El oficial inspector Sergio Ariel Liendo, de la subcomisaría Abilene, llegó a la casa de la calle 5 del country Villa Golf, en Río Cuarto, provincia de Cóprdoba, cerca de las 18.35 del 26 de noviembre de 2006. En ese momento, el policía tenía 32 años y escaso conocimiento en la preservación de la escena del crimen. No contaba, siquiera, con la cinta para delimitar el perímetro.
Media hora antes, el policía cordobés había recibido un llamado en el que le comunicaron un posible caso de suicidio en una de las casonas del exclusivo barrio privado. En el lugar ya estaban el sargento Jorge Heredia, quien cumplía servicio adicional en el lugar, y Néstor Alfredo Suárez, ex cuñado de Marcelo Macarrón, el viudo.
Dentro de la casa, esperaba el cadáver de Nora Dalmasso, tendido sobre la cama de una plaza de su hija, con el cinto de su bata anudado alrededor de su cuello.
El oficial inspector ingresó por una puerta trasera de la vivienda, abierta. No observó marcas forzamientos en la abertura, ni desorden en la planta baja. Subió al primer piso y percibió el olor de un cuerpo en descomposición que emanaba desde una de las habitaciones de los pasillos.
Al entrar, vio a la mujer recostada de costado sobre la cama de madera, con su cabeza orientada en forma diagonal en la cama, apoyada contra la pared opuesta a la puerta y al lado de una ventana que tenía postigos y vidrios cerrados.
Liendo, de acuerdo al sumario posterior, notó “los cabellos castaños claros” de la víctima, que tenía “el torso superior descubierto con los senos visibles, la parte inferior del tronco y las piernas tapadas con una sabana, dejando ver parte de una pierna y el pie de la otra”.
“Ese cuerpo femenino presentaba los brazos abiertos hacia los lados, el rostro agrisado, tenía sus ojos abiertos y presentaba una especie de cinto de bata de tela de toalla de color blanco, anudado al cuello, con esa región amoratada”, dijo al declarar ante el ayudante del fiscal Javier Di Santo, el primer instructor de la causa, horas más tarde.
En esa habitación, según la percepción del policía, tampoco había desorden. Comunicó la novedad a sus superiores. Heredia le indicó, entonces, que se trataba de la esposa del médico Macarrón, quien regresaba, en ese momento, de Punta del Este.
Poco después, se sumó al grupo el médico policial Juan Enrique Ribecky, quien constató la muerte, un paso que debe hacerse por protocolo, puesto que el deceso era más que evidente. Luego, se requirió la presencia de efectivos de Criminalística. No parecía ser un caso de suicidio, una hipótesis que circuló, incluso, hasta el día siguiente.
Di Santo y su secretaria Valeria Savino llegaron más tarde, al igual que personal del Cuerpo Forense Judicial. El sargento ayudante José Cristóbal Palma se avocó a las tareas de planimetría y fotografía, mientras Liendo se dedicó al labrado de actas de inspección, ocular, croquis y de secuestro de los elementos que los funcionarios judiciales y detectives de la División Investigaciones de la Policía de Córdoba le indicaban.
Entonces, dibujó el sillón tipo puff de color azul, sobre el cual se encontraba extendido un jean, la bata de toalla color blanco que se encontraba a los pies de la víctima que, intuyó, se correspondía con el cinto que aprisionaba su cuello. Anotó, además, la malla tipo bikini rosa que se hallaba en el mismo sitio.
Un paquete de 10 cigarrillos Marlboro, dos fundas de celulares, dos pulseras, una cadena de plata con un trébol de cuatro hojas, una bolsa de cartón con billetera y varios papeles, el control remoto de un televisor y un celular Motorola fueron parte de la ilustración, al igual que un “tarrito de vaselina” y un encendedor. Todos esos elementos fueron guardados en bolsas de consorcio, como evidencia “C”.
Los forenses incluyeron en el grupo objetos que Liendo no incluyó en la ilustración: el reloj Rolex blanco y los siete anillos que llevaba la víctima fueron parte de ese grupo.
En el resto de la casa, los peritos levantaron dos diarios del Puntal del hall de entrada; una nota dirigida a Dalmasso de una de sus amigas, que le pedía confirmar su presencia en una cena, hallada en la mesa de la cocina, donde también encontraron colillas de cigarrillo.
Todos estos elementos fueron colocados dentro de una bolsa de consorcio identificada con la letra “A”. Un jean, una remera verde y un cinturón con tachas que descansaban sobre un sillón. Papeles y pelos identificados como “secuestro 8″ fueron a parar a otra bolsa clasificada “B” por los peritos.
En un sobre -rubricado secuestro N°2- fue colocado un cepillo para el cabello.
Luego, colocaron en sobres de plástico evidencia muy relevante: un pelo encontrado en un cenicero (secuestro N° 10), otro de la pileta del baño (secuestro N° 8); un tercero del brazo derecho (secuestro N° 1) y un cuarto del brazo izquierdo (secuestro N°2).
Bajo el rótulo de “secuestro N°3″, guardaron el vello púbico hallado en la zona inguinal de la víctima y que, según pudo determinar un cotejo de ADN reciente, pertenecería a Roberto Bárzola, el parquetista que asistió a la vivienda para pulir los pisos del living y ahora es señalado como el principal sospechoso de un homicidio tras un abuso sexual.
Los pelos junto a una sábana “de arriba”, otra “de abajo”, la bata, su cinto, una funda de almohada y el cinto fueron guardados en una cuarta bolsa, marcada con la “D”.
Todos los elementos, parte del sumario 1915/06, fueron entregados a la médica forense Virginia Ferreyra.
En el cinto, 18 años más tarde, se identificó el rastro genético de Bárzola.
La declaración en el juicio contra Macarrón
Liendo, con jerarquía de comisario en la actualidad, fue uno de los testigos que declararon en el juicio contra el viudo, que resultó absuelto por el homicidio. El 23 de marzo de 2022 se presentó ante el jurado popular.
“En esa época no existían los protocolos que existen actualmente; con lo que se tenía en el momento a las cosas las embolsé, las traté de preservar y guardarlas lo mejor posible, que se mantuvieran hasta que las entregara con lo que tenía; no había un protocolo, como a lo mejor hay ahora, para distintos tipos de pruebas, ya sean húmedas, secas...”, argumentó.
El defensor de Macarrón en el debate, Marcelo Brito, quiso saber más sobre sus conocimientos. “¿Sabe usted que hay normas relacionadas con dicha preservación que específicamente se refieren al modo de tratamiento del secuestro de vellos púbicos y pelos?, ¿sabe?”, le preguntó el abogado.
“¿Me repite? Porque no le entendí bien“, respondió Liendo. Y Brito insistió: ”Le voy a preguntar con su experiencia, ¿en algún curso, de estos que usted hizo en su carrera policial, le fue enseñado que existen ciertos protocolos nacionales e internacionales para la preservación de vellos púbicos o de pelos en general?“.
“No”, admitió el oficial que estuvo a cargo de la preservación de la escena. Al mismo tiempo, reconoció, 18 años más tarde, aún desconocer el principio de intercambio de Locard, que sostiene que el autor de un crimen deja algo en la escena y, al mismo, saldrá con algo de ella.
Liendo también relató que se quedó toda la noche en la casa del country y que comió un sándwich junto a un compañero en la mesa de vidrio de la cocina, donde se habían buscado huellas.
“Llevé vaso y cubiertos de la comisaría. Sobre el mismo papel, hicimos como un mantel; comimos ahí arriba, volvimos a envolver; no usamos nada, nada”, aclaró.
Por último, recordó que llegó al lugar en patrullero y que no llevaba cinta perimetral.