“Ni idea, no te sé informar. Sé que los detenidos son un montón pero no conozco a ninguno. ¿A vos qué te dijeron?”, pregunta con sorpresa ante la consulta de Infobae una mujer que vive en la misma cuadra que Damián Kopelian, el joven de 21 años que está acusado de ser el autor de la puñalada en el corazón que le quitó la vida a Tomás Tello Ferreyra, en Santa Teresita.
La respuesta de la vecina es prácticamente unánime entre los residentes de la calle 125 y sus alrededores: allí, el desconocimiento hacia el sospechoso y su padre —también bajo arresto— es general. Al menos así lo advirtió este medio en una recorrida por la zona. De las más de 15 personas consultadas, casi nadie los pudo ubicarlos. Apenas lo hicieron una vecina que vive enfrente y la encargada de un almacén cercano. La primera, sin embargo, prefirió no referirse a ellos. Mientras que la segunda apenas dijo: “Son clientes pero nunca hablé nada más con ellos. Vienen, compran y se van”.
Lo mismo contaron otros dos trabajadores de un taller mecánico localizado a la vuelta de la casa de los sospechosos detenidos. “Nosotros laburamos acá, de afuera no sabemos nada. Apenas hablamos con el del enfrente”. Ese hombre de enfrente al que refirieron tampoco sabía de la existencia de los Kopelian: “Te ayudaría pero la verdad no sé quiénes son”, admitió mientras reparaba un vehículo en un garage.
Dos personas más que charlaban bajo el sol, que a esa altura del mediodía del martes se hacía sentir con fuerza, comentaron en sintonía. “Anoche viendo la tele conocí un poco de lo que pasaba. No los conozco”, dijo uno. “Yo tampoco, me enteré por los medios. Pero, ¿no tienen dirección de Buenos Aires? No sabía que viven acá”, se sorprendió el otro, algo desconcertado. Es que el sospechoso de 21 años, que trabaja como vendedor ambulante de playa, tiene domicilios previos en la zona sur del Conurbano bonaerense.
El crimen causó conmoción en Santa Teresita. Aquí, todos hablan del tema, todos están al tanto. En los grupos de Facebook y WhatsApp de los vecinos circularon los mensajes con el anuncio de la ceremonia de despedida a Tomás. Cada televisor prendido en los negocios muestran los noticieros cubriendo en vivo el caso. En la calle, mientras, se observa una importante cantidad de policías, circulando a pie, en motos o patrulleros.
Esto último llama la atención de los santateresitenses: “Los policías no tienen la culpa, está claro. Pero ¿cómo puede ser que no había ninguno cuando lo agarraron al pibe (por Tomás)?“, cuestionó un hombre de unos 70 años que estaba sentado en la puerta de un kiosco próximo al centro comercial.
Santa Teresita no se caracteriza por ser un destino con gran movida nocturna. El punto de encuentro donde los jóvenes suelen reunirse es la zona de la costanera entre las calles 35 y 40. Allí, alguna que otra vez hay altercados, según cuentan los lugareños. “Quilombos entre pibes hay como en todos lados. Puede pasar que se agarren a las piñas. Pero esto nunca pasó, por eso hay mucha gente movilizada”, concluyó una vecina de la Avenida 41.
En una casa inmobiliaria, en tanto, compartieron su preocupación por la repercusión que el crimen puede tener para la temporada: “No nos suma para nada esta desgracia. Lo lamentamos porque sabemos que la familia del chico es gente buena. Pero espero que no incida con la temporada”.
“Yo lloré anoche viéndola a la madre, pobrecita. Tengo una nieta de la misma edad, no me quiero ni imaginar el dolor que debe sentir”, agregó una señora que relevaba a su hija en otra casa de alquileres. Se refería a Samanta, quien por su parte se sinceró en la puerta de la sala velatoria desde donde partió el cortejo con los restos de su hijo: “No caí, desde ayer que no paro de dar entrevistas y no tuve ni un momento de ponerme a llorar por mi hijo. Veo la tele y no lo puedo creer... No puedo creer”.
La ceremonia reunió a decenas de familiares y allegados a Tomás. También a los amigos, uno de los cuales lo recordó como “un ser humano maravilloso, lleno de vida, al que queríamos un montón”.
“Todos los queríamos. Era re gracioso, re divertido, nunca armaba quilombo. Estaba con los amigos, hacía jodas, lo conocían todos”, añadieron otras dos.
Los jóvenes despidieron a Tomás con una bandera blanca repleta de mensajes que entremezclaban el cariño que sentían por él y el lamento por su partida. Lo mismo hicieron con una camiseta del club Las Quintas, un equipo de barrio al que la víctima iba frecuentemente, aunque no jugaba allí al fútbol.
“Era muy respetuoso. Un chico sano, que se levantaba y salía a trabajar. A veces era las nueve de la noche y seguía trabajando”, lo recordó por su parte una familiar, antes de emprender el recorrido hacia el cementerio de Mar de Ajó, donde los restos de Tomás ya descansan en un nicho.