El pánico las llevó a tomar una decisión increíble, ilógica, que no debería suceder: después de sufrir una entradera, Ana y Angelina, dos hermanas jubiladas de Ramos Mejía decidieron tapiar la puerta y las ventanas que daban al fondo de su propiedad. Levantaron una pared de ladrillos y apenas quedaron unos agujeros que dan ventilación. “Esto no es vida”, aseguraron.
Ocurrió en una madrugada de julio del año pasado. Cerca de las 3 AM, una banda de delincuentes irrumpió en la casa de las hermanas. Eran cuatro, usaban guantes y tenían sus rostros cubiertos con gorras, barbijos y pasamontañas. “Solo se les veían los ojos”, recuerda Ana (72), una de las víctimas. Afuera, al menos dos cómplices los esperaban en dos vehículos.
Una cámara de vigilancia captó a los ladrones en acción. En las imágenes, que ilustran esta nota, se observa que saltaron la reja que da a la calle y se treparon por las paredes. Luego cruzaron por el techo hasta el fondo de la propiedad, bajaron por una escalera y cortaron cuatro varillas de la reja de la ventana que iluminaba la cocina. Adentro, dormían Ana y Angelina (76).
“Se nos tiraron en la cama, uno a cada una. Nos taparon la boca, porque no sabían qué reacción íbamos a tener. Nosotras ni respirábamos del miedo que teníamos”, relató el terrible episodio la menor de las hermanas en diálogo con Infobae.
La pesadilla duró alrededor de una hora y media. Los delincuentes revolvieron cada rincón de la casa. Revisaron el baño, los placards, los colchones, rompieron el techo de un modular. Por fortuna, no actuaron con mayor violencia hacia sus víctimas.
“Es más, nos preguntaron si tomábamos alguna medicación, nos querían traer un vasito de agua. Se manejaron muy prolijos. Como si tuvieran experiencia. Aparte, nosotras ni gritamos ni nada. Yo pienso que al ver que éramos tranquilas no se pusieron violentos. Al contrario”, dice Ana, en medio de una situación que adelantó el canal TN.
En medio del desesperante momento, les preguntaron varias veces a las mujeres dónde tenían la plata. Ellas les respondieron con total sinceridad: que no tenían nada. “Yo no tengo oro, no tengo cosas valiosas en mi casa, lo único que tengo es un televisor y nada más”. Finalmente, los ladrones se llevaron apenas unos ahorros que había de la jubilación, bijouterie y el medidor de agua.
El hecho aterró a las hermanas. No les produjo un daño físico, pero sí les dejó una secuela psicológica que perdura hasta hoy. Desde entonces su vida no es la misma: “Después de haber pasado algo así el miedo no te lo saca nadie. Yo de por vida lo voy a llevar encima. Por más que uno se quiera tranquilizar, cuesta”, revela Ana.
Así, tomaron la difícil decisión de tapiar la puerta y las dos ventanas que dan al fondo de la propiedad. Apenas quedaron unos agujeros que dan ventilación.
De ese modo, para acceder a su patio trasero, donde están las plantas que tanto les gustan y cuidan, tienen que ir por el garage. “No me gusta vivir así: a esta altura del partido, tener que encerrarte en una jaula, mientras ellos hacen lo que quieren por afuera y nadie les hace nada. Pero bueno, es así. Es lo que estamos viviendo y te tenés que adaptar a todo. Es lamentable, pero es así”, dice Ana. Sus palabras transmiten decepción y tristeza. Para su hermana, que sufre problemas de salud, todo es todavía más difícil.
La idea de anular los accesos al patio trasero fue inmediata. Una semana después del robo, Ana se contactó con un vecino albañil para contarle lo que quería hacer. Él le propuso otras alternativas, otros diseños, les decía que a futuro iban a arrepentirse. Pero ella estaba convencida: “Yo quería cerrar todo y así saber que por acá no me iban a entrar más... No van a agarrar una maza y romper la pared”.
Sin entrar en detalles de números, para llevar a cabo la obra la mujer tuvo que solicitar un préstamo en ANSES. “Encima de los cuatro mangos que me sacaron, me quedé con deudas”, se lamentó.
Ana se siente “mal” por lo que atraviesa, por tener que habitar una casa “como una cárcel”. Reside en ese lugar desde los 8 años. Nunca le habían robado. Junto a su hermana dicen que extrañan la época en la que se vivía “tranquilo”, en la que podían tener “todo abierto”.
“Ahora no sé qué está pasando. Es algo que no se puede controlar. Se te va toda la paz, la tranquilidad”, lamenta y cuenta los días posteriores a la entradera.
“Durante cuatro meses no me acosté directamente, no dormía. Me sentaba en el sillón del living, mirando por la ventana a ver si venía alguien. Cuando hicimos la pared, bueno, ya era otra tranquilidad. O sea, mirábamos para adelante nada más porque por atrás no podía entrar nadie. Pero esto no es vida”, se sincera.
Inseguridad en La Matanza
La de Ana y Angelina es una de las tantas historias de temor y sufrimiento detrás de las imágenes de cámaras de seguridad que se difunden a diario en los medios de comunicación y las redes sociales.
En los últimos meses, los casos de inseguridad en Ramos Mejía se apilaron. Es una nueva zona caliente del Conurbano. Como en otros lugares, los vecinos dicen que viven con miedo. Que los asusta esperar en la parada el colectivo, sacar o guardar el auto en el garage, llegar de noche a sus casas y hasta salir a hacer las compras.
Ante esta situación, la gente apela a diferentes maneras para cuidarse entre sí. Instalaron alarmas vecinales y cámaras. También crearon su propia red de ayuda mediante un grupo de WhatsApp en el que cerca de 350 participantes comparten denuncias y se mantienen siempre en alerta.
“Gracias al grupo de WhatsApp logramos una contención vecinal y paramos un montón de entraderas. Porque cuando algún vecino escucha algo, activa la alarma. Patrullamos nosotros. Gracias a eso, el otro día atrapamos a dos pibes que estaban robando los medidores de agua. Es muy riesgoso porque no es el trabajo de uno, pero necesitamos contenerlo como sea porque si no estás viviendo un infierno”, afirma Mariano (40), que se acercó hasta la casa de Ana y Angelina para dar su testimonio.
El vecino cuenta que los hechos delictivos se producen a toda hora. A plena luz del día o en la oscuridad de la noche. También observa que hay muchos casos de robo automotor y menores de edad involucrados. Señala a la villa Carlos Gardel, a Fuerte Apache, a Villa Palito, a Puerta de Hierro y a Villegas como zonas hacia donde escapan quienes delinquen en Ramos Mejía.
Esta semana, a poco más de 20 cuadras de la casa de las jubiladas, se registró otra entradera. Cuatro delincuentes ingresaron a una casa y golpearon a una familia para robarle.
En tanto, en la avenida General San Martín y Gobernador Costa, dos ladrones robaron las ruedas de dos vehículos con una sorprendente velocidad.
Por otra parte, vecinos de San Justo, localidad de La Matanza donde los episodios de inseguridad son cada vez más recurrentes, cortaron Camino de Cintura después de que un hombre de 58 años fue baleado para robarle la moto.
Otro caso sucedió en Rafael Castillo, donde una joven le suplicó a los gritos a un ladrón para evitar que le sacara el teléfono celular: “¡No, por favor, estoy yendo a trabajar!”. El asaltante no tuvo ningún tipo de remordimiento: la amenazó, la manoseó, logró su cometido y se dio a la fuga.
Fotos: Franco Fafasuli