El padre José Mario Pantaleo fue un cura católico que llegó muy joven desde Italia y se instaló en Argentina en busca de su misión sacerdotal. Trabajó en hospitales y en pequeñas parroquias. Siempre cerca de los pobres. Luchó hasta conseguir un pequeño terreno en González Catán, en el sur del conurbano bonaerense, en el que trabajó dura y solitariamente para levantar una pequeña casa en la que poder dar misa a los más humildes.
Hasta acá, la historia de un cura que decidió seguir esa voz que le pedía acompañar a los que menos tienen. Hubo muchos así, pero lo que sustenta y explica la enorme fama cosechada en todo el país por "el Padre Mario", fue un don y una capacidad, reconocida por mucha gente, para diagnosticar y aliviar el sufrimiento de las personas. "Milagros", dirán algunos, a medida que la fama crecía.
El Padre Mario es recordado por ser un “cura sanador”, capaz de aliviar el sufrimiento de las personas a través de la imposición de manos
Pero esto no sería todo: a esa tarea de "sanación" que lo fue popularizando decidió añadir una obra que trascendió la misión sacerdotal en aquel humilde barrio de Villa Carmen.
En 1975, poco tiempo después de celebrarse las primeras misas, Pantaleo abriría una guardería para los niños que quedaban solos cuando sus padres salían a trabajar o a buscar empleo. Esto también obraba como herramienta de contacto y diálogo permanente con los adultos.
Para los niños se puso también en marcha una escuela primaria en espacios provisorios mientras se construían los edificios. Cuando la primera promoción egresó, la escuela secundaria estaba terminada.
Entre 1976 y 1992, año de la muerte del sacerdote, se construyó gran parte de una obra que hoy alcanza los 15 mil metros cuadrados. Allí, luego del jardín, la guardería y la escuela, vendrían un colegio secundario, un instituto terciario y universitario, un centro de formación para que unas 300 personas aprendiesen oficios, un predio para la tercera edad, en el que los abuelos realizan distintas actividades como artes plásticas, computación y hasta deportes; un centro de formación para chicos con discapacidad que reciben clases de cocina, jardinería, marroquinería y mosaiquismo; una policlínica Cristo Caminante, que brinda sesenta mil prestaciones anuales, con más de veinte especialidades médicas; y un polideportivo en el que, entre otras disciplinas, se practican fútbol, natación, básquet y vóley, con canchas en perfecto estado, bajo techo y al aire libre.
En su Fundación hoy funciona una guardería, un jardín de infantes, un primario, un secundario, un instituto de oficios, un terciario y un instituto universitario
Hoy son dos las organizaciones que, jurídicamente independientes, se reparten la tarea de continuar con la misión del padre Mario: la Fundación Presbítero Mario Pantaleo y la Fundación Nuestra Señora del Hogar. Toda la obra se sostiene con el apoyo de casi 25 mil aportantes, donaciones de particulares y de algunas empresas.
A más de un cuarto de siglo de su muerte, la misión sanadora de sus manos ha cesado. Pero su obra continúa con el mismo compromiso y la misma solidaridad que su obstinado e inagotable fundador le diera desde el primer momento en que decidió ponerse al servicio de los más humildes.
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