Es una noche de julio de 2007 en Los Ángeles. Steve Martin acaba de cumplir 61 y sabe que es uno de los comediantes más importantes de su generación. Con su novia, Anne Stringfield –periodista de The New Yorker, 35-, convocan a una fiesta en su casa. De a poco el salón se empieza a llenar de personas que harían las delicias de cualquier redacción de espectáculos o jefe de casting. Pasan Tom Hanks, Diane Keaton, Eugene Levy, Carl Reiner hasta que las puertas se cierran. Buena comida, mejor bebida, algo de música, muchas risas y divertidas anécdotas. En fin, lo de cualquier reunión de amigos, quizás un poco más glamorosa.
De repente, la situación adquiere pasos de comedia. Steve y Anne piden silencio y llaman la atención de los invitados. Aparece Bob Kerrey, ex senador por Nebraska y toma la palabra. Se acerca Lorne Michaels, creador de Saturday Night Live, y se acomoda cerca de los anfitriones. Steve saca del bolsillo el bigote postizo con el que personifica al Inspector Clouseau en La Pantera Rosa. Bob sorprende a todos con la frase “Entonces los declaro marido y mujer”. Ninguno de los asistentes daba crédito a lo que pasaba frente a sus ojos. Steve volvía a jugar en el equipo de los casados.
Steve Martin protagonizó más de 50 películas, se subió a un centenar de escenarios, grabó una decena de discos y escribió más de 20 obras. Pero casi todos lo asocian a su papel de George Banks en El Padre de la Novia. Se lo veía perfecto como ese padre entre canchero y despistado, con su cabellera canosa desde sus veintipico, su sentido del humor casi innato y esa sonrisa bonachona. Sin embargo, para el rol tenía que improvisar, recurrir a todas las herramientas de su formación y de su intuición. Un poco, porque no fue padre sino hasta sus 67 años. Y otro tanto, porque en casa no había tenido el mejor ejemplo.
Todo sucedió de manera vertiginosa. A los 15 años consiguió un empleo en Disney y su mundo de fantasía se potenció a niveles agigantados. Aprendió magia, estudió drama y poesía inglesa en el secundario y probó con la filosofía hasta que en 1967 se decantó por teatro en la UCLA en 1967. En paralelo, desarrolló un gran entusiasmo por la música, especialmente por el banjo y los discos de bluegrass. Todas sus inquietudes artísticas iban a confluir en los escenarios y su nombre se iba a expandir por el circuito del stand up.
A comienzos de los años 70 se lanzó en solitario como cómico y empezó a frecuentar los programas más exitosos de la época, como The tonight show, The Muppet show y, sobre todo, Saturday Night Live. La audiencia se disparaba con su presencia y se hizo habitué. Por entonces se le adjudica, sino la invención, la popularidad de las comillas aéreas, un recurso para ridiculizar o ironizar sobre un textual. Parecía que todo lo hacía bien. Llenaba teatros, vendía discos, de la tele lo invitaban cada vez con más frecuencia. Pero él quería triunfar en el cine. Y en el amor, claro.
Fue durante 1977 cuando su camino se cruzó con el de Bernardette Peters, una talentosa actriz, figura de Broadway. “Me atrajeron dos cosas, su independencia, y que podíamos hablar del show business”, contó Steve una vez, y no contaron mucho más. Solo ellos saben cuándo empezaron a ser oficialmente novios, porque eran muy celosos de su vida privada, una línea de conducta que Martin mantuvo en el tiempo.
Al año siguiente compartieron trabajo Un loco anda suelto. Martin escribió el protagónico femenino inspirado en ella. Ni siquiera el resto del elenco, con el que compartían largas horas de grabación, podía afirmar qué tipo de relación tenían. Sin embargo, todos coincidían en que había una química difícil de conseguir bajo otros efectos que no fueran los de Cupido.
Fue el primer éxito del actor en la pantalla grande, y, aunque la crítica no pensó lo mismo, fue reivindicada con el tiempo como una gran película de humor absurdo. Un contraste con lo que ocurrió en La plata viene del cielo, el otro filme que compartieron. Fue el primer protagónico en drama para Martin y a ella le valió el Globo de Oro a la mejor actriz, pero el público les dio la espalda. Al año siguiente, la relación llegaba a su fin como había comenzado, sin mayores estridencias. El actor debía encontrar en la ficción la felicidad que le era esquiva en la realidad.
Todo en la familia empezó a moldear el rol que lo iba a hacer conocido en el mundo entero, el de un padre algo torpe timoneando una comedia de enredos. Hasta que en 1991 llegó la remake de El padre de la novia, que lo marcaría para siempre y que iba a inaugurar un subgénero dentro de la comedia: el de las películas de boda.
En el papel de George Banks, Martin se proponía hacer lo imposible para impedir que su hija Annie -debut de una todavía inocente Kimberley Williams- se case y ponga fin a su ideal de familia tipo. Básicamente, porque no quiere gastar plata ni tiene muchas ganas de entablar relación con sus consuegros. La película fue un éxito de taquilla y motivó una segunda parte, cuatro años después. Otra vez la crítica le daba la espalda, pero eso no le importaba demasiado. Estaba preparado para hacer reír al planeta.
Steve Martin se había convertido en el padre ideal para este tipo de comedias. Arrancaba la carcajada solo con aparecer en pantalla. Su formación en el stand up lo había provisto de un repertorio de gags, trucos, miradas y silencios que cautivaba al espectador. Sin embargo, en su vida privada, lejos estaba de ser una postal de la felicidad. Y más lejana aún, estaba la posibilidad de ser padre.
Durante el rodaje de Dos veces yo Steve se enamoró de Victoria Tennant, una joven actriz inglesa de raíces rusas, ahijada de Laurence Olivier. Se casaron en noviembre de 1986 en Roma, en una ceremonia austera, y mantuvieron al resguardo máximo su vida privada. El matrimonio duró hasta finales de 1993, cuando Victoria lo dejó por otro hombre, un actor australiano. Cuentan que hasta la fecha no volvieron a hablarse. Steve Martin se sumergió en el trabajo. Cada vez más dedicado a la escritura, con la música a mano y el cine como bandera. Combinó el éxito seguro, como la segunda parte de El padre de la novia, con otras remakes, como Perdidos en Nueva York o Sgt. Bilko.
Un día su camino se cruzó con el de la actriz Anne Heche, 24 años menor. Ambos pensaron que finalmente el amor había llegado. Se mostraron por primera vez en público en 1994 durante el estreno de Picasso at the Lapin Agile, una obra de teatro escrita por el actor. “Quería el amor de un hombre grande. Confort, humor, todas cosas que él podía ofrecer”, contó luego la actriz. Hasta que se dio cuenta que eso no era lo que quería para siempre y un día decidió terminar. En la gala de los Oscar 1997, Anne se enamoró perdidamente de Ellen de Generes, que una semana antes se había declarado homosexual ante los ojos del planeta. Al poco tiempo estaban viviendo juntas.
Steve Martin se sintió traicionado y por primera vez hizo pública su vida privada. Se inspiró/vengo de su ex para el papel de la aspirante a actriz manipuladora y desequilibrada que interpretó Heather Graham en Bowfinger, el director chiflado. Pronto iba a recibir otro golpe, cuando se enamoró de Helena Bonham Carter, su partenaire en Una sonrisa peligrosa. El actor estaba dispuesto a casarse, pero la británica no estaba lista para algo tan serio. Y otra vez a remar.
Con Más barato por docena volvió a la zona de confort: las comedias familiares, que tuvo su correspondiente segunda parte. Como el Inspector Clouseau de La Pantera Rosa se reencontró con aquel actor de gags y trucos. Y a mediados de los 2000, un día como cualquier otro, sin esperarlo, el amor volvió a golpear su puerta.
Anne Stringfield era una periodista del New Yorker que lo contactó por trabajo. Desde entonces, hablaron durante un año por teléfono hasta que se conocieron en persona. Se estaban enamorando dos tímidos casi sin darse cuenta. Un día, sorprendieron a sus amigos y se casaron. Otro día, después de tantos desencantos, de pensar que no iba a ser posible, en diciembre de 2013 nació su hija. En una muestra más de su bajísimo perfil, el nombre nunca fue develado.
“De joven era egoísta y estaba más enfocado en mi carrera. Ahora sólo paso el tiempo en la casa jugando con mi hija. Es grandioso”, contó el actor que tanto nos hizo reír y que, cuando menos lo esperaba, pudo cumplir el sueño de su vida. Quizá por eso pronto lo veamos en alguna comedia titulada “Padre primerizo a los 67 años”, el argumento ya lo tiene.
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