Cuando una persona conocida, famosa, “se va de gira”, sus seguidores suelen sentir a veces asombro, otras indiferencia, en algunos casos pena. Pero existen figuras excepcionales cuya partida genera una tristeza infinita. Son esos seres angelados que trascienden la pantalla, tanto pero tanto que aunque pasen años de ausencia, se sigue experimentando una melancolía enorme cada vez que se los nombra.
Y eso sintieron –sentimos- muchos cuando ese 12 de marzo de 2008 trascendió la noticia de la muerte de Jorge Guinzburg. Era un día de sol, pero –valga el lugar común- parecía uno gris. Cuando los canales, las radios y los portales comunicaron la noticia, no había manera de permanecer indiferente. Ya no estaría entre nosotros el hombre que hizo del humor inteligente, la réplica mordaz, el respeto por el entrevistado y por la audiencia, un estilo y un sello propio. Guinzburg fue un personaje enorme, de esos seres excepcionales que de vez en cuando la vida regala para que uno tome de modelo, de maestro o simplemente de buena compañía. Querido por sus pares, admirado por sus colegas, amigo de sus amigos, respetado por todos los que lo conocían, padrazo, marido y compañero, Guinzburg se fue demasiado pronto. Tenía mucho todavía por entregar, quedaba mucho todavía por disfrutar de él.
Jorge nació el 3 de febrero de 1949. Creció en el barrio de Flores, de aquellos tiempos solía contar con humor que los vecinos lo apodaban “Garrafa” porque era “chiquito pero peligroso”. A los tres años le diagnosticaron asma y se mudaron a Capilla del Monte donde vivieron hasta que cumplió 10. Alquilaron una hostería que atendían entre todos. Apenas aprendió a leer, Jorge comenzó a ir a la biblioteca del pueblo. Ya empezaban a despuntar dos de sus características más notables. Una curiosidad sin límites por todo y para todo y un talento innato para inventar chistes.
De vuelta en Buenos Aires terminó el secundario y se hizo amigo de un pibe de la cuadra. Un tal Carlos Abrevaya. Con él se anotó en Derecho en 1966, pero abandonó a los dos años y se pasó a la Escuela de Arte Dramático. Trabajó como vendedor de carteras y cinturones de cuero y durante algo más de un año manejó un taxi. Después consiguió trabajo en una agencia de publicidad. Empezó de redactor y llegó a director creativo. A una cerveza la llamó “el sabor del encuentro”, eslogan que todavía identifica.
Con Abrevaya comenzaron a escribir los chistes del ciclo radial de Pepe Iglesias, luego lo hicieron para Juan Carlos Mareco y el Fontana Show. Pero su nombre y apellido apareció recién en 1973 en la revista Satiricón. Inquietos, la dupla presentó un proyecto en el viejo ATC para un programa que se tomaba la realidad con humor. Le dijeron que la idea estaba buena, pero que era muy similar a otra que habían presentado Adolfo Castelo y Raúl Becerra. Los cuatro no se conocían personalmente pero tenían referencias. Era 1984 y se encontraron por primera vez en un hotel del centro. Dos años después entrarían en la historia de la televisión argentina con La Noticia Rebelde. El programa no solo revolucionaría la televisión, también le cambiaría la vida.
Como periodista y creativo, en La Noticia, Guinzburg mostró lo que luego sería su sello de fábrica. “Lo que lo hacía distinto era el humor repentino, inteligente y creativo pero más que nada, la rapidez y la capacidad de escucha, un talento que no suele encontrarse en el periodismo en general y en la televisión en particular. En La Noticia Rebelde fue donde comenzó a desplegar todo eso y también el lugar en el que descubrió la actuación que tanto disfrutaría en los años siguientes. Gran parte del éxito de ese programa estuvo vinculado a las entrevistas célebres que realizó en dupla con su gran amigo Carlos Abrevaya cuya preproducción era todo un arte en sí mismo” describe Diego Igal, autor del libro “La noticia Rebelde”.
En su libro, Igal escribe que los productores del programa recurrían una o dos veces por semana a los archivos periodísticos para buscar declaraciones anteriores de los invitados. La web no existía y pasaban horas recortando o copiando a mano las declaraciones más jugosas de su personaje. Muy lejos de aquellos conductores que le piden a los productores que les escriban las preguntas con las que luego ellos se lucen, Guinzburg leía todo. Luego escribía a mano las preguntas que formularía y finalmente se encerraba en una oficina a pasarlas a máquina.
La oficina en la que se encerraba era la de Mesa de Noticias. Allí trabajaba una productora de 23 años, hija de unos de los productores más talentosos de la televisión, se llamaba Andrea Stivel. Ella tenía 23 años y medía sin tacos 1,74; Jorge había cumplido 37 y medía 15 centímetros menos, estaba separado pero tenía dos hijas. El “combo” no le resultaba muy atractivo a Andrea. Él le empezó a dejar tiritas de papel con mensajes escritos a máquina. Algunos eran graciosos, otros afectuosos, todos eran inteligentes. Seis meses después la invitó a cenar y ella aceptó. “Por un lado no tenía expectativa pero por otro no podía decirle que no”, recuerda su propia gran historia de amor Andrea Stivel para Teleshow, “hablamos y hablamos. Quedé obnubilada y no nos separamos más”. Es que la cena contuvo dos afrodisíacos irresistibles: humor e inteligencia.
“El tamaño de Jorge era inversamente proporcional a sus talentos. Su cabeza era prodigiosa, pero además era un tipo curioso, ávido de saber desde lo más simple a lo más complicado, con una capacidad enorme para aprender pero al que además le interesaba genuinamente todo”. Andrea destaca que Jorge se caracterizaba por la capacidad de convertir todo en un hecho periodístico. Lograba ser popular y profundo a la vez, jamás subestimaba al espectador pero podía tomar los temas más profundos de una manera tan amena que mantenía a la audiencia no cautiva, sí encantada.
Su talento, su carisma hacia que muchas personas –esta cronista incluida aunque nunca lo logró- soñaran trabajar con él. Entre ellos unos hermanos irreverentes de apellido Korol. Ante la consulta de Teleshow, Adrián cuenta que admiraba a Jorge desde su niñez, cuando leía en su casa Satiricón. Ya más grandes comenzaron a ser conocidos como “Los Vergara” y consiguieron una pequeña participación en un programa de ATC. “La Noticia ya era un éxito instalado y nos animamos y por debajo de la puerta le dejamos una lista con nuestras creaciones, a la semana nos llamaron”, rememora y sigue “Jorge era una máquina no solo de tirar ideas, también de mejorar las otras. Era gracioso hasta hablando en serio”. Los hermanos admiraban tanto al grupo que aunque su participación era mínima asistían a a todos los programas para verlos en acción. “El momento de la entrevista era mágico. Para algunos podía hacer alguna pregunta zarpada pero siempre respetaba un código. Fuera de cámara le preguntaba a sus entrevistados de qué no querían hablar y lo cumplía a rajatabla”.
Ese respeto al entrevistado nunca lo rompió. Esta cronista recuerda un momento increíble en Mañanas informales. El conductor realizaba una entrevista muy amena con Katja Alemann, pero en un momento hubo una referencia a Omar Chabán, su ex pareja, preso por la tragedia de Cromañon. Como periodista Jorge comenzó a preguntar y argumentar, Katja intentó una respuesta, pero se quebró y lloró. Era lo que algún productor inescrupuloso podía considerar un gran momento televisivo. Pero ante la conmoción de la invitada, Jorge saltó de su silla y mientras le decía “disculpame, no te traje para esto” ordenaba ir al corte. Es que la humanidad nos siempre pierde con el rating.
Cuando empezaron a hacer sketch en la calle, Jorge era tajante, les ordenaba solo “encarar a gente que no se encuentre en desventaja con ustedes”. El mayor de Los Vergara dice que admiraba su rapidez pero también su cercanía con los que lo rodeaban. “No hay técnico, maquillador, ordenanza que no lo recuerde con cariño. Sabía reconocer el laburo de los demás. Venía a nuestros espectáculos. Pero nada de pedir entradas de regalo o anunciar su presencia a los medios y robar protagonismo, descubrías que estaba entre el público por su risa”. Asegura que fue uno de los creadores del humor que marcó todo lo que vino después.
“Trabajar con él era como jugar con Maradona con el mejor, solía decir entre risas ‘las mafias triunfan porque se mueven en equipo‘ por eso cuidaba los grupos de trabajo”. Rememorando esos tiempos, Korol dice que “Jorge podía tener el ego del enano. De hecho se creía alto” y larga una carcajada pero después se pone serio o más bien melanco cuando afirma “pero no tenía el ego del que sabe que puede desafiar al más grande y ganarle, el del talentoso, ni el creativo genial”. Por eso era compinche, pero sobre todo maestro.
Guinzburg poseía una capacidad innata para brillar pero no por eso opacar a otros, al contrario. Si hay a una persona a la que Guinzburg le cambió la vida fue a Ernestina Pais. Ella era fotógrafa, editaba una revista y estudiaba cine. Guinzburg buscaba una mujer para los móviles de La Biblia y el Calefón, con esto rompía dos de los prejuicios de la época acerca de las mujeres que “no sirven para el humor y son malas movileras”. En una entrevista contó cómo fue que la eligió: “Llegó por intermedio de Federica, su hermana, ya que asegura que es más loca que ella. Es simpática, querible, buena mina, muy inteligente, rápida. Yo creo que va a crecer”.
El primer encuentro ya le dejó una gran lección a Ernestina, que lo comparte con Teleshow. “Fui con la pila de revistas que editaba para explicarle mi ‘no’. Él me dijo ‘no seas prejuiciosa, no te niegues‘. Esa fue su primera gran enseñanza: quitarme los prejuicios y animarme a que me animara”. Vuelve a reiterar que Jorge no solo le cambió la vida, se convirtió en padre, en maestro y en amigo. “Cada día recuerdo algo nuevo que me dijo, un consejo, una enseñanza diferente y eso muestra lo grande que fue”. Trae una anécdota. Mañanas informales era enloquecedor, tres horas en vivo. “Nos imponíamos en la franja, medíamos lo mismo que los tres canales juntos. En eso aparece el “minuto a minuto” que nos indicaba si bajaban las mediciones, empezó una psicosis. Jorge nos convoca a una reunión. Pensamos que nos iba a tirar de las orejas o exigirnos más, pero nos dijo ‘mañana nadie mira el minuto a minuto vamos a hacer el programa que sabemos hacer. Porque si miramos lo que hace el otro dejamos de hacer lo que sabemos‘”. Y obvio que siguieron ganando lejos su franja porque “la planilla se miraba para mejorar pero no para enloquecer”.
Todos los que lo conocieron destacan su capacidad enorme de trabajo acompañada de un talento igual. Podía hacer un ciclo radial con un estilo más profundo, producir un programa humorístico, actuar en otro cómico y escribir columnas impecables. En el diario donde escribían los editores se peleaban por sus notas. Es que no solo eran atractivas, también de una escritura tan perfecta que ni siquiera había que corregir una coma. Ernestina agrega un dato más. “No solo era un talentoso enorme, además podía combinar todo eso con una calidez increíble”.
Esa calidez era parte de su vida y no solo de sus equipos de trabajo. Andrea recuerda y extraña las reuniones en la casa familiar. Uno quizá imagina encuentros para conseguir publicidad o mejores condiciones contractuales, pero no. El matrimonio organizaba encuentros con Adolfo Castelo y Carlos Ulanovsky. Castelo solía dejarle mensajes desopilantes en su contestador, siempre jugando con el doble sentido como “El Dr Penetieso, el Dr Vaporano”. Pero también solían recibir a Carlos Bianchi con su esposa y a Emilio Disi con Elvira y a los padres del cole donde iban sus hijos Sacha e Ian.
“Jorge tenía claro que todo lo que hacía en tele, radio, en gráfica era su profesión y vocación. Pero que eso no era toda su vida. Que en la vida hay otras cosas además del trabajo y el éxito”. Andrea destaca que nunca perdía el sentido de la realidad, ni el eje. Hacía una vida normal. Llevaba a los chicos al colegio, a los partidos de fútbol, a los entrenamientos de tenis. Nos gustaba viajar, ir al cine”. Quizá por eso ante tanto lisonjero, el elogio que más le gustó se lo hizo un hombre en un garage: “Los únicos que son iguales a como los veo por televisión son Ricardo Darín y vos”.
Andrea deja de hablar de Jorge, el hombre que trascendió en los medios para abrir su corazón sobre ese hombre que la enamoró. “Pasamos 23 años juntos. Todos los calificativos que suenan horribles en otras parejas, en la nuestra eran maravillosos. Sentíamos un amor voraz, logramos un amor simbiótico que nos plenificaba”. Destaca que él no eligió a una mujer para que se quedara en su casa, criando a sus hijos sino alguien con vocación propia. “Yo decidí acompañarlo, compartimos todo como pares, pero yo tenía muy claro que él era el que brillaba y eso me hacia feliz”. Dice que junto a él vivió el amor en todas sus facetas, como familia, como pareja, como compañera laboral. Con una sinceridad que estremece admite que ante la prontitud de la despedida todavía “no entiende nada”, que ella pensaba que iban a estar juntos toda la vida pero una vida mucho más larga. Hoy el gran motor son sus hijos, Sacha e Ian, pero no puede evitar sentir que la melancolía ya es parte de su adn. ¿Cómo no entenderla? Solo los que vivieron/vivimos un gran amor saben el interminable abismo de pena que implica perderlo.
Quizá por eso se entiende cuando Andrea dice que siente que le quedó “inconclusa la vida”. Es que ante la partida de un ser como Guinzburg dan ganas de encarar a Dios, al destino o a quien corresponda para pedirle explicaciones o decirle que se equivocó y que por favor, nos lo devuelva aunque sea un ratito. Pasaron 12 años, pero ¡la pucha!, cómo se lo extraña.
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