En febrero de este año, el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Dolores condenó a los rugbiers Máximo Thomsen, Enzo Comelli, Matías Benicelli, Ayrton Viollaz, Blas Cinalli, Luciano, Lucas y Ciro Pertossi como culpables del asesinato de Fernando Báez Sosa, cometido el 18 de enero de 2020 frente a la discoteca Le Brique en Villa Gesell.
Máximo Thomsen, Ciro Pertossi, Enzo Comelli, Matías Benicelli y Luciano Pertossi recibieron la pena de prisión perpetua por el delito de homicidio doblemente agravado por su comisión por alevosía y por el concurso premeditado de dos o más personas en concurso ideal con lesiones leves. Ayrton Viollaz, Blas Cinalli y Lucas Pertossi recibieron penas de 15 años de cárcel como partícipes secundarios del mismo delito. Juan Pedro Guarino y T.C, el llamado “rugbier número 11″, menor de edad al momento del hecho, enfrentarán expedientes por falso testimonio tal como pidieron los fiscales acusadores, Juan Manuel D’Avila y Gustavo García, luego de oír sus relatos en el juicio.
Así, los acusados regresaron a la cárcel. El expediente fue remitido a la Cámara de Casación de Dolores para que continúe su trámite. Esta semana, se conoció una nueva pieza de evidencia, que se incorpora a la causa más de tres años después: los resultados de los primeros estudios a Fernando en el hospital municipal Arturo Illia de Villa Gesell, donde fue ingresado al shock room tras llegar una ambulancia luego de la golpiza que sufrió frente a la disco Le Brique.
Los documentos fueron sumados a la causa tras un pedido del abogado defensor de los ocho condenados, Hugo Tomei, aseguran fuentes del expediente. Incluyen un estudio de sangre, un electrocardiograma. También, una serie de tomografías computarizadas de cráneo, cuello, tórax, abdomen y pelvis.
Tal como se desarrolló en el juicio, el cráneo fue la clave para revelar el daño que lo llevó a la muerte.
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El análisis reveló que dentro de su cabeza, se halló una “imagen espontáneamente hiperdensa rellenando los surcos corticales, valles silvianos, cisternas peritroncales, ventrículos laterales y centrales extendiéndose a conducto ependimario y espacio epidural”.
Así, el especialista que firmó el estudio concluyó que existía una “hemorragia subaracnoidea bilateral que ocupa todas las cavidades ependimarias, sin evidencias de lesiones óseas de origen traumático”. En el tórax había “signos claros de aspiración de fluidos y signos de ahogamiento con ocupación de la tráquea, bronquios principales, lobares y segmentarios, así como de las estructuras alveolares parahiliares”.
También se detectó “abundante contenido entérico o de ingesta líquida en cavidad gástrica y abundante contenido gaseoso en intestino delgado y marco colónico”.
No se detectaron lesiones en los huesos de la columna cervical, tampoco derrames en sus pleuras.
El documento se relaciona con el testimonio de la emergentólóga Carolina Giribaldi Larrosa, personal del hospital Illia, que declaró en el juicio contra los acusados: fue la médica que llegó a bordo de la ambulancia a las 5:09 AM.
Al llegar a la escena, frente a la disco Le Brique, aseguró que Báez Sosa “no tenía movimiento respiratorio y no tenía pulso”. En el viaje al hospital, contó, se le continuó practicando RCP y con oxígeno porque “no presentaba signos vitales”.
“Lamentablemente no hubo ninguna respuesta. Cuando llegué al hospital hice el pase del paciente a otra doctora, Silvia Romero, que lo estaba esperando en el shock room”, siguió ante el tribunal.
El fiscal Juan Dávila le preguntó por la lesión en el cráneo de Fernando, descripta luego en la autopsia. La testigo dijo que Fernando, básicamente, no tenía chances, que cuando hay una hemorragia cerebral masiva no hay posibilidad de sobrevivir. “El tronco encefálico es fundamental. El paro cardíaco es irreversible: se puede estimular el corazón manualmente, pero no tiene estímulo propio”, concluyó.
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