El ataque fue fugaz. Simplemente, Pablo Antonio Díaz aprovechó una puerta abierta para entrar a una panadería de Las Cañitas con la idea de arrebatar dinero, pertenencias de valor o algún celular, y escapar. Una vez adentro, le agregó un plus sádico al robo: violó a una empleada de 20 años.
Díaz salió del local y se fugó cubriéndose el rostro. La precaución que tomó casi le resultó efectiva para que el crimen quedara impune. Excepto que cometió un error. Técnicos de la Policía de la Ciudad, que se dedicaron a reconstruir los pasos del agresor, notaron que llevaba una caja de jugo en la mano, el mismo jugo que los agentes de Científica de la fuerza porteña habían secuestrado en la panadería, entre otros objetos, para ser peritado en busca de rastros.
Sin embargo, la tarea no fue tan simple: en el envase tipo tetrabrik encontraron numerosas huellas dactilares de diferentes personas, entre ellas, la de la víctima. Así, se logró individualizar la pequeña estampa de un meñique.
Los investigadores estaban, hasta aquí, ante un “NN”, es decir, “nomen nescio”, en latín; “no name”, en inglés, o “ningún nombre” en español. En resumen, ante una persona no identificada. En este punto, comenzó a intervenir el área especializada en la materia de la Unidad Fiscal Especializada en Investigación Criminal Compleja (UFECRI), a cargo del fiscal José María Campagnoli, dedicada a ponerle nombre a los sin nombre.
La fiscalía le dio intervención, entonces, a la División de Individualización Criminal de la PFA, que utiliza distintas técnicas y el sistema LUNA de reconocimiento facial para identificar a los autores de delitos, entre los que se destacan los robos llevados a cabo por las llamadas “viudas negras”.
La policía porteña le envió a los federales las imágenes que tomaron las cámaras de seguridad del comercio y de la zona. Y, una vez más, encontraron un obstáculo. El sistema, de origen ruso y único en el país, no podía reconocer el rostro del agresor con exactitud, debido a que las capturas no eran claras. Hubo tres perfiles en danza.
Los técnicos notaron que el desconocido tenía tatuajes en ambos brazos y comenzaron a cotejarlos con una base de datos policial que contiene fotos de dibujos en la piel que llevan los criminales. El análisis fue positivo.
Ya no tenían dudas, la persona que buscaban era Pablo Antonio Díaz, nacido el 2 de octubre de 1988, en Belén Escobar, con estudios primarios incompletos y en situación de calle, aunque presentaba un domicilio en Los Polverines.
Los efectivos de la PFA enviaron la información a sus colegas junto al frondoso prontuario de Díaz, que había cumplido una condena de dos años y medio por un “abuso sexual agravado por el uso de armas” hasta noviembre del 2022, cuando fue liberado, pese a su reincidencia constante en el delito.
Fuentes del caso aún se preguntan por qué estaba en libertad. “Las personas en situación de calle son como una granada en cada esquina. El sistema hace agua en las libertades condicionales que nadie controla, nadie se ocupa de que cumplan con las pocas pautas que les ponen para dar la soltura”, indicaron.
Incluso, Díaz, un día antes de ser capturado por el ataque en la panadería de Las Cañitas, había sido demorado por la policía de la Provincia de Buenos Aires a raíz de un incidente que protagonizó en la calle. “Estuvo generando disturbios en el tren ayer en Grand Bourg”, deslizaron fuentes del caso a este medio.
Al sospechoso lo buscaban desde el domingo, cuando asaltó y abusó de la mujer en el interior del comercio, ubicado en Soldado de la Independencia al 700, a dos cuadras del Hipódromo de Palermo y del Campo de Polo.
Como la detención, realizada por la División Delitos contra la Integridad sexual de la Policía de la Ciudad y la PFA, se concretó en Maquinista Savio, Díaz fue trasladado a la DDI de Campana. Desde allí, luego fue derivado a la Alcaidía 9 Bis de Capital Federal, ubicada en la calle Remedios 3748, en el barrio de Parque Avellaneda.