“¿Qué cómo nace mi admiración por los artistas? Yo era de familia muy, muy, muy humilde, muy pobre, así que viví en una Buenos Aires muy particular, de conventillos, donde había muchísima gente en el barrio. Vivíamos en Larrea entre Juncal y French; parece mentira, pero ahí eran todos conventillos en los años 30 y pico”, le cuenta a Teleshow imparable y sigue: “Una vez cada quince días íbamos con mis hermanos a un cine de barrio que se llamaba Roxy, en Las Heras y Agüero, y veíamos las tres películas que daban. Un día era de cowboys, las que decían que eran ‘de varones’; otro día daban películas nacionales ¿no? Y de ahí nació, por ver tanto cine. Después empecé a pedir autógrafos a esos artistas del momento”.
Adela Montes tiene 91 años y se dedicó desde muy chica a lo que más ama: seguir vida y obra –o mejor: obra y vida, el orden de los factores a veces puede alterar el producto– de los artistas más importantes del país. Tal fue su fascinación por actrices, actores y estrellas de todo tipo que cuando era una adolescente creó un particular club con cientos de integrantes: el de las cazadoras de autógrafos, que esperaban a las celebridades en la puerta de radios y teatros (“parece una cosa tonta, pero era la forma de acercarse al artista: nosotros pedíamos los autógrafos, decíamos dos palabritas y nada más; ahora los paran, les piden selfie, que se saquen la foto, la foto, la foto, y, pobres, no pueden”, señala).
De aquellas esperas y acercamientos ingenuos en los años ‘40 y ‘50, junto con jóvenes como ella, fanáticas del mundo artístico, surgió el mote que se usa hasta hoy: la palabra “cholula”. Y también una carrera notable que la llevó a formar parte de las radios y las revistas más importantes del siglo XX en el país. Porque a diferencia de las demás, Adela no paró: pese a haber vivido una infancia dura, trabajó con tanto esmero que pasó a ser, con los años, una de las periodistas de espectáculos más reconocidas del país.
De la fábrica a la puerta de la radio
“Nací en 1928 y empecé a trabajar a los 12 años, cuando terminé sexto grado, como les pasaba a casi todos los chicos de mi edad”, recuerda desde su departamento porteño, donde hoy pasa los días de cuarentena la periodista. Hija de una madre que trabajaba limpiando casas y planchado y de un padre taxista, Adela tuvo una infancia sacrificada: “Así que era ir a trabajar, después volver a casa a hacer alguna comidita o calentar comida que mi mamá dejaba. Y después ir a una academia a estudiar taquigrafía y dactilografía, que era lo que se necesitaba para poder trabajar en oficinas, en otros lugares. Con el tiempo empecé a ir a los cines baratos”.
— ¿En qué trabajaba en ese momento?
—En una fábrica que quedaba a siete cuadras de casa, era de toallitas higiénicas y fue de las primeras que se hicieron acá en el país. Bueno, trabajaba de seis de la mañana hasta las doce, porque era menor de edad, por supuesto. Casi todas las chicas que trabajábamos ahí éramos chicas muy jovencitas.
— ¿Usted se encargaba de confeccionarlas?
— No, confeccionar no. Bueno, era todo un trabajo. Una persona cortaba el algodón, yo estuve más en la parte de peso del algodón. Teníamos una mesa donde éramos tres chicas: cada toallita tenía un peso especial, por eso la balanza ya tenía unas pesitas, y nosotros o le sacábamos algodón o le poníamos más algodón para conformar el peso. Entre paréntesis, nunca me voy a olvidar que una se llamaba Julia López, la otra era Carmen, una joven mulata que llegó a trabajar como extra de cine en películas. Esa fábrica fue la primera que también tuvo unos aparatitos compactadores: te daban unos cubitos, entonces la toallita se ponía en ese aparato, eso lo comprimía y quedaba un cuadrado que podías llevar en la cartera en vez de andar con un pedazo de algodón grande.
—¿Después de la fábrica estudiaba dactilografía?
— Sí, y de la academia donde estudiaba después iba por lo general con un grupito de chicas a las que también le gustaban los artistas a Radio Splendid, que quedaba a cuatro cuadras de la academia. Ahí veíamos a los artistas de ese momento que de alguna manera nos representaban, por la juventud.
— ¿Quiénes eran?
— María Duval, por ejemplo, era una de nuestras ídolas de las que recién empezaban pero ya eran estrellitas y habían hecho cine ¿no? Ella fue madrina del club de cazadoras y con el tiempo Narciso Ibáñez Menta y Zully Moreno fueron los presidentes honorarios. Admirábamos a varios que actuaban en Radio Splendid: nosotras íbamos y le pedíamos los autógrafos. Y de ahí fue que derivó que yo siguiera pidiendo autógrafos y después de participar de El club de la amistad –que fue un club de admiradoras de Mirtha y Silvia Legrand– surgió el Club de cazadoras de autógrafos con un grupito de chicas. Hubo una periodista de Radiolandia que se llamaba Mendy que al vernos siempre juntas y pidiendo autógrafos, o yendo al estreno de películas argentinas, que nos hizo una nota. A partir de ahí tuvimos cierta importancia, porque lo del club era una cosa novedosa, que se veía sí en las películas americanas, ahí estaban las fans pero acá no se conocía tanto.
— Hasta que surge la idea de hacer un programa de radio.
— Sí, fue cuando tuve la audición de Las cazadoras..., a fines de 1948, en Radio Libertad, y toda la década del ’50 en Radio Mitre. Para entonces ya no pedíamos autógrafos, yo ya era grande (risas).
— Mientras tanto, el club crecía...
— Es que por la audición de las cazadoras de autógrafos llegamos a tener más de tres mil socios. Para ese entonces escribíamos también en Mundo Radial, una revista que se editaba en todo el país. Era una revista de espectáculos que era de la editorial de los dueños del diario El Mundo. Así que fuimos muy famosas. El programa era con público, así que se transformó en algo de locura y vinieron todas las actrices y actores que hubo en el país, todos estuvieron con nosotras. Porque ya nos conocían de pedir autógrafos.
— De la calle, claro.
— Sí, de pedir autógrafos, de cuando íbamos a la radio y hablábamos con ellos. Porque éramos bastante educaditas en ese sentido, no íbamos a pedir cosas, solamente era el autógrafo y tratar de charlar un poco. Como había tiempo, los actores de radio iban con mucha anticipación porque tenían que ensayar y todo, entonces se quedaban a veces charlando con nosotros. Y nosotras preguntábamos cosas de familia, de la vida de ellos, qué sé yo. Entonces estaban chochos con el grupito nuestro y eso mismo nos sirvió para la audición. Además, en ese tiempo las audiciones eran más informativas del movimiento cinematográfico, en cambio nosotras abarcábamos todo, porque llevábamos gente del teatro, de cine y de radio.
— ¿Y qué hacían los clubes de admiradoras en ese tiempo?
—Venían a la radio a ver a sus artistas cuando los entrevistábamos. Así fue que de nuestro grupo fue salieron más grupos de clubes de admiradoras y de admiradores. ¡Éramos tantos que parecíamos la CGT! (risas). Hacíamos reuniones, en el auditorio de Radio Mitre, después de la audición cada dos meses, pero les pedíamos a los clubes siempre que hicieran también obras de bien. Era algo que habíamos hecho nosotras antes, cuando estábamos con El club de la amistad, que hacíamos colectas para armar ajuares para el Hospital Rivadavia, donde tenían hijos muchas chicas que eran casi todas solteras.
— ¿Cuáles eran los clubes más grandes?
— Uno de los clubes que me acuerdo que juntaban y que hacían cosas era un club de Raphael, del cantante español. Te estoy hablando de los años 40 y pico. También estuvo el club de Mirtha y Silvia. Después el club de Zully Moreno, el club de Tita Merello, el club de Duilio Marzio. De los galanes, bueno, todos tenían su club.
Durante sus días de radio, Adela contactaba a los invitados por teléfono (“no había tantos intermediarios como ahora”, recuerda), escribía las preguntas para cada programa y hasta se encargaba de los guiones, en una radio en la que había poco espacio para la improvisación. Lo hacía sin recibir un centavo a cambio, tal como relató en más de una ocasión: un productor, que pagaba por el espacio radial y recibía dinero en concepto de publicidad, estafó a las cazadoras y jamás les pagó por su trabajo.
“El sinvergüenza que era dueño la audición nunca nos pagó, y yo hacía las llamadas telefónicas, hablaba con los artistas, y después, como no tenía máquina de escribir en casa, usaba una que me prestaban en Estudios Ayacucho, que fue la primera casa acá en Argentina donde se grababan discos. Ahí ya pasé a trabajar en la firma Dubarry, donde estuve 42 años, hasta que quebró en el ‘85. En las revistas siempre pagaron chaucha y palito”, apunta.
El nacimiento de “Cholula”
Por la gran repercusión de su programa radial, Adela comenzó a escribir en medios gráficos. A las revistas, junto a las demás cazadoras, llevaba información de las celebridades hasta que fue ganando su lugar. Primero en Mundo Radial, en 1953, y a partir de 1958 en Canal TV, la primera revista argentina dedicada a la televisión, fundada por Mariano de la Torre. De esos días de redacción surgió una palabra que pasaría a definir a las personas que admiraban a los famosos.
“En la revista Canal TV estaba Toño Gallo, un dibujante que estaba fascinado con todas las historias de las cazadoras. En realidad, lo sorprendía el hecho de que alguien fuera a pedir autógrafos. Él sacó una historieta que era Cholula, loca por los astros en la revista. Él me preguntaba qué habían hecho las cazadoras, dónde habían estado y después algo de eso aparecía en el chiste. Que no eran chistes, en realidad eran viñetas. Siempre nos decía dónde fueron, qué pasó, qué hicieron, y yo le decía: ‘¡Pero vos sos más cholulo que la Cholula esta!’", afirma entre risas Adela. “Y, bueno, el término me quedó a mí, como yo estaba en la revista y había sido cazadora, siempre me lo adjudicaron”.
— ¿Pero la palabra de dónde viene?
— Todas las chicas tenían sus sobrenombres. A una de las cazadoras que había sido presidenta le decíamos Baby, que no le gustaba. A la que hacía la audición conmigo, Laura, le decían Tita. Mi hermana y yo no teníamos, pero había otra que se llamaba Pepa y una a la que le decían Chola. Creo que a Toño le gustó eso de Chola, pero al final quedó Cholula.
Vida de periodista
Desde aquellas primeras columnas, la carrera de Adela Montes, que en paralelo continuaba trabajando en una oficina, siguió en ascenso.
“Cuando cerró Canal TV ya pasé a Antena, en la época que estuvieron Eddie Consalvo y Amelia Ríos, que eran bárbaros porque hicieron una revista moderna, hermosa, que después naufragó. Yo hacía chimentos nomás. Después pasé también a la revista Gente, donde hacía variedades, en las dos últimas páginas. Ahí no era la información fría de ‘Pepe Soriano hace tal cosa’ sino algo así como ‘Pepe Soriano estuvo con su mujer en tal lado y contó que va a hacer tal cosa’”, recuerda la periodista, que también colaboró en distintas publicaciones de la editorial Perfil, en Semanario, Tal cual, Radiolandia y TV Guía. En la actualidad, pese a que cerró su histórica edición en papel, Adela continúa colaborando con la revista Pronto, donde llegó a desempeñarse hasta como correctora.
— ¿Cambió su forma de trabajar con el paso de los años?
— No tengo computadora y no sé manejarme bien con la computadora. En las revistas antes escribía a máquina. Después mandaba todos los chimentos y los pasaban. O les contaba toda la información que yo tenía, porque más que nada estaba así como de informante. A la vez a veces ocurría algo y me decían: ‘Llamala vos que sos amiga, llamá a Irma Roy y preguntale tal cosa’. Como sabían que yo tenía llegada, los llamaba. Que también era esa forma de tener otros chimentos, porque yo llamaba para los cumpleaños, y diciendo “cómo estás”, “qué hiciste”, “dónde fuiste”, “qué pasó” me enteraba de otras cosas que no tenían nada que ver con lo artístico.
— Una forma especial de conseguir la información.
— Sí, ese siempre fue mi método para enterarme las cosas. Y, después, también hay gente que te llama y que te dice la verdad. Porque te llaman algunos, ahora sobre todo peor, que mandan información, cualquier información tonta, o mala. Entonces tenés que averiguar bien. Hay que chequear todo lo que te mandan, porque si no ponés cualquier cosa. Bueno, pasó el otro día con Hilda Bernard, que hicieron circular que había fallecido. Yo tengo llegada pero no tenía más el teléfono de la hija, porque no sé si se había mudado o lo cambió. Pero como yo me manejaba con ella averigüé el geriátrico en el que estaba y conseguí hablar. Es un geriátrico muy lindo por Núñez. Así que llamé y no, Hilda estaba viva, así que enseguida avisé para que mandaran nota.
— ¿Cómo se lleva con la tecnología?
—No me sé manejar, soy muy bruta. Mi ahijada me regaló un celular pero no lo sé usar, saco los mails y algunas cosas, pero ya hay otras cosas que no. Así que sigo llamando por teléfono, por ahora me estoy manejando así. Pero tengo que ir a aprender, viste que hay unas casas que te enseñan.
—¿Conserva algo de los autógrafos o de las cosas que le fueron regalando las figuras del espectáculo todos estos años?
— Sí, pero muy poco. De los autógrafos casi nada porque me los robaron y me los perdieron. Porque en los años ’50 fue el furor de la grafología. Entonces todos me pedían. Y en Canal TV tuve un compañero, un gran experto en jazz, que también era grafólogo, que decía que por la letra te sacaba cómo eras. Un día me pidió dos álbumes de autógrafos: ¡dos, no uno, dos le presté! ¿Y qué pasó? Se murió el hombre repentinamente, en menos de un mes. Era solo, yo hice llamados, fui a la casa a hablar al portero para saber si tenía algún pariente. Claro, ¿quién iba a ponerse a buscar ahí adentro con un tipo que tenía colecciones de discos por todos lados, de música, de libros? Nadie iba a encontrar ahí mis álbumes. Ahí perdí muchísimo. También me pasó que presté y regalé fotos cuando surgió Canal TV, que era una revista nueva completamente y no tenía archivo.
— ¿Cómo está llevando los días de cuarentena?
— Tuve el problema de que perdí la visión de un ojo, pero del otro todavía veo, gracias a Dios, y tengo cientos de libros en mi casa. Así que me dedico a leer, que me encanta. Hice hasta sexto grado pero leí toda mi vida: con mis hermanos éramos pobres, pero comprábamos unos libritos de una editorial española que editaba unos ejemplares toscotes, de cartón, con las hojas de papel de diario con cuentitos infantiles y después novelas juveniles. Así que eso me sirvió para ser correctora, porque yo realmente tengo también memoria visual por suerte.
— ¿Y ahora qué lee?
— Me encanta el policial, siempre me gustó. De los actuales a la que sigo mucho es a Claudia Piñeiro. Pero nuevos nuevos no estoy leyendo, leo lo que tengo en casa. Pero de ella sí he comprado casi todos los libros.
— ¿No le da miedo la pandemia?
— Siempre fui muy fatalista, así que no me asusto mucho. Bueno, me asusto, tampoco me hago la loca. Pero siempre pienso que si me va a agarrar algo, me va a agarrar lo mismo: aunque me meta debajo de la cama, el bichito me va a picar. Entonces me cuido sí, pero hasta cierto punto. Y trato de calmar, ya he calmado a muchas amigas, les digo que no se aterroricen.
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