"Voy a tatuarme la piel, tu inicial porque es la mía / pa' acordarme para siempre y recordarlo toda la vida / de lo que me hiciste un día, de lo que me hiciste un día". El uso del autotune sobre estas frases deshilachó los versos para doblarlos, triplicarlos y otorgarles un nivel más de dramatismo. Y en lugar de deformar y estandarizar, aquí es donde se expusieron gran parte de las virtudes de esa voz.
"A ningún hombre" es el final del álbum "El mal querer", pero la mitad del show de Rosalía en el Lollapalooza. Desde que se editó en noviembre de 2018, el disco sorprendió en todo el mundo tanto por su original producción -en la que el flamenco se transforma, a través del trap y la electrónica experimental, en un nuevo lenguaje pop- como por su guión.
Es una historia en once capítulos sobre un amor de pareja que, por el accionar del hombre, se vuelve tóxico, tortuoso y trágico, hasta que la mujer decide soltarlo y empoderarse. Solo una mujer podría comprenderlo su total dimensión, pero también puede servirle al hombre como manual de deconstrucción.
Así es como la catalana Rosalía Vila Tobella se terminó de convertir en una estrella global y en el escenario Tito's Handmade Vodka la esperaba una multitud, mayormente femenina y queer. La puesta en escena impacta desde el comienzo, ya que la cantante se pone a la misma altura de sus bailarinas, "las 8 rosas" (aunque últimamente son seis): las dirige bailando los mismos pasos y está al control absoluto de sus movimientos -virtud que muy pocas estrellas pop pueden ostentar-, rematando cada emcoreo/em con un taconeo. La conexión termina de quedar manifiesta a medida de que va subiendo "Bagdad", cuando un hilo rojo las ata y une a las siete en una misma plataforma.
También está secundada por El Guincho -uno de los productores más importantes de la música urbana española de los últimos quince años-, manipulador de las bases, las pistas, los teclados y un redoblante, casi a la usanza de lo que suena en las calles del centro de Chicago: en cada esquina hay un percusionista aporreando un tacho de pintura vacía con un ritmo, una gracia y una monotonía tribal, a cambio de propinas.
Además, dos coristas y dos palmeadores aportan el aspecto flamenco de la cuestión, algo que está presente en cada momento pero se acentuó especialmente en la inédita "De madrugá" y en "Que no salga la luna". Y, por sobre todo, cuando le pidió silencio a la multitud para interpretar a capella el estándar "Catalina". Aquí demostró de todo lo que es capaz su garganta -llegando a rangos extremos sin perder la afinación- pero también en lo gestual, con la convicción de quién vivió lo que canta: su actuación la deja ver vulnerable, que está sufriendo los versos que salen de sus labios, que su cara bonita está a punto de romperse en llanto.
Su outfit urbano en verde manzana, similar al que suele utilizar Lali Espósito en vivo, revelaron parte de sus curvas, que las bambolea sabiendo que las tiene y que son objeto de deseo. Lo hace como si fuera una torera, pero también tiró una de stripper: al final de "Brillo", canción de J Balvin en la que colaboró, se derramó sensualmente una botella de agua sobre el pelo y el cuerpo.
Con el público del festival en la palma de su mano, bajó al foso a pedirle a la primera fila apostada contra el vallado que le diera los coros necesarios para "Aute Cuture" ("madre mía, Rosalía, bajalé") y también aprovechó para hacer hablar en español a la multitud, pidiéndole que le devuelvan los "olé, olé". Fue el otro triunfo "hablado en castellano" del Lollapalooza, después de la performance del sábado de J Balvin. Ese fue el pie para rematar la faena interpretando "Con altura" y "Malamente", los dos hits más importantes del idioma en la actualidad.
La eclipsada Ariana Grande y el "tapado" de Perry Farrell
De repente, la bola blanca que se había inflado en el centro de la pantalla principal del T-Mobile, se volvió amarilla, después negra y por último, rojo fuego. Así comenzó el show de Ariana Grande, el último de Lollapalooza Chicago, con el efecto de un eclipse total solar que de alguna manera afectó su performance. También con un mensaje de "girl power", evidente en canciones como "God is a Woman" -con la que abrió- y "Thank u, next" -la última-, nunca logró despegar de la planicie por la que se maneja.
Su voz no es particularmente virtuosa ni tiene algún color distinto, se "esconde" mucho en su numeroso cuerpo de bailarinas y, a la hora de ponerle el cuerpo a la interpretación, repite viejos trucos del pop, como el baile sexy para atraer al chico atado a la silla en "Break Up With Your Girlfriend, I'm Bored".
Sin embargo, las y los fans deliraron en "Boyfriend", estreno en vivo de la canción editada el viernes pasado junto a los raperos-pop Social House, convidados a su escenario. Otro momento vivido con éxtasis fue el de "7 rings", al nivel que una chica de no más de quince años que estaba entre el público hizo dos verticales para celebrarla.
En otro sector del predio, entre los árboles, estaba el escenario American Eagle. Vestido con arbustos artificiales, allí se presentó Perry Farrell, el "dueño del circo", junto a su Kind Heaven Orchestra. "¿Quién tuvo la idea de programar tu show a la misma hora que el de Ariana Grande, Perry? ¿Tal vez un enemigo?", le consultó Infobae al ex Jane's Addiction, que respondió: "Fue idea de mis compañeros de C3 -la productora del festival-. Pero creo que me hicieron un favor", dijo riéndose.
Con doce personas sobre el escenario, incluyendo a su mujer Etty Lau Farrell, se trató de un happening en el que entraban y salían personas, en la que todos se abrazaban y se trenzaban en una orgía musical, con Perry de capitán y poniéndole la voz principal a canciones de distintas etapas de su carrera: "Mountain Song" (Jane's Addiction), "Tahitian Moon" y "Pets" (de Porno For Pyros), también algunas canciones nuevas e incluso "I Got a Right", cover de The Stooges.
Todos los shows de Lollapalooza contaban con un reloj en el escenario, dando la hora como referencia tanto para el público como para la banda. Y estos horarios siempre fueron respetados a rajatabla, nunca nadie se pasó de lo que tenía. Eran las 10.02 cuando sonó el último acorde sobre el último golpe de batería de la Perry Farrell's Heaven Orchestra -que durante la jornada también tocó de sorpresa frente a la fuente de agua que está en el centro exacto del predio, y también en el vip Lolla Lounge-. Fue el único recital que se extendió más de lo permitido. El único que podía tomarse esa licencia. "Nosotros volveremos el año que viene a Chicago, ¿y ustedes?", preguntó Perry poco antes de que se encendieran las luces, indicando la salida.
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Las banderas de Estados Unidos, Argentina, Alemania, Brasil, Suecia, Chile, Francia, una por cada una de las sedes mundiales de Lollapalooza, le dieron la bienvenida al público en el corredor que hacía de entrada principal al Grant Park. Ahora el saludo era el inverso: llegó la hora de la despedida, después de cuatro días intensos y cargados de estímulos. La gira Lollapalooza continúa en Berlín, el 7 y 8 de septiembre. Ya en 2020, la primera parada será en Buenos Aires, Argentina, los días 27, 28 y 29 de marzo.