El impacto de la tecnología en el medio ambiente es una preocupación creciente en la sociedad. Según la Agencia Internacional de Energía, los centros de datos y las redes de transmisión de datos representan hasta el 1,5 % del consumo global de electricidad.
Este dato ilustra cómo algunas actividades digitales cotidianas como publicar una fotografía en Instagram o consultarle una pregunta a ChatGPT, tienen un peso ambiental considerable.
De hecho, un video de 15 segundos grabado en 2015 y almacenado en una herramienta como iCloud o Dirive de Google ha generado aproximadamente 100 gramos de CO2. Si bien puede parecer una cantidad insignificante, al multiplicarse por la gran cantidad de datos similares almacenados globalmente, el impacto colectivo es alarmante.
La ubicación de los centros de datos también juega un rol crucial. En Estados Unidos, por ejemplo, un servidor en Ohio puede generar hasta cinco veces más emisiones que uno en Oregón, dependiendo de la fuente de energía utilizada para su funcionamiento.
Un centro de datos es una instalación especializada que alberga un gran número de computadoras de alto rendimiento y equipos de almacenamiento y procesamiento de datos. Estos centros son fundamentales para el funcionamiento de internet y de muchas empresas y organizaciones, ya que manejan y almacenan enormes cantidades de información.
Cómo reducir el impacto ambiental negativo
La conciencia ambiental en torno a nuestros hábitos digitales ha impulsado el surgimiento del ambientalismo digital. Acciones como no reproducir videos cuando solo se necesita el audio, cancelar suscripciones a boletines no leídos o acceder directamente a sitios web en lugar de usar motores de búsqueda son prácticas recomendadas para reducir la huella de carbono digital.
Sin embargo, la efectividad de estas medidas individuales sigue siendo un tema de debate. Expertos como Mike Berners-Lee sugieren a The Atlantic que, aunque importantes, las acciones individuales se quedan cortas frente a la necesidad de cambios sistémicos.
Qué iniciativas adelantan las grandes empresas tecnológicas
Apple se ha comprometido a alcanzar la neutralidad de carbono para 2030, superando el objetivo de Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) de lograrlo en 20 años. Desde 2015, ha reducido sus emisiones en más del 55% en toda su huella de carbono.
La empresa implementa diversas estrategias para minimizar su impacto ambiental negativo, incluyendo el uso de energía renovable, el diseño de productos más eficientes y sostenibles, y la mejora en los procesos de reciclaje y reutilización de materiales. Apple busca reducir las emisiones en toda su cadena de suministro y operaciones, promoviendo prácticas más sostenibles en la industria tecnológica.
Por su parte, Amazon destinó 20 millones de euros a proyectos de conservación y recuperación ambiental en Europa, a través de su fondo Right Now Climate Fund. El primer beneficiario fue Parco Italia, un programa forestal urbano en Italia que planeó plantar 22 millones de árboles en 14 áreas metropolitanas, uno por habitante de cada área.
Este proyecto fue parte de un esfuerzo de reforestación e investigación liderado por la Sociedad Italiana de Silvicultura y Ecología Forestal, la Fondazione AlberiItalia y el estudio de arquitectura Stefano Boeri Architetti. Amazon buscó mejorar las condiciones ambientales de las comunidades donde operaba con estas iniciativas.
Microsoft en 2023 aumentó sus tasas de reutilización y reciclaje de hardware de la nube al 82% y continuó avanzando hacia su objetivo del 90% para 2030. También redujo los plásticos de un solo uso en todos sus empaques a un 3.3% y está en camino de eliminarlos completamente para 2025.
Si bien las grandes empresas tecnológicas adelantan proyectos ambientales, el panorama sigue siendo desafiante. El IPCC establece que existe una probabilidad de más del 50% de que la temperatura global aumente 1.5 °C entre 2021 y 2040. En una ruta de altas emisiones, este umbral podría alcanzarse antes, entre 2018 y 2037.