese tiempo y experiencia con una mujer tan hermosa como Brooke. Uno nunca puede olvidar eso”. Tiene razón.
Volver a filmar no está en sus prioridades. Dirige su propia compañía de artículos deportivos, Rocky River Outdoor Products, que se especializa en cañas de pescar. La actividad le deja tiempo para pasar con su novia, Sandra Ankarbjörk que vive en Suecia mientras él reside en Los Ángeles Se conocieron en el 2013, cuando ella, luego de ver la película La laguna Azul le mandó un mensaje a su Face que él respondió.
En el 2015 Atkins junto a su novia sueca volvió a la isla de Fiji donde filmó la película que lo hizo famoso. Después de 35 años, nada quedaba de la isla agreste. Su propietario instaló un fastuoso resort. No le importó. La isla no era la misma, él tampoco.
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