No es raro que le disparen a la policía a la vera del rio Matanza, una frontera sin ley a cuarenta minutos en auto de la Casa Rosada, regida por cowboys del paco bonaerense. En el verano de 2021, por ejemplo, Federico Julio López, un efectivo de la Federal, recibió un tiro en el cráneo en el Barrio Fátima de González Catán cuando realizaba una vigilancia encubierta a una banda de dealers. Lo vieron y le tiraron sin piedad. El martes 3 de este mes, un grupo de efectivos de la DDI de La Matanza soportó varios disparos en la calle Risso Patrón, zona de Laferrere, a la vera del rio, mientras entraban por un campo. Buscaban allí a dos mujeres perdidas, Vanesa Alejandra Lachmañuk, de 28 años, y Ayelén Alejandra Benítez Medina, de 14.. Esta vez, no hubo heridos.
Un hombre disparó esas balas. El círculo íntimo de esas mujeres desaparecidas logró identificarlo. Lo conocían por su alias: “El Colo”. Así, comenzaron a seguirle el rastro. Descubrieron su nombre: Lucas Ezequiel Romero, argentino, oriundo de Laferrere, ex empleado de una empresa de neumáticos.
Esta semana, la DDI de La Matanza lo detuvo junto a dos de sus supuestos dealers, Alan Ariel Almada y Carlos Waldir Ávalos, en una causa a cargo del fiscal Fernando Garate, acusados de intentar matar a los policías que fueron a buscar a las desaparecidas, así como tenencia de estupefacientes para la venta. Las mujeres, cree la Policía Bonaerense, eran sus clientas.
Hoy, Vanesa y Ayelén fueron halladas cerca de la zona controlada por la banda de “El Colo”, asesinadas a tiros: sus cuerpos flotaban en el agua del rio de Matanza. Por lo pronto, no hay pruebas que vinculen directamente a Romero con el doble crimen. Las autopsias a ambos cuerpos ya fueron realizadas. El fiscal Carlos Arribas, a cargo de esclarecer los homicidios, recibió los resultados a mediados de la tarde de este jueves.
Según la imputación en su contra, Romero y sus hombres lograron construir un negocio tan rústico como eficiente, con sistemas de soldaditos y satélites que avisaban con chiflidos si se acercaba un extraño o un vigilante al bosque que era su dominio. Bajo amenazas, copaban las casas de los vecinos, a los que usaban de aguantaderos. En una cueva que controlaba un prófugo del caso en Laferrere, se encontraron casi 600 gramos de pasta base. En otro punto que la pandilla de “El Colo” se halló una pistola Astra 9 milímetros que le fue robada a un sargento de la Bonaerense en Florencio Varela, así como un surtido de balas y un cuarto kilo de cocaína.
No fue fácil ingresar tampoco; había que hacerlo con sigilo, ante el riesgo de que la banda escape. Hubo un intento de entrada fallido; el ruido del operativo espantó a la banda. El segundo, en donde participaron efectivos de las tropas tácticas TOE y UTOI, terminó con “El Colo” bajo arresto.
Los casos de pequeñas bandas altamente violentas, usualmente comandadas por traficantes paraguayos, marcaron la traza del rio Matanza a lo largo de la última década.
Hubo jefes, señorcitoss que cayeron con el tiempo. Reynaldo, oriundo de Paraguay, que tenía el hábito de amenazar a sus vecinos, fue perseguido con un drone y arrestado a mediados de 2016. Le encontraron un poco de marihuana, también cocaína y pasta base.
Después, vino otro, apodado Ajuka, también oriundo de Paraguay, el nombre de un personaje de animé que como los viejos pandilleros de la New York de los años 70 llevaba su nombre y su insignia en la espalda de su chaleco, un cráneo maléfico fumándose un porro pintado con aerosol. Cayó en febrero de 2017 tras una investigación del fiscal Marcos Borghi. El Grupo Halcón de la Bonaerense, irónicamente, lo sorprendió en bote por el río Matanza.
Con los chalecos detectaron una curiosidad: habían sido confeccionados por la misma banda, literalmente chalecos antibala caseros. “Metían una chapa y la cosían. Estaban muy bien hechos”, comentó uno de los investigadores. También secuestraron los stencils con los que marcaban el chaleco con su propio logo: una calavera fumando porro.