“Hola, sé que lo de mis historias no es muy lindo que digamos, acá les dejo unas fotos de cuando pensé que estaba viviendo el viaje de mi vida”. Lo que sigue a esa frase publicada en Facebook por Liam Portillo es una serie de postales de un sueño que se transformó en una pesadilla. El 17 de abril, Portillo, oriundo de Ciudad de Evita, fue detenido en Malasia, luego deportado y encerrado en la comisaría de la Federal Police Crime Investigation Bureau (en México Square) por intentar despachar una valija con un doble fondo con 5,500 kilos de cocaína.
No pasó mucho tiempo hasta que descubrió que había sido utilizado por una banda narco internacional como mula. Un mes después, los reclutadores Grace Geraldine Gessy Samaniego (alias ”Verónica), y su marido J.P. (alias ”Javier”) serían capturados por Gendarmería, tras una investigación de la Procunar, en su departamento de Ramos Mejía.
Esa detención llegó tarde para el joven que cumplió 25 años en la cárcel de Kaliti, un penal de máxima seguridad conocido como “Gulag” y ubicado a 11 kilómetros de la capital Addis Abeba. Con el paso de los días, el optimismo que lo acompañó al inicio del periplo comenzó a apagarse.
“Ya no quiero más. Ya no quiero ni levantar la mirada. Con las frazadas me tapaba para dejar de ver todo esto un rato. Ahora, ni eso puedo y no creo lo que veo, dónde estoy. Estoy muy lastimado y, por más que la siga peleando, cada vez queda menos de mí. Cada segundo siento que me vuelvo más loco. No encuentro paz en nada”, escribió.
Y siguió: “Yo ya no quiero sufrir más así. No sé qué más hacer y no necesito que me pidas que pueda porque yo ya no puedo. No puedo. Y no te enojes”.
Los mensajes que envío desde prisión alarmaron a su mamá, Mabel Centurión. La mujer batalla junto al abogado argentino Juan Villanueva y el etiope Abebe Guta para que las autoridades del país africano comprendan que su hijo es una víctima y no un narco. Cuenta, además, con la ayuda de la Comisión Argentina para Refugiados y Migrantes (CAREF).
Hasta el momento, no lo logró. “Hace 20 días que está enfermo por un virus que le agarró. No hay agua potable allá. Que lo atiendan, que lo asistan fue una lucha, lo logramos con la ayuda de la Embajada. Pero las cosas se están poniendo muy difíciles en la cárcel. Este domingo los castigaron, los dejaron sin comida y les rompieron todo, los golpearon (hay otro argentino preso junto a él). A Liam le sacaron los remedios, el agua para higienizarse y los amenazaron. Les dijeron que si contaba lo que estaba pasando, iba a ser peor”, reveló.
“Mi hijo está enfermo y con miedo porque hacen lo que quieren con ellos. Siempre entendimos que están en un proceso judicial y que tiene que pasar por esto, pero ya no puede más. Está muy débil, física y mentalmente. Me da temor mi hijo, lo que le pueda llegar a pasar o lo que pueda llegar a hacer él. No sé cómo va a terminar. Necesitamos ayuda”, suplicó entre lágrimas Mabel.
Esta semana llegó una mala noticia para la familia de Portillo. Cancillería, por una cuestión formal, rechazó un exhorto por el cual la Procunar comunicaba a las autoridades judiciales de Etiopía el procesamiento de Grace Geraldine Gessy Samaniego (J.P. no pudo ser indagado por su condición psiquiatrica). Esperaban que ese detalle aliviara la situación del argentino.
En la actualidad, la causa en manos de la fiscal auxiliar Patricia Cisnero tiene otros cuatro casos similares al del joven de Ciudad Evita, en Malasia, Tailandia y Etipía. Pese a que el expediente en Argentina avanzó sobre los reclutadores en este país, aún se desconoce el alcance que tendría la estructura en otros puntos del planeta.
La carta que envió el joven usado como correo humano
Antes de cerrar y eliminar todos los mensajes de sus redes sociales, Portillo dejó una carta a sus familiares y amigos, en la que contó sus padecimientos, a amigos y familiares y a la que tuvo acceso Infobae.
“Hola amigos, la verdad que durante todo este tiempo siempre fui muy cuidadoso cuando se trataba de contar, mostrar algo sobre este lugar o mi día a día, ya que no me gusta la idea de ser la víctima, amargar o entristecer a la gente que me quiere con la realidad que estoy viviendo... Pero esta vez siento que es necesario por dos razones.
La primera es desahogarme y la segunda es que realmente quiero que quede alguna evidencia de lo que siento o vivo acá.
Hoy quiero que conozcan un poco de la historia de mi domingo. A eso de las 07:00 am, hora en la que hacen el conteo diario y, normalmente, nos dan un té para desayunar, hubo una batalla campal entre Etiopíanos, Eritreanos, Nigerianos y la misma policía (obviamente por razones ajenas a mí, ya que recién me levantaba). No es la primera vez que pasa ni va a ser la última, hoy me tocó ser espectador.
La policía después de no poder controlar la situación se vio obligada a llamar un ejército de amigos azules y con todos, LITERALMENTE con AK-47 (así como en las películas), no tuvieron ningún problema en venir a, sin entrar en detalles, hacer abuso de poder, como le decimos allá. Hasta ahí, un día normal, digamos.
Un rato después, llegaron más todavía a sacarnos a todos de nuestros sectores y ponernos de cuclillas, ni sentados ni arrodillados, por unas horas bastantes largas en nuestro pequeño ‘patio” mientras nos apuntaban, gritaban e intimidaban diciéndonos que nos iban a matar a todos y lo iban a justificar con que intentamos escaparnos, dándonos a entender que podían hacer lo que quieran con nosotros, lo que es verdad porque lo he visto. Luego, entraron a nuestros “pabellones” no solo a requisar, sino a romper y llevarse todo, o mejor dicho lo poco que tenemos acá.
Desde unas simples zapatillas, con lo difícil y caro que cuesta tener unas acá, que yo usaba mucho para entrenar, hasta la poca comida o alimentos esenciales como leche en polvo, azúcar, ropa, etc. En mi caso es que me quitaron el tratamiento, el suero, los antibióticos y medicamentos que me había traído la Embajada, a la cual quiero agradecerles por acá también porque gracias a ellos estoy vivo básicamente. Me estaban dejando morir y encima se me reían en la cara.
Imagínense que hasta el día de hoy no nos entregan mis análisis, tampoco nos dan información del tratamiento, el cual consiste en que me pinchen 3 veces por día y NO SABEMOS QUÉ ES LO QUE ME PONEN. Pero bueno, lo cuento como para que entiendan como se manejan las autoridades en este país tan distinto a todo lo que vi en mi vida o en películas y series. Al menos, así son con nosotros los extranjeros. Acá hay gente de Brasil, Bolivia, Colombia, Venezuela, Guatemala, España, Portugal, Francia, Suecia, Rusia, China, India, Latvia, Afganistán, Uzbekistán y ni hablar del continente Africano.
También nos sacaron el arroz que era nuestra comida de todos los días, el agua potable, con lo necesaria que es, y hasta el agua corriente, que usamos para bañarnos, lavar Ia ropa, tirar en los baños. Van a suspender las visitas, lo cual no nos afecta a los que somos de lejos, pero sí nos afecta que rechacen a nuestras embajadas, ya que son los únicos que pueden venir a asistirnos y traernos cosas que sería imposible tener por nuestros medios acá, como una salsa de tomate, alguna fruta, algún medicamento, ropa abrigada, algo para taparnos, etc. Acá hay una oficina donde pueden dejarnos dinero local y mediante una carta solo pueden darnos 500Birr (así se llama, Birr) cada 15 días y eso sale acá un paquete de azúcar. Nos quitaron hasta el acceso a eso.
Y por si no alcanzaba con eso, nos dijeron que si alguien venía a reclamarnos vivo o muertos, tenían más armas y más gente. No conocen de diplomacia, ni respeto, mucho menos derechos humanos. Ellos piensan que son intocables y hasta cierto punto quizás tengan algo de razón. Este país es tan así, que aun teniendo todas las pruebas para demostrar que soy inocente, parece que estamos cerca de tener un veredicto. Dependo del humor de los jueces ese día, o como le digo yo, un milagro. Y NADIE PUEDE HACER NADA PARA CAMBIAR ESO.
Escribo esto y les juro que no puedo creer lo que tengo que contarles, lo que veo cuando levanto la mirada, ni nada de lo que vivo hace 6 meses. A pesar de todo me encuentro bastante entero y cuerdo, pero también enfermo, débil, desesperado... No veo la hora de, si todo esto tienen algún propósito, poder no solo entenderlo, también disfrutarlo, pero por sobre todo volver a casa, como sea.
Disfrútense, cuídense, y ustedes que tienen a mi familia más cerca que yo, denle todos los besos y abrazos que yo no puedo. Un día menos”.
La trampa de la oferta laboral soñada
Al igual que el resto de las personas que fueron captadas por “Verónica” y “Javier”, Portillo respondió a un anuncio laboral de una empresa denominada “Global Finanzas”. En una entrevista, le explicaron que el trabajo consistía en realizar tareas en el extranjero, puntualmente, “llevar documentación importante y bonos para que sean firmados en diferentes bancos de distintos países”.
Fue capacitado en las oficinas ubicadas en avenida Del Libertador 2442, de Olivos, y avenida Del Libertador 101, de Vicente López. Le prometieron un pago de 300 mil pesos y todos los gastos incluidos. La empresa se encargó de gestionar el pasaporte y visas. Agobiado por una deuda, Portillo aceptó.
El 4 de abril partió desde el Aeropuerto Internacional de Ezeiza, a bordo del vuelo de la empresa Ethiopian Airlines. Llevaba solo una mochila y un bolso. Nunca dejó de comunicarse con su mamá. En una de las charlas, le comentó que se había contactado con un hombre que le entregó una valija que contenía documentación y un GPS para poder “seguirlo y cuidarlo” y con esos elementos abordó otro vuelo hacia la India.
Luego regresó a Etiopía y le dieron otra valija, que percibió “más pesada” que la anterior, y lo enviaron a Malasia. Al llegar al aeropuerto de ese país fue detenido por tráfico de estupefacientes. Desesperado, aseguró que desconocía el contenido de su equipaje. No le creyeron.
En mayo, su contrato con sus datos y con su firma fue encontrado en el allanamiento a la propiedad en el que vivían Grace Geraldine Gessy Samaniego (alias ”Verónica), y su marido J.P. (alias ”Javier”).