Apenas habían pasado algunos minutos de las 17 del 23 de marzo pasado, cuando llegó un alerta al 911. Esa comunicación indicaba que un hombre estaba muerto en una de las habitaciones de su casa del barrio La Delfina de Pilar. Era tan sólo el comienzo de un caso que aún hoy guarda un gran halo de misterio. En pocos minutos, la casa se llenó de agentes de la división Científica de la Bonaerense. La víctima era Roberto Wolfenson, de 71 años. “Estamos ante un brutal homicidio”, aseguraron los oficiales que llegaron primero. Lo mismo pensó el fiscal Andrés Quintana. Inmediatamente, empezaron a trabajar en la escena con esa premisa. Mientras tanto, llamaron al médico de la Policía para que constante lo evidente.
¿Por qué todos estaban convencidos de que era un homicidio, aun antes de que llegue el médico legista? Porque el cuerpo evidenciaba claramente que la muerte se había producido por el accionar de un tercero. Infobae logró acceder a la visualización de las fotografías del cadáver. Allí se observa a Wolfenson tirado boca abajo, con su cabeza debajo de un radiador color blanco que no tiene ninguna marca ni mancha. Su cara está llena de sangre, al igual que sus brazos y sus manos. Está vestido con una remera negra y un pantalón de jogging azul. Debajo del cadáver había un importante charco de sangre.
“Es indudable que esto se trata de un homicidio”, le dijo uno de los policías a un vecino de la víctima, mientras esperaban a que el médico de la Policía certificara todo de manera oficial. Hasta ahí, lo rutinario en un homicidio. Lo extremadamente llamativo sucedió después, cuando llegó el legista.
Cerca de las 18.30, arribó al lote 397 el doctor Marcelo Rodrigué, quien cuenta con más de 30 años en la Policía de la Provincia de Buenos Aires dedicándose, justamente, a revisar cuerpos en la escena. El profesional lo examinó, levantó su cabeza y le dijo a los presentes: “Este hombre murió de infarto”.
Quienes estaban en la pequeña habitación en la que fue encontrado el cuerpo, se quedaron atónitos. Nadie daba crédito a lo que estaba escuchando. Sin embargo, el médico se mostró seguro y hasta firmó un certificado médico, al que ahora accedió este medio.
Antes de develar el contenido de lo que, insólitamente, escribió Rodrigué, vale aclarar que algunas horas después se realizó una autopsia que determinó todo lo contrario: a Wolfenson lo golpearon y lo ahorcaron con una tanza hasta matarlo. Su cara presentaba lesiones en pómulos, boca y un corte en la nuca. Además, sus manos estaban todas cortadas producto de la defensa que opuso al querer sujetar el hilo de nailon con el que lo estaban asesinando.
Entonces, ¿Cómo pudo Rodrigué creer que eso era un simple infarto? No hay respuesta. Este es el contenido del documento que insólitamente escribió aquella tarde-noche.
“Informo, bajo juramento de ley y demás prescripciones legales, haber examinado en el día de la fecha a quien la instrucción identificó como Roberto Wolfenson. Se trata de un masculino que se encuentra en el piso de una habitación en de cúbito dorsal, vestido con medias negras, pantalón azul y remera naranja”, escribió el médico. Hasta ahí nada anormal.
Lo extraño comenzó después
“Presenta una lesión contusa en la región hipotenar de la mano izquierda de reciente data. Presenta sangre por boca, cabeza oscura, crepitancias (sic) pulmonares, orina en su entrepierna y antecedentes de patologías cardiacas”, prosiguió el profesional.
Una aclaración. Lo de las patologías cardiacas, según afirman los familiares directos de la víctima, se trataba de una arritmia. El dato llegó a oídos del médico en ese momento, de boca de Graciela Orlandi, la pareja de Wolfenson. El documento concluye con la causa de muerte que encontró Marcelo Rodrigué: “Las causas de muerte son infarto de miocardio”.
Cuando el médico se retiró con su observación firmada, lo mismo hicieron los agentes de la Policía Científica de la Bonaerense. Eso le dio vía libre a la familia, que se encontraba en el lugar, de limpiar la casa, incluida la escena del crimen. Eso consta en las distintas declaraciones testimoniales de quienes se quedaron en la vivienda.
Ninguna de las múltiples fuentes consultadas para esta nota logra dar con una explicación de lo que vio, en la escena del crimen, un hombre con 30 años de trayectoria en la materia. “¿No vio los golpes? ¿Los cortes en sus manos? ¿El profundo tajo en la nuca? ¿La sangre que emergía por debajo del cuerpo? No tiene ningún sentido lo que hizo”, explicó una fuente con acceso al expediente.
Denuncia
A última hora de la tarde de este lunes, el fiscal Germán Camafreitas denunció penalmente al médico Rodrigué en la fiscalía general de San Isidro. Además, se dio aviso a asuntos internos de la Bonaerense. Resta todavía confirmar quién será el fiscal que investigará esta causa paralela contra el profesional.
Otro dato clave que se sumó en las últimas horas. La víctima salió a caminar por el barrio el jueves a las 13.55, luego de que se fuera la mucama. Así lo constataron al inspeccionar su computadora personal este lunes. Luego, a las 14.13 regresó a su casa. Nada más se supo de él hasta las 17 del día siguiente, cuando el profesor de piano llegó al country para darle clases y, al no obtener respuestas para ingresar, se comunicó con la esposa: ella avaló su entrada. Fue acompañado de un guardia y, luego, se sumó un vecino. Fueron los que encontraron el cadáver.