El día que Claudia Schiffer compró una mansión de cinco millones de dólares, sin saber que estaba embrujada

En el 2010 la super modelo alemana y su esposo, el director Matthew Vaughn, adquirieron una casa en las afueras de Londres. Sin embargo encontraron algunas sorpresas

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Como tantas parejas de todo el mundo una mujer y su novio deciden comprar una casa en las afueras. Claro que a diferencia de tantas parejas el costo no es un problema para ellos porque son millonarios. Las ofertas de mansiones son varias y los agentes inmobiliarios se muestran solícitos y amables, un poco por oficio y otro poco porque saben que la comisión que logren por la venta será excelente. Profesionales y discretos, si alguno miró de reojo a la mujer seguramente lo disimuló. Es que resultaba imposible no observar a esa mujer imponente que alguna estuvo entre las modelos mejor pagas del planeta y fue considerada uno de los seres más bellos del mundo: Claudia Schiffer.

 Claudia Schiffer y Matthew
Claudia Schiffer y Matthew Vaughn

La modelo alemana, protagonista de mil portadas de revistas y que hizo de su imagen una marca registrada junto a su entonces novio, el director de cine Matthew Vaughn buscaban una casa para comprar. Cuando vieron esa mansión estilo Tudor en las afueras de Londres y rodeada por un parque de 800 metros no lo dudaron. Era el lugar que soñaban, luego de varias conversaciones y un pago de cinco millones de dólares la casa fue suya… y sus misterios también.

La mansión se veía maravillosa. Construida en 1574 se conservaba de manera impecable. Los propietarios les narran que la reina Isabel I fue una de sus huéspedes y que el lugar sirvió de refugio a los sacerdotes católicos perseguidos por Enrique VIII. Sus jardines inmensos resultan el marco ideal para la boda entre el director y la modelo. La vivienda cuenta con 14 dormitorios, suficientes no solo para que duerma el matrimonio también los tres hijos que van llegando, Caspar, Clementine y Cosima y sus numerosos invitados.

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Al principio el matrimonio vivía en Londres y se instalaba en la residencia los fines de semana pero pronto decidieron que sería su lugar permanente. Aquerenciados y felices realizaron varias reformas pero manteniendo el espíritu de la casa. Compraron varias obras de arte modernas, introdujeron toques de color y exhibieron en un lugar de privilegio una obra de Andy Warhol comprada por Claudia en sus tiempos de agenda completa en desfiles. Prácticos tapizaron los muebles con rústicas telas para que los perros pudiesen andar tranquilos y los chicos anduvieran con las manos sucias de barro sin pensar en sofás arruinados.

Todo era idílico pero cuando se terminaron las reformas, acabó el ruido de los albañiles y la noche avanzaba en silencio, extraños hechos comenzaban a ocurrir. Los equipos de música se encendían sin que nadie los hubiera tocado, puertas que estaban cerradas se abrían y otras abiertas se cerraban, además se escuchaban ruidos inclasificables. La familia se encontraba entre atemorizada, sorprendida y sugestionada.

Un poco por broma y otro poco por precaución, el matrimonio decidió contactar a The Ghost club, una sociedad fundada en 1862 y dedicada a la investigación de fenómenos paranormales y sobre todo de aparición de fantasmas. Uno de sus miembros aseguró que los ruidos extraños que sentían eran culpa de Penélope, una joven que solía pasar sus vacaciones en esa casa en… 1575 y que cinco siglos después mantenía la misma costumbre.

Ante esta historia algunos amigos de la pareja les aconsejaron vender la mansión pero el matrimonio prefirió llamar a un equipo de exorcistas. Mientras duraba el ritual la familia se mudó a Londres. Cuando los especialistas terminaron su trabajo, la familia volvió a su mansión. Aparentemente no solo el espíritu de Penélope andaba por la casa, también había dos cuadros malditos que fueron removidos.

Desde entonces los ruidos cesaron y Claudia y su familia viven tranquilos rodeados de historia antigua y arte moderno. Dicen que en las noches de invierno cuando reciben visitas, el pasatiempo favorito del matrimonio es prender la chimenea, servir un brandy y contar las historias de los fantasmas que habitan en la casa ya que aseguran hoy son grandes amigos.

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