Candela Sol Rodríguez caminó entusiasmada algunos metros desde su casa de Villa Tesei, en Hurlingham, hasta la esquina de Bustamante y Coraceros, donde se encontraría con sus amigas scouts. Nunca llegó a verlas: una camioneta Ford EcoSport oscura con la patente cubierta y vidrios polarizados la arrancó del suelo. Los tres hombres a bordo se la llevaron con rumbo desconocido.
La nena de 11 años no sabía que a su alrededor se encontraban los tentáculos de una mafia que ganaba cada vez más voluntades y territorio en el conurbano a fuerza de plata y plomo. Ese feriado 22 de agosto del 2011, cerca de las 14:30, Candela conoció de cerca la crueldad narco. Una hora más tarde comenzaría una búsqueda a contrarreloj que terminó de la peor forma.
Mientras la opinión pública clamaba por la aparición de Candela, ajena a la trama que envolvía el caso, emergía debajo de la superficie el nombre de Miguel “Mameluco” Villalba, el capo traficante que ya había sobrepasado los límites de San Martín para meterse de lleno en barrios de municipios lindantes.
Los susurros llegaban a los oídos de la Policía Bonaerense, de la Justicia, e incluso, de la política. Sin embargo, los responsables de la investigación parecían desoírlos. Decidieron, a la vez, no dar a conocer el dato clave: Alfredo Omar “Juancho” Rodríguez, el padre de nena secuestrada, estaba preso por piratería del asfalto.
Esos susurros explotaron cuando la niña raptada apareció asesinada nueve días más tarde en un pequeño basural muy cerca de su casa, a metros de la Autopista del Oeste. La autopsia posterior determinó que había sido abusada y asfixiada. Su cuerpo desnudo fue colocado, luego, en la bolsa de consorcio negra en la que la encontraron.
“Se les fue la mano”, dijo “Mameluco” sobre los captores en el primer juicio por el caso, realizado en 2017, al que había llegado como testigo. El narco, a la vez, ensayó una hipótesis: mencionó que se había tratado de un secuestro extorsivo “vinculado a plata del narcotráfico”, una modalidad delictiva conocida como “cortito”.
Más tarde, el fiscal Mario Ferrario -que tomó la investigación del crimen luego de que Marcelo Tavolaro fuera apartado del caso- obtuvo las evidencias que llevarían al narco de declarar como testigo a sentarse en el banquillo de los acusados.
Hoy, preso en una cárcel federal, condenado por traficante e investigado en una trama multimillonaria de lavado de dinero, Villalba enfrentará trece años después a la Justicia para responder por la muerte de la menor.
En el segundo debate que comenzará este martes, conocido como “Candela dos”, será juzgado como el ideólogo del crimen junto a los presuntos coautores: Héctor “Topo” Moreira, Sergio “Chino” Chazarreta y Néstor Altamirano. Los tres, a diferencia del narco, llegan libres al debate.
El vínculo entre “Mameluco” y el padre de Candela
Para entender cómo Ferrario vinculó a Rodríguez y a “Mameluco” hay que ir hacia atrás.
Antes del crimen, el jefe del clan Villalba se sentía intocable, casi invencible: luego de ser liberado en 2009, tras una condena de 12 años, se sentía en la cima con su propio lavadero de autos y el lanzamiento de su candidatura a intendente de San Martín.
Juraba en entrevistas periodísticas que la venta de cocaína ya no era parte de su presente, pero el juez Juan Manuel Yalj, tras una investigación del fiscal Jorge Sica, pidió su captura en abril de 2011 por un secuestro de drogas. El narco se fugó. No quería regresar a prisión.
Su paso a la clandestinidad duró cuatro meses: cayó el 10 de agosto de 2011, 12 días antes del secuestro de Candela.
En la redada de la ex SIDE y de la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la PFA no participó la Bonaerense, los investigadores sospechaban que había fuentes vínculos entre miembros de esa fuerza con el capo, un vínculo que seguiría intacto en la actualidad, tal como lo denunció meses atrás la jueza federal Alicia Vence.
Tras su última detención, en la mente de “Mameluco”, sobrevolaba una sola pregunta: ¿Quién lo había traicionado?
Para la investigación, otro de los imputados, Héctor “Topo” Moreira señaló a Rodríguez, con quien tendría una enemistad de vieja data, para desviar la sospechas del narco sobre él.
Sucede que, para los detectives, “El Topo” habría dado la información a los federales que permitió volver a encerrar a Villalba. No es un dato menor que actuaba como “buche” de la PFA, la Bonaerense y el Servicio Penitenciario, una especie de doble agente que vendía datos al mejor postor.
“Mameluco”, al parecer, no indagó demasiado. Para Ferrario, le encargó a “El Topo” y a uno de sus socios, el ahora ex policía Sergio “El Chino” Chazarreta, recuperar el supuesto dinero que, creía, le habían pagado a “Juancho” por su captura.
En sus declaraciones, en las que nunca mencionó al capo de San Martín y sí se refirió a Gustavo Sancho, otro jefe de la zona, el padre de Candela dedujo que el secuestro de su hija podría haberse tratado de “un vuelto de una banda narco” y admitió que su hija conocía a Moreira.
Estiman que por esa razón, la menor gritó “soltame” o “dejáme” antes de ser metida a la fuerza en la camioneta en la que fue raptada. Como si conociera al secuestrador. Una pista más: ese vehículo era propiedad de la sobrina del “buche”. La mujer era, a la vez, concubina de Chazarreta.
A los investigadores le llamó la atención que el cadáver de Candela no tenía signos de típicos de cautiverio, como pueden ser rastros de ataduras. Notaron también la pulcritud del cuerpo, el cuidado del cabello, que estaba trenzado en varas torzadas, como a ella le gustaba llevarlo.
Incluso, consideraron que habría tenido tal contención que su cuerpo no evidenció el encierro que atravesó durante días. La autopsia descartó, al mismo tiempo, que le hayan suministrado estupefacientes o que haya estado bajo efectos de algún narcótico.
Por esa razón, Ferrario, que también será el fiscal de juicio, estima que la niña “permaneció en un ambiente de confort” y que “recibió una atención esmerada” hasta que se desencadenó su muerte violenta.
La casa rosa y el resto de los involucrados
Candela, según la causa, permaneció cautiva desde el 22 al 29 de agosto en la casa de Moreira, ubicada en la zona de cobertura de la Antena La Finita, en el partido de San Martín. Asediados por la cobertura mediática y los allanamientos, habrían trasladado a la menor a la tristemente célebre casa rosa de la calle Kiernan, vivienda que habría sido habilitada por el cuarto acusado en este segundo debate: el carpintero Néstor Altamirano.
El carpintero era vecino de Hugo Elbio Bermúdez, el hombre que fue condenado a prisión perpetua por el abuso y el asesinato en el primer juicio. Bermúdez, a quien también señalaron como pirata del asfalto, tendría vínculos con Moreira. Leonardo Daniel Jara Navarrete, su cómplice, recibió la misma pena; mientras que Gabriel Fabián Gómez fue sentenciado a cumplir cuatro años de cárcel como “partícipe necesario”.