El miércoles 27 de marzo del año pasado, Roberto Eduardo Wolfenson Band fue uno de los oradores destacados del Seminario de Tecnología 2023, realizado por Telecom en Buenos Aires. En representación de Enersys, la empresa para la cual trabajaba desde 1995, Wolfenson disertó sobre un rubro que conocía bien: la producción de baterías de litio en la Argentina, un rubro de particular interés data la coyuntura actual.
Egresado del Colegio Nacional Buenos Aires, en pareja, padre de un hijo y una hijastra, ingeniero electrónico por la UBA con un posgrado en Dirección Estratégica de la Universidad de San Andrés, Wolfenson operaba como gerente regional de capacitación para Enersys en toda Latinoamérica. enfocado en la profesionalización de los recursos humanos. En sus áreas de conocimiento, se encontraba el “desarrollo de ILT y cursos de e-learning sobre tecnologías convencionales y de baterías de ion-litio”, así como la gestión de control ambiental y fabricación responsable bajo normas ISO. Antes de Enersys, el ejecutivo había pasado por Siemens.
“Pasé por muchas ‘escuelas’, además de las formales. Y así, aprendí a pensar, a elegir y a disfrutar”, decía en su bio de Facebook.
El viernes pasado por la tarde, Wolfenson fue hallado muerto por su profesor de piano en uno de los dormitorios de su casa en en el country La Delfina de Pilar. El caso tiene similitudes evidentes con el crimen de María Marta García Belsunce, todavía sin condena, ocurrido 21 años atrás. Se creía que el ejecutivo había muerto de un infarto. La autopsia, en una causa a cargo del fiscal Andrés Quintana y luego del doctor Germán Camafreitas, indicó lo contrario: Wolfenson fue estrangulado hasta la muerte, probablemente con un trozo de tanza de pescar.
La pregunta es obvia: ¿quién lo mató y por qué? ¿Cuál era el frente abierto en su historia que le costó la vida en su propia casa? ¿Quién era su enemigo?
Wolfenson no tenía deudas significativas, al menos según su perfil comercial. No registra demandas en su contra en los fueros civil y comercial de la Justicia porteña, su nombre no aparece en fallos de la Justicia federal de los últimos diez años, tanto bonaerense como porteña. No parece, a priori, un crimen motivado por el hampa o por la codicia, pero en las primeras 72 horas de investigación, sin una hipótesis firme, todo puede ser.
Los investigadores del caso, a cargo de los fiscales Quintana y Camafreitas, están convencidos que no se trató de un robo: las cerraduras no estaban forzadas, la casa estaba intacta y no faltaban elementos de valor, salvo el celular de la víctima.
Según la reconstrucción, la empleada doméstica de Wolfenson, se retiró de la casa a las 15 del jueves pasado. Antes de irse, recibió una orden de su jefe: “Preparame el cuarto de invitados, que va a venir alguien”. Según le contó la mujer a la justicia, nunca supo a quién se refería su empleador, pero cumplió con la orden que recibió y luego se retiró. El cuarto de invitados quedó preparado para recibir a un misterioso huésped.
Desde ese momento, nadie más vio con vida a Wolfenson. Según lo investigado hasta el momento, el hombre no vivía sólo. En esa casa también residía su pareja, aunque esa semana la mujer había viajado y, al volver, decidió quedarse en Villa Devoto, en la casa de un familiar.
El teléfono de Wolfenson no fue encontrado en la escena del hecho. El aparato, según pudo detectar la Justicia, fue encendido anoche en territorio porteño.
La investigación para esclarecer el caso está a cargo de la Policía Bonaerense. Los fiscales del caso, mientras tanto, aguardan estudios al pool de vísceras del cuerpo de Wolfenson, entre otros análisis de laboratorio como pericias toxicológicas.