El comic en Argentina vive en un estado de ascenso permanente, en más de un sentido. El género en su forma moderna existe en este país hace casi 70 años. Hay un Día de la Historieta instaurado por el Estado. Varias generaciones conviven y colaboran en una misma cultura; quienes escribieron y publicaron en íconos como Fierro y Catzole colaboran con nuevos autores, escritorio contra escritorio, un verdadero maestro argentino como Quique Alcatena publica su página semanal en Croma junto a Ignacio Minaverry y Pedro Mancini. Ni hablar de toda la cultura absorbida a través de las décadas, comics americanos o europeos o japoneses. El fenómeno que fue Fantabaires a fines de los años 90, la primera convención masiva originada desde la cultura del género con visitas como Neil Gaiman, Alan Grant o William Shatner continúa en la cita anual de Crack Bang Boom en Rosario, creada por el dibujante Eduardo Risso.
La escuela argentina de hacer cómics es reconocida en el mundo entero. Mega autores como Frank Miller y el recientemente fallecido Keith Giffen hicieron propio el blanco y negro de José Muñoz y Alack Sinner. Sin embargo, el cómic en Argentina no participa de una discusión cultural mayor. Casi no dialoga con otras formas. Existe en el gran lugar que se creó para sí mismo, con sus seguidores y guionistas y dibujantes y editores de fanzines y productores de eventos. Probablemente, la crítica cultural sirva para romper este límite, doblarlo.
Hablar de historieta en este país siempre fue un fenómeno atado al hobby mismo. Comiqueando, la revista fundada por los hermanos Andrés y Diego Accorsi casi 30 años atrás, sobrevivió altibajos y modas y continúa hasta hoy con firmas como Lucas Ferrero, una cosa icónica donde los entendidos hablan de lo que entienden, que nunca perdió relevancia. Están también los excelentes textos de Andrés Valenzuela en Página/12 a lo largo de la última década.
Oficio al Medio, creado por Gonzalo Ruiz y Matías Mir, aspira a dar una discusión a otro nivel.
Oficio al Medio comenzó como un newsletter pandémico en 2021. Mir -editor en Ovni Press- y Ruiz, fundador del sitio Nueve Paneles y productor de podcasts que había comenzado en Comiqueando, donde sigue hasta hoy, se dedicaron a escribir lo que se les antojaba, con total libertad. “No estamos atados a una mierda”, dice a Mir a Infobae Cultura, con ímpetu punk rocker. “Queríamos y queremos usar este espacio para algo mucho más personal, que exceda a la megustacracia o al chivo del momento. Nos sentimos más cómodos cuando exploramos otras sensaciones”, sigue Ruiz.
Hoy, el newsletter se convierte en un libro publicado por la editorial rosarina Rabdomantes, con una portada dibujada por Alcatena, que es el padre espiritual de la actual generación del cómic argentino, que hoy publica al menos cinco libros por año. El libro recopila 45 ensayos donde la libertad de escribir es total. Son capaces de analizar la sombra del psicólogo Oscar Masotta en la historieta argentina, de trazar un mapa de Carlos Nine o de componerle cartas de amor a revolver librerías de saldos. Así, Mir y Ruiz no solo se convierten en críticos culturales inesperados: trazan un mapa de una cultura en un momento vital.
-¿Qué creen que le falta a la discusión sobre cómics en Argentina? ¿Creen que todavía se le niega un lugar al género en una discusión mayor en la cultura, que se lo infantiliza?
Ruiz: Tal vez falta que esa discusión se dé dentro de un marco más “oficial” o “serio”. Quienes hacemos algo por divulgar la historieta, lo hacemos desde lo amateur, bancando nuestros propios espacios que están muy lejos de un portal periodístico o un diario. Y más allá de que no transitamos años prósperos dentro de lo económico, es necesario que el Estado banque a la producción. Hay cosas, igual. el Fondo Nacional de las Artes ha bancado proyectos de historieta, la Biblioteca Nacional tiene un área dedicada al medio e incluso ha oficiado como lugar de presentación de libros. Siento que se perdió un poco esa cosa de la historieta como un elemento cultural para la clase proletaria como fue con la editorial Columba en los años 50, hoy es casi elitista para los que están adentro, y una pelotudez para los que la miran desde afuera. Más que infantilizada, está invisibilizada. No hay algo que hermane a todos, ni siquiera una rara avis como lo es Mariana Enríquez en la literatura, que escribe un terror peculiar y es una rockstar como Stephen King. Acá los ídolos siguen siendo under, no hicieron el salto de Cemento o el Parakultural al Obras, eso último ya no existe. El último fue Liniers.
Mir: Como medio literario, le sobran dibujos y como medio visual llama bastante menos la atención que una serie o un videojuego o lucecitas en la pantalla de tu celular. La historieta funciona siempre en esos espacios intermedios culturales, pero ahora que la batalla por la atención es tan grande, es difícil que un medio tan estático salga ganando. Mi sueño es que gente famosa, actores, políticos, lea y recomiende historieta con la misma regularidad con la que comentan que vieron una serie o escucharon a un cantante. Que la historieta entre, precisamente, en la conversación del consumo popular amplio.
La obra argentina atraviesa a Oficio al Medio. El libro contiene ensayos sobre Lucho Olivera y Gilgamesh, sobre Alcatena y sus comics de alta fantasía junto a Eduardo Mazzittelli, que llega en términos de vestuario y maquinaria a lo que Quino llegó en la expresión facial o Alberto Breccia a las sombras. También, autores como Damián Connelly o Pablo Vigo. “No muchos saben que se sigue produciendo historieta, quedaron varios años atrás y, a lo sumo, el espacio en medios de comunicación grandes queda relegado a aniversarios”, dice Ruiz: “No nos interesa estar atados a lo nuevo, por más que a veces elegimos apoyar ciertas salidas recientes de artistas que nos gustan. Elegimos tener la libertad absoluta de hablar, justamente, de lo que nos gusta. Esquivar al algoritmo es medio nuestra obsesión”.
Así, Mir recomienda su top 5 del cómic argentino contemporáneo. Las aparentes exageraciones están justificadas:
1. La Sudestada de Juan Sáenz Valiente: Es la novela gráfica más sólida publicada en Argentina en este siglo.
2. Santa Sombra de Paula Boffo: Quizás la sorpresa más grande de los últimos años. La influencia de la animación y el manga en la historieta local en todo su esplendor.
3. Cartográfica de El Sike: Solo en lo visual ya es la historieta más interesante que se publicó en Argentina. Podría haber sido solo un rejunte de páginas alucinantes, pero encima tiene una historia que narrar y algo para decir, lo que es bastante.
4. Naftalina de Sole Otero: Esto es lo que pasa cuando los artistas tienen el tiempo y la financiación para ir generando obra: sacan historietas cada vez mejores, más maduras. La última obra de Sole siempre es la mejor obra de Sole.
5. Dora de Minaverry: No terminamos de dimensionar lo increíble que es que esta serie esté hecha ahora mismo por un autor local.
Ruiz también recomienda su lista:
1. Santa Sombra de Paula Boffo: un combo de violencia gore, magia y sororidad, sencillamente una obra maestra)
2. El pequeño Timmy de Hor Lang: un humor desbocado, sin concesiones, dibujado con un alto nivel.
3. El Último Recurso de Lubrio y Kundo Krunch: una trilogía que reimagina los mitos de los grupos superheroicos outsiders irreverentes y es de las más originales.
4. Me prometiste oscuridad de Damián Connelly: una versión siglo XXI del ex-sello Vertigo de los 90, con la misma dosis de onda, introspección, oscuridad y angst adolescente
5. Niño Oruga de Pedro Mancini: un artista absolutamente original, onírico, digno alumno de la escuela Tim Burton de presentar el horror con cierta ternura