Mi hijo era muy chico. Tendría unos tres años. Íbamos en la camioneta cuando de pronto se sobresaltó al grito de "¡Marisa! ¡Marisa!”. Empecé a mirar para todos lados mientras manejaba preguntándole quién era la Marisa que lo había sobresaltado tanto. Pensé que tal vez en el Jardín había una Marisa que lo tenía enamorado y la había visto.
Llegamos a casa, y frente a la moto comenzó otra vez con insistencia: "¡Marisa! ¡Marisa!”
Y comencé a pensar que Marisa era una chica que además... ¡tenía una moto!
Varias veces traté de explicarle al cachorro que la moto se llamaba Moto, pero no había caso. Marisa. Había una relación muy fuerte entre la ultranombrada Marisa y mi moto.
—Moto. Hijo, a ver... Moootooo. ¿Cómo se dice?
—¡Marisa!
Qué raro...
Pasaron unos meses y casi me había olvidado del tema.
Hace poco fui a hacer unas compras y le pregunté al cachorro si quería acompañarme.
Bajamos en el estacionamiento, y de repente empieza a repetir, insistente: “¡Marisa! ¡Marisa! ¡Marisa!”, mientras me tira del pantalón y jala mi mano para llevarme con... Marisa.
¡Qué momento! Empiezo a mirar para todos lados. ¿Adónde está esa Marisa que tiene tan loco a mi hijo? Misterio a punto de ser develado... ¡Voy a saber quién es la famosa Marisa! Y de repente, la veo...
Alzo a mi hijo. Entiendo al asunto todo de golpe. ¡Claro! Marisa es preciosa... ¡Imponente! ¡Infartante! ¡Qué bestia! Muy bien, cachorro...
Marisa es una extraordinaria moto de pista de alta cilindrada. Amarilla, amarilla... ¡Marisa! El sol es color “Mariso”, y la moto es “Marisa”.
Me quedo mirando la moto Marisa junto con él, que la contempla embelesado.
Llega entonces el dueño y se sube a su moto Marisa. Y se va. "¡Chau Marisa, chau!”, grita mi niño, saludando en mis brazos.
Llegamos a casa y nos paramos frente a la moto.
—¿Querés ir a dar una vuelta?
—¡Sí! ¡Marisa!
—....
—¡Marisa!
—Okey, en Marisa. Dale. ¡Vamos!
OTROS CUENTOS DE FACUNDO ARANA