“Me indigna que camine impune”: denunció que fue violada por su padre desde los 7 años y hoy lucha para lograr una condena

Mariela Ruiz consiguió escapar a los 18 años de la casa donde habría sido abusada, también, por su hermano mayor. Le llevó casi tres décadas poder hablar del horror que había atravesado y la defensa plantea que la causa prescribió. La mujer, hoy docente, no baja los brazos

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Mariela Ruiz denunció haber sido abusada por su padre y su hermano de forma reiterada y sostenida
Mariela Ruiz denunció haber sido abusada por su padre y su hermano de forma reiterada y sostenida

El infierno es más grande en un pueblo chico. Mariela Ruiz lo sabe y lo transita en el cuerpo cada día que recorre las calles de Magdalena, a 100 kilómetros de CABA. Sucede que parte de la rutina cotidiana en esa ciudad de casi 20 mil habitantes es cruzarse a los dos demonios que, denuncia, la sometieron sexualmente desde su infancia de forma reiterada y sostenida: su padre y su hermano, dos años, mayor.

Con el tiempo, Mariela pudo elaborar las aberraciones que padeció desde los 7 años, dentro de las paredes de la casa familiar, de la que pudo escapar, a los 18, cuando se casó con su actual marido y padre de sus hijos. Es decir, desde 1985 a 1996. Casi tres décadas más tarde, logró atravesar las barreras emocionales que le impedían presentarse en la Justicia.

Lo hizo pese al riesgo de que la causa prescriba, tal como lo solicitó la defensa oficial de Roberto Emir Ruiz (72) y Hernán Eduardo Ruiz (47), ambos imputados por abuso sexual gravemente ultrajante y abuso sexual con acceso carnal.

El abogado de la víctima, Sebastián Medina, se opuso a ese requerimiento. Lo mismo, el fiscal Gonzalo Petit Bosnic. Ahora, le toca definir la situación al Juzgado de Garantías N°1 de La Plata, a cargo de Guillermo Antencio. A su favor, el letrado cuenta con varios testimonios de allegados, del psicólogo y el psiquiatra de su representada, entre otras personas, que dan validez al escalofriante relato de la mujer.

Mariela Ruíz tenía 7 años cuando comenzaron los abusos
Mariela Ruíz tenía 7 años cuando comenzaron los abusos

“Sentía que era la preferida de mi padre”

Según la denuncia a la que tuvo acceso Infobae, de esta manera, comenzaron los abusos:

“Me dejaba ver la televisión que él tenía en su pieza porque nadie la podía usar sin su permiso (...) Entonces, aparecía y se acostaba por detrás mío. Para mí eso era un privilegio porque sentía que mi padre me elegía como la preferida. Pasó varias veces que me hizo lo mismo, hasta que un día me pasó la mano por la panza y después bajó la mano y me la metió por debajo de mi ropa interior”.

“En ese momento, yo no sentía que era algo fuera de lo normal porque me decía ir a mi pieza delante de mi familia”, reveló en la presentación ante la Unidad Funcional de Instrucción (UFI) 3 de La Plata, en la que también detalló la primera vez que su padre la violó. Me dijo que iba a aprender a hacerle caso, precisó. “Comencé a tenerle miedo por todo el dolor que me hizo sentir”, agregó.

Luego, contó otro episodio siniestro. “Él volvió a abusar de mí en varias oportunidades, no recuerdo cuántas, hasta que un día, yo teniendo 12 años, comencé a sentirme mal, me sentía que estaba descompuesta, que no tenía ganas de comer. Entonces me llevaron mis padres a una clínica de Magdalena y me hicieron análisis. Nunca me explicaron por qué. Después me entero de que me iban a llevar a Misiones por un tiempo. Escuché discutir a mi papá y a mi mamá. Él le decía que se tenía que terminar cuanto antes y ahí me di cuenta de que estaba embarazada”.

“Mi mamá me preparó el bolso. Jamás me dijo a dónde iba a ir. Ella no me dirigía la palabra, estaba enojada conmigo y yo no sabía por qué. Me llevaron a la terminal de La Plata y me subieron a un micro”. El ómnibus se detuvo en Posadas, donde la recibió el marido de su prima y la llevó al departamento en el que vivían. “A dos o tres días, mi prima me dijo que me tenía que llevar a un lugar”. Mariela recuerda aún esa “casa común con una puerta gris”, a la que entró.

Mariela Ruíz padeció los abusos de su padre y de su hermano mayor
Mariela Ruíz padeció los abusos de su padre y de su hermano mayor

Una señora me hizo pasar a una habitación donde había una camilla. Me hizo acostar y me dijo que no iba a sentir nada y que iba a pasar todo rápido. Ahí fue cuando ese hombre me abrió las piernas. Me dejaron medio adormecida, pero no del todo: escuchaba, veía, pero no sentía mi cuerpo... Recuerdo que eso pasó un 14 de diciembre. Lo recuerdo porque pasó a tres días de mi cumpleaños número 13”.

Luego de ese episodio, Mariela pasó un año más en Misiones hasta que regresó a su hogar en Magdalena. Creyó que, tras esa experiencia, el comportamiento de su papá cambiaría. Pero se equivocó. “A veces a las noches entraba a la habitación donde dormía con mis hermanos. Se me tiraba encima en la cama y me penetraba”. En ese momento, los varones tenían 9 y 15 años.

La disposición de las camas eran las mismas cuando su hermano mayor la violó por primera vez, cuando tenía cerca de 17 años. “Llegó una noche a la madrugada, estaba alcoholizado. Me dijo: Yo sé cómo tratar a las putitas”.

Mariela dejó la casa que compartía con sus padres y sus dos hermanos para mudarse a la casa de su pareja. Pero no consiguió del todo cortar las ataduras. Según denunció, el hombre -hoy anciano- lograba acercarse y tocarla, cada vez que encontraba la oportunidad. El hombre se alejó cada vez más de su familia para evitarlo, hasta que solo quedaron los encuentros fortuitos en la calle.

“Estaba en el cajero del banco y siento que me tocan el hombro. Me di cuenta de que era mi padre, me di vuelta y me dijo: ¿Cómo andas? Lo único que me salió fue sacarle la mano e insultarlo. Él salió y, cuando pasó detrás de mí, me dijo en voz baja: no vas a ser nunca de nadie”.

Esa secuencia, según su relato, ocurrió en marzo de 2022. En ese momento, con acompañamiento psicológico y psiquiátrico, estaba empezando a contar los abusos que había padecido y decidió denunciarlos. Con la ayuda del abogado, consiguió una medida perimetral que se renueva cada tres meses. La Justicia le concedió, además, un botón antipánico.

Mariela Ruíz junto a Diego, su novio, a los 18 años, cuando se fue de su casa
Mariela Ruíz junto a Diego, su novio, a los 18 años, cuando se fue de su casa

Cada vez que me lo cruzo, siento que el mundo se paraliza, le tengo terror, dependo de un botón antipático que solo funciona si tengo datos o señal de celular. Mi vida se transformó en depender todo el tiempo de un teléfono, de avisar donde estoy y, si tardo, enseguida mis hijos me preguntan si estoy bien. Siento que perdí la libertad de caminar tranquila por el pueblo. Me indigna que caminen impunes y yo sea la que tengo que estar pendiente de una aplicación y del estrés que provoca pensar que si no me funciona el celular tengo que salir acompañada”, reveló Mariela en diálogo con Infobae.

“Apuntamos en un principio a que la causa no prescriba, que se tenga en cuenta que uno habla cuando puede y no cuando quiere. Viví años sin poder decir nada. Hace dos años logré contar toda la verdad. Incluso a mis hijos y a mi marido”, mencionó sobre el silencio que mantuvo por tanto tiempo. Y agregó: “Siempre pensé que no me iban a creer, que me iba a quedar sola y que estaba loca. Eso es lo que me hizo creer siempre mi papá biológico: que nunca iba a ser de nadie, solo de él”.

“Fue horrible denunciar, revivir cada hecho, era como volverlo a vivir. El tiempo es eterno, el dolor, la angustia y la situación. Encontrarte frente a un desconocido en una oficina donde hay varias personas y tratar de concentrarse de responder cada cosa, detalles que duelen y que cuestan muchísimo decir”, remarcó.

Y sumó: “Creó que en principio la reparación es llegar a que, tanto como mi papá como mi hermano, paguen por lo que corresponde. Cárcel sería lo más justo, pero no somos nosotros quien imponemos las leyes. La Justicia, a mí y a otras víctimas, nos tiene que escuchar y no exponernos como si fuéramos culpables de no haber hablado antes”.

“Sacar a la luz esto que nos atormenta, que te consume día a día, que te desborda, es el principio de la sanación con uno mismo. Creo hay un antes y después de denunciar. El mundo se da vuelta y hay que enfrentar con todas las fuerzas, cada uno de los pasos a dar”, dijo sobre su experiencia.

El presunto rol de su mamá en la trama

“Con mi mamá biológica nunca tuve buena relación, siempre me trataba mal y solo me gritaba la mayor parte del tiempo. El día que me casé en la puerta de la Iglesia se largó a llorar y me pidió perdón por todo lo que me hizo pasar. Yo no presté ni un segundo de atención, no le creía nada. Siempre sentí que me veía como su competencia. Me costó mucho tiempo aceptar que no iba a recibir nada de ella”, señaló sobre su madre, a quien considera cómplice de los abusos.

”Preferí cortar el vínculo porque no me hacía bien. Siempre defendió a su marido. Jamás me defendió en nada. Ni en mi infancia ni mi adolescencia, menos ahora”, se resignó.

El refugio de sus abuelos y un tatuaje especial

En la casa de sus abuelos paternos, Mariela se recuerda como “la niña más feliz”. “Ellos vivían a media cuadra de mi casa. Me escapaba siempre que podía, cuando se complicaba la situación en mi casa, corría a la de ellos. Ellos estuvieron siempre de una u otra forma, yo era su pitufina, como me decía mi abuelo”, rememoró.

Mariela Ruíz junto a su marido y sus hijos
Mariela Ruíz junto a su marido y sus hijos

Uno de los tres tatuajes que tiene la docente lleva el nombre de su abuela, “Matilde”. “Ella fue quien siempre estuvo a mi lado, mi gran apoyo y la persona que me pidió perdón porque no sabía qué había criado (mi padre biológico). Fue la que siempre me alentó a que siguiera adelante con la familia que formé”, detalló. Mariela tuvo, junto a Diego, su esposo, tres hijos. El del medio, falleció. A él corresponde la inicial de otro de sus tatuajes.

Y lleva un tercer dibujo en la piel: “La letra L y la estrella. Es por ese bebe que me hicieron abortar cuando fui a Misiones”.

Mariela no piensa dejar claudicar la causa, pero es consciente que la pelea no será fácil. Mientras tanto, se concentra en otros actos que alivian el dolor que cargó por tantos años. Uno de ellos, es hablar sobre su padecimiento. “Es una forma también de ayudar a quienes no se animan”, subrayó.

Además, es docente de primaria. “Viví una infancia difícil en la escuela, tanto primaria como en la secundaria. Estar con alumnos y enseñarles más allá de los conocimientos es también mi manera de sanar. Que se valoren, que sepan que tienen todas las oportunidades y que depende de ellos, también poder proyectar en ellos lo que yo no tuve: confianza, respeto, amor y cariño”.

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