Ramón Martínez López iba de un lado al otro, en más de un sentido. En las últimas semanas, solía moverse entre Argentina y Paraguay, su país de origen, donde había vuelto con su familia, que había quedado del lado paraguayo, tras vivir en una calle de tierra en Virrey del Pino. Trabajaba de pasero, de chofer de balsas en el Paraná, trasladando a compatriotas de una orilla a la otra con mercadería argentina que evitaban los controles legales de Prefectura. Seguía con su viejo teléfono, con el que hablaba con amigos, casi siempre en guaraní, con un poco de español.
Así, vivía y se ganaba el sustento, a pesar de la marca roja sobre su cabeza.
Desde el 31 de enero de este año que Ramón tenía una circular de Interpol en su contra, emitida por el Juzgado de Garantías N°4 de La Matanza con una investigación del fiscal Matías Folino por los delito de homicidio criminis causa, robo a mano armada, en poblado y en banda. Ramón, de 33 años, no es el autor material en esta historia, no es el asesino. La víctima fue Jennifer Campos Calle, de 13 años, asesinada de un tiro en el pecho con una nueve milímetros cuando, el 18 de enero pasado, un comando de cuatro ladrones llegó en un Peugeot 208 para asaltar a su padre, Franz, en su casa también de Virrey del Pino, para robarle 150 mil pesos.
Jennifer se había puesto entre su padre y las balas en medio del forcejeo y el caos. Quien la mató, lo hizo sin piedad alguna.
Ramón, cree la Justicia, formó parte del asalto, encargado de distraer a los perros de Franz. También, según la acusación en su contra, fue el entregador. Trabajaba como albañil junto al padre de la víctima. El dinero que los hampones robaron estaba, al parecer, destinado a comprar materiales de construcción. Un compañero de trabajo señaló a Martínez López como implicado en el crimen. Tras la muerte de Jennifer, Martínez López se esfumó, rumbo a la tierra roja y a la espesura.
Ayer, la DDI de La Matanza de la Policía Bonaerense, liderada por el comisario mayor Flavio Marino, lo detuvo con el apoyo de la Policía de Misiones y Prefectura. Lo arrestaron del lado argentino, en la ciudad misionera de Puerto Rico, en la zona del paso clandestino de Puerto Meza. Detenerlo en el país era importante: si lo hubiesen esposado en Paraguay, su extradición sería al menos compleja. Llevaba su documento paraguayo en la billetera, reconoció su identidad mientras lo llevaban. Lo arrestaron los mismos detectives que, poco a poco, le habían seguido el rastro.
Le siguieron el rastro luego de que dijo en su barrio que se volvía a Paraguay por falta de trabajo. El teléfono fue la clave. Los impactos en las antenas de celulares marcaron el camino. Un detective incluso se infiltró en la frontera, en el negocio de paseros, hasta que lograron ubicarlo.
En el medio, el teléfono de Ramón seguía encendido, con escuchas en vivo donde se lo oía en guaraní, un tanto relajado.
Las escuchas, que ilustran esta nota, fueron traducidas por un intérprete. Allí, preguntaba por parientes y amigos, bajaba órdenes a su suegra, que había quedado en el conurbano. “Decile que no tiene que hablar con nadie”, le advirtió a un interlocutor, al que incluso le pedía que le cargue crédito en el teléfono.
“Le preguntaron por vos, si andabas por acá, por el barrio, si solías venir, algo por el estilo”, le dijo el interlocutor a Ramón, que no tenía planes de volver, al menos, no voluntariamente.