Los viajes espaciales han sido un atractivo para el ser humano, desde que a mediados del siglo XX se inició una carrera con la extinta Unión Soviética y Estados Unidos como protagonistas. Cada año se escuchaba como uno u otro país superaba a su rival geopolítico, ya sea con el envío de un nuevo satélite o, en el caso del país norteamericano, en 1969 con el primer alunizaje en la historia de la humanidad.
Sin embargo, estos grandes hitos han hecho que las personas dejen de sorprenderse con pequeños detalles de la vida en el espacio que, aunque en la Tierra parecen ser acciones diminutas y cotidianas, fuera del planeta han requerido de técnicas y análisis científicos exhaustivos para ser una realidad.
Por ejemplo, la forma en la que los astronautas pueden escribir en el espacio es de esos cuestionamientos que muy pocas personas se hacen, asumiendo que es algo que no tiene mayor ciencia. Sin embargo, sí que la tiene y, aunque se pueda considerar como sencilla hoy en día, fue todo un hito a finales de los 60s cuando se usó el primer bolígrafo espacial (o Space Pen) durante la misión Apolo 7 que se desarrolló en 1968.
El bolígrafo, conocido también como The Fisher Space Pen en memoria de su creador, Paul Fisher, fue toda una revolución en medio de los viajes espaciales, pues escribir con un bolígrafo ordinario era una tarea casi que imposible en medio de la ingravidez del espacio.
“Los bolígrafos originales eran terribles”, explicó Cary Fisher, presidente de la empresa Fisher e hijo de Pau.
De acuerdo con Cary, los bolígrafos que se usan en la Tierra no pueden ser usados fuera de ella, teniendo en cuenta que la gravedad cero no ofrece presión alguna con la cual dirigir la tinta hasta la bola en la punta del bolígrafo, lo que ocasionaba que esta goteara, se saltara del artefacto o simplemente terminara secándose.
“Para resolver el problema, su padre, que ya había inventado la primera recarga de cartucho de tinta universal, estaba trabajando en un cartucho sellado con nitrógeno presurizado en la parte superior empujando un pistón diminuto contra la tinta. Pero la presión hizo que los bolígrafos se filtraran”, indica la NASA, por medio de un comunicado.
Sin embargo, la Agencia Espacial de Estados Unidos sabía que, a pesar de aún no concretar una idea estable para poder escribir en el espacio, el método de Fisher era el camino para poder llegar al bolígrafo que se tiene hoy en día, solamente era hallar el ajuste necesario; lo que finalmente logró.
“Con el interés de la NASA estimulándolo, finalmente (Fisher) lo logró cuando agregó resina a la tinta para hacerla “tixotrópica”, casi sólida hasta que la fricción con la bola en la punta del bolígrafo la licuó. Llamó al resultado AG7, por antigravedad, y envió varios a la NASA”, añadió el ente “espacial”.
Así, después de varias pruebas realizadas por la NASA, la misma decidió, en 1968, que era momento de dejar de ver el Space Pen como “un prototipo” y observarlo como lo que realmente era: “un producto seguro y confiable”.
En consecuencia, desde la misión Apolo 7 hasta la fecha, es precisamente este artefacto el que cargan los astronautas durante sus misiones con el fin de registrar cada uno de los incidentes que ocurren al interior de sus naves o durante sus recorridos fuera de estas.
Finalmente, a la pregunta: “¿por qué no usar lápices para escribir en el espacio?”, la NASA explica en su documento que, aunque pareciese una opción fiable y que en realidad se usó durante varias misiones, es una alternativa poco segura, “porque la mina podría romperse fácilmente y flotar, creando un peligro para los astronautas y los dispositivos electrónicos sensibles de la nave espacial”.
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