El fiscal Adrián Arribas tuvo un último fin de semana más sangriento de lo usual. La balacera tras una discusión por la venta de terrenos tomados en el barrio 8 de Diciembre en González Catán ocurrida este último domingo, que terminó con cinco muertos, impulsó la cuenta en su escritorio en la UFI de Homicidios de La Matanza con cinco muertos. Al mismo, otro asesinato ocurría en la zona de Coronel Dorrego, en Lomas del Mirador, un ajuste de cuentas.
El día anterior, sábado, no había sido mucho mejor. Un efectivo de la Policía de la Ciudad de 21 años mató a un presunto delincuente de 14 años e hirió a otro de 19 cuando lo interceptaron en un intento de robo en Isidro Casanova. El efectivo quedó detenido por exceso en la legítima defensa, informaron fuentes judiciales a Infobae. Ambos hampones, que viajaban a bordo de una moto Honda Wave, estaban desarmados. En Laferrere, otro policía, esta vez de la PFA, mató a un delincuente que intentó robarle a su mujer. Arribas no tomó temperamento con él y consideró que operó dentro de los límites de la ley.
Ese mismo día, otro hombre terminó muerto en el barrio San Alberto, también en Casanova. El móvil habría sido otra venganza barrial,.
Así, Arribas -uno de los fiscales más eficientes del Conurbano bonaerense- contó 9 crímenes en dos días en territorio matancero. La violencia en las calles siempre es un espejo de la crisis económica. En 2022, hubo 1961 víctimas de asesinatos, según datos oficiales, los últimos disponibles.
En 2002, por ejemplo, por mencionar un año particularmente grave, hubo 3571 asesinatos, un 45 por ciento más.
Sin embargo, los motivos de estas nuevas muertes desafían el lugar común usual. Solo dos se trataron de un hecho de inseguridad, motivado por un robo.
El resto es todo ira, venganzas familiares y vecinales, de la calle, la delincuencia, gente que se mata entre ella porque sí. Insólitamente, hoy en La Matanza, el homicidio por bronca supera al homicidio por robo.
Pasa en otros puntos también. El asesinato de Tomás Tello en Santa Teresita, muerto a puñaladas por una patota de lúmpenes que se la habían jurado tras echarlos de una fiesta en la última Nochebuena, funcionó como un signo de los tiempos en Año Nuevo. A Tomás lo mataron al alba. Horas antes, en La Plata, Isaías Córdoba, un adolescente de 14 años, fue muerto durante una discusión entre dos grupos del barrio El Retiro, en la localidad platense de Melchor Romero. Un hombre del barrio entró en la reyerta y disparó con un arma tumbera. Isaías, que simplemente estaba allí, sin pelear con nadie, se llevó un tiro en el cráneo. El sospechoso, que luego fue detenido por la Bonaerense, escapó de la zona. Los vecinos atacaron a sus padres. También, le quemaron la moto y la casa.
El modelo criminal de Caín y Abel se repitió poco después cuando Pablo González, de 43 años, fue muerto de un tiro de un tiro de escopeta en el pecho por su hermano José Enrique, albañil, de 44 años. A José Enrique lo encontraron oculto en una obra con el arma con la que supuestamente mató a Pablo. Ambos convivían en la casa familiar de la calle 45 y 147, donde ocurrió el hecho, que fue reportado al 911 por la propia familia. Según la denuncia, José Enrique y Pablo comenzaron a discutir por una casilla que había sido propiedad de su padre, muerto tiempo atrás. Es decir, mató a su hermano por un rancho.
La Ciudad no se queda atrás. La semana pasada, un hombre terminó con prisión preventiva por herir a tiros en medio de una discusión a cuatro de sus vecinos del barrio Ramón Carrillo.
Lo que pasa en La Matanza tiene aristas peores. La semana pasada, Arribas había terminado de encerrar a trece policías del Comando Centro de la jurisdicción por fraguar un enfrentamiento con un supuesto delincuente que conducía una camioneta Ford Ecosport robada, también en el barrio San Alberto, y plantarle un arma a su cadáver tras ejecutarlo, todo ante cámaras de seguridad.
Muchos fiscales y comisarios inspectores vaticinan un 2024 denso en delitos, mientras revisan viejas estadísticas criminales de una Argentina rota. Lo que no pueden predecir es qué delitos ocurrirán. “Se viene una mezcla de lo peor de siempre con lo peor de lo nuevo”, coinciden. Hay una industria matancera en alza que preocupa particularmente. El hurto y robo de vehículos en la calle está en alza. Números de la Procuración bonaerense marcan un aumento de un 25,2 por ciento en los expedientes del rubro entre 2021 y 2022, más de 26 mil casos. Un informe de Ituran, empresa de recupero de vehículos, habla de un aumento del 58 por ciento en sus casos entre junio de 2022 y 2023 a nivel nacional.
Las bandas, coinciden fuentes de los dos lados de la ley, pueden pagarle $500 mil a un menor de edad por un auto robado de alta gama, hasta $800 mil si es una camioneta. El monto es mucho más de lo que le pagaría un narco por revender bolsitas en un bunker. El número se duplica en la reventa. Semanas atrás, la Dirección de Investigaciones de Delitos Contra la Propiedad Automotor de la Policía Bonaerense detuvo en González Catán a cinco sospechosos, acusados de conformar una asociación ilícita dedicada a robar autos y falsificar documentos, en una causa bajo las órdenes de la UFI N°9 de Andrea Palin en La Matanza y la UFI N°3 de Mario Ferrario en Morón, con 12 allanamientos en la Zona Oeste.
Tenían la tecnología suficiente para ser una pequeña y mediana empresa del choreo de vehículos. Los detectives se llevaron trece handys, un inhibidor de señal, hasta chapas de pecho identificatorias de la Bonaerense, lijadoras, mazas, amoladoras, cortafierros, todo para el desguace. Les encontraron también cuatro chapas patente, limpias, sin pedido de secuestro, diez puertas, cinco capots, veinte torpedos, cuarenta paragolpes, 200 cubiertas. La multiplicación parece una ironía. Matar a un vecino de un tiro en la cabeza por su autito es una ocurrencia frecuente. Volverlo una industria es otra cosa.