La historia del sicariato en Argentina llegó a su punto más alto en la madrugada del 28 de octubre de 2019, cuando un comando de asesinos perfectamente cronometrado mató en Quilmes a Diego Xavier Guastini, contador, financista, valijero, cuevero. Allí, una camioneta Toyota Hilux que circulaba con una patente falsa le cortó el paso mientras viajaba en plena noche con su Audi A4, a pocas cuadras del edificio de la Municipalidad, no muy lejos de su departamento. De inmediato, el tripulante de una moto disparó tres veces a través de la puerta y el vidrio del asiento de conductor del auto con balas calibre 9 milímetros. Luego, huyó, para perderse en una villa cercana. Llegó la alerta, luego una ambulancia. Guastini fue trasladado al Hospital Iriarte donde finalmente murió por sus heridas.
Dentro del Audi, la Policía Bonaerense encontró la pistola del financista, una Glock calibre 40 encima, que nunca disparó.
El crimen llamó la atención de inmediato en las diversas frecuencias de la ley y el hampa, porque no matan a cualquiera de esta forma. La identidad de la víctima pasó de boca en boca entre los conocedores, que abrieron los ojos con atención. Conocían a Guastini por nombre, por su fama: el nombre del financista atravesaba la podredumbre del gran juego del delito, vinculado a policías como Adrián Baeta, un teniente de la Bonaerense hoy detenido, acusado de fraguar el fiasco del operativo “Leones Blancos” con el fiscal Adrián Scapolán.
Baeta, por ejemplo, fue el primer en llegar a la escena del asesinato de Guastini, mientras sus colegas de la Bonaerense que intervenían en la escena apagaban el iPhone del contador quizás por un error involuntario, lo que atrasaría meses la investigación gracias al sistema encriptado del aparato, con un software diseñado para destruir mensajes.
El financista tenía una cueva en la calle Florida al 500 que atraía a clientes sórdidos de todo tipo. Guastini les proveía un servicio muy particular, una mezcla de courier y clearing bancario de plata negra: había conformado un negocio de transporte global de plata oculta en valijas. Usaba a jubilados de la zona sur, pastores evangélicos, panaderos, almaceneros, gente a la que un oficial de Aduana mira en un aeropuerto sin sospechar, casi como La Mula, el personaje de Clint Eastwood. Era al menos eficiente en su negocio: las mulas de Guastini, según determinó la Justicia, podían mover 250 mil dólares en un solo viaje de Buenos Aires a Roma. El 20 de septiembre de 2018, un año antes de que le mataran, el contador había firmado un juicio abreviado en el Tribunal en lo Penal Económico N°1, donde recibió la pena de tres años de prisión en suspenso.
Se sabía que Guastini usaba lo que sabía como moneda de cambio con la Justicia, que era un buchón. Su muerte llamó la atención más todavía en la PROCUNAR, el ala de la Procuración que investiga delitos narco. Allí, en el edificio de la Procuración en la calle Presidente Perón, un año antes de su muerte, Guastini se sentó vestido con su camisa Tommy Hilfiger y su campera Moncler para relatar ante la PROCUNAR su verdadero negocio: las estructuras que creaba para traficantes como Erwin Loza -que compró la Ferrari Spider que fue propiedad de Diego Armando Maradona- y Carlos Atachahua, los grandes exportadores narco del país.
Guastini era un informante complejo, difícil de controlar. Negaba cualquier vínculo con la droga -”yo solo toco plata”, era su latiguillo-, mientras la PROCUNAR insistía con implementar una custodia para protegerlo. El contador la rechazaba por el simple motivo de que su cueva financiera en el microcentro, que luego sería allanada por Gendarmería, todavía estaba en funcionamiento. Andar con un policía al lado, desde ya, era malo para el negocio.
Hoy, cinco años después, no hay pistas firmes para encontrar a su asesino, o al ideólogo de su muerte. No se sabe siquiera por qué lo mataron. Hay un detenido, Marcelo Fabián Padovani, arrestado por la PFA a fines de junio de 2021, acusado de conducir el auto que lideraba al comando que mató al financista en Quilmes. Padovani es un personaje curioso. Ex empleado de una reconocida empresa de espectáculos, era investigado en una causa narco a cargo del fiscal Sergio Mola en Lomas de Zamora. Preso en Devoto, hoy espera ir a juicio por su presunto rol en el crimen, con una audiencia preliminar realizada en las últimas semanas.
El expediente para esclarecerla muerte hoy está en manos de la fiscal Karina Gallo. Cinco años después no hay avances significativos. Padovani mantiene su silencio. Incluso, entretuvo la idea de ser juzgado por un jurado. El policía Baeta nunca dijo nada tampoco, si es que lo sabe. Los grandes traficantes para los que el contador trabajaba. Había rumores en Quilmes, de que lo habían matado “los mexicanos”. La Justicia, curiosamente, registró varios viajes de Guastini a México, donde tenía más negocios.
En todo caso, quedan las confesiones de Guastini mismo: colaboró con la PROCUNAR en al menos cinco causas penales. Infobae accedió a ellas en forma completa, publicadas en esta nota por primera vez.
Canción número uno: Carlos Atachahua
Para entender a Carlos Atachahua, es clave entender cómo funciona el narcotráfico en Argentina. Una cosa son, por ejemplo, Los Monos y otros capos de Rosario, grandes empresarios del menudeo. Otra, los grandes exportadores. Guastini, precisamente, operaba para los grandes exportadores que envían droga a Europa. En 2020, el juez Pablo Yadarola procesó a Atachahua con prisión preventiva y $10 mil millones por operar un andamiaje de contrabando de droga entre Bolivia e Ituzaingó.
La delación de Guastini fue clave para la causa:
“Es uno de los clientes, tal vez el más importante con el cual yo operaba en la estructura que armé para contrabandear dinero desde distintos países de Europa”, al que conoció en 2002 en su cueva de Florida y Lavalle. “Era uno de tantos clientes que operaban con nosotros, que empezó a resaltar entre los mismo porque se acercaba a nuestro local, que en ese momento era un local minorista, atendía al público directo y se presentaba con grandes cantidades de billetes de euros que no es habitual”, para cambiar por dólares. Luego, llegaron los viajes del clearing bancario de Guastini, rumbo a España e Italia, Madrid y Milán. Allí, Guastini recordó fechas y nombres.
Al crecer la confianza, Atachahua, siguió Guastini, “me comienza a plantear la necesidad de encarar algún tipo de negocio lícito que le permitiera a él acá estar tranquilo y tener un trabajo, entonces empezamos a analizar varias alternativas de inversión. Como él era una persona que estaba todo el tiempo viajando entre Perú y Argentina y también en Bolivia, me pide que nos focalicemos en el negocio de las playas de estacionamiento”. Así, conformaron una empresa y compraron una playa de estacionamiento en la calle Rosario, por dos millones de dólares, “plata que traía de Europa, con bolsos en efectivo”. En los negocios con Atachahua, incluso, Guastini introdujo a miembros de su familia como prestanombres.
Luego, conformaron otra empresa, Rosgar S.A, para la segunda cochera, en Rosario al 700: “Cinco millones de dólares en efectivo”, dijo Guastini, acompañado de su abogado, con la paz que lo caracterizaba, con las llaves de su Audi en la mesa. La ruta era siempre la misma: euros que venían de Europa, cambiados aquí por dólares, convertidos en ladrillos. Atachahua, nacido en Perú, ambicionaba con pasar de ser un presunto narco a un empresario. “De hecho cada vez que hubo un blanqueo, bueno, ustedes lo van a poder ver, blanqueó sumas importantísimas de dinero. La idea de él era, con el transcurso del tiempo, llegar a ser un empresario y ser una persona totalmente blanca”, definió Guastini a su cliente.
Atachahua, un estratega, decía que “hace 13 años que trabajaba en el país”, luego de que le encontraran un kilo en su baúl en Perú. Pensaba que “el negocio estaba cambiando y que había que corporativizarlo, había que sacarlo de las villas”, recordó su lavador. También, habló de una supuesta cadena de producción en la zona peruana de Ayacucho, habló de la familia del capo, incluso.
También, habló de las exportaciones:
“Había un grupo de Barcelona. El negocio les resultó muy efectivo porque lo trabajaron prácticamente 7, 8 años. Mandaba la droga a Uruguay y lo que él me contaba es que la droga salía, que la droga viajaba o que la exportaban a Europa en un barco muy seguro, que era un barco hospital que estaba en la órbita de las Naciones Unidas, por eso al barco no lo revisaban y ese barco llegaba a Europa”.
Como informante, Guastini cantó en otras tres ocasiones ante la PROCUNAR sobre sus negocios con Atachahua. La última ocurrió el 18 de octubre de 2019, diez días antes de ser asesinado.