Los pistoleros de Los Marola, como el resto de la Argentina, se vistieron de celeste y blanco para celebrar los goles de la Selección en Qatar.
Acusados de delitos, como narcotráfico y extorsiones armadas en la Villa 1-11-14, de apretar a vecinos a punta de pistola para usurpar sus casas y convertirlas en kioskos de cocaína, se reunieron frente al televisor en una casa en el asentamiento del Bajo Flores y se filmaron entre ellos, felices, para luego postearlo en Instagram.
Cuando llegaba el triunfo, salían a la calle a celebrar. Entonces, tomaban sus pistolas y disparaban, una bala tras otra. La calle era de la gente, el triunfo de Argentina debía ser una fiesta popular, pero esa calle que Los Marola habían conquistado estaba desierta. Era para ellos, para sus tiros y sus alaridos.
Poco después, celebraron el Año Nuevo con fuegos reales, municiones de calibres 9 milímetros y .357 en vez de petardos y cañitas voladoras. Asaron pollos a la parrilla en un chulengo en su vereda. “Acá estamos todos enfierrados, manga de transas”, dijo uno de sus sicarios, un mensaje para algún rival, con una vieja ametralladora FMK3 de fabricación argentina en mano, mientras la grasa de los patamuslo se derretía.
Los posteos en sus redes se volvieron cada vez más obscenos: selfies con más pistolas, recuerdos a amigos muertos -también con pistolas-. Mostraban su mercancía. “Un resfríoooo jajaja”, dijo uno en una story, con bolsas de cocaína. Había también tusi en el menú. “Comprando chiches”, postearon luego, desde una armería en la calle Independencia. Siempre armas, siempre al cinto.
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El 7 de febrero de este año, Nayla Torrillo, de apenas cuatro años, fue acribillada en el fuego cruzado de un enfrentamiento de bandas en la 1-11-14. Según los vecinos de la zona, las bandas enfrentadas eran Los Marola y Los Cabrales, otro clan de pistoleros de la zona.
Este martes, Los Marola finalmente cayeron. Un comando de 500 gendarmes entró a la 1-11-14 bajo las ordenes de la PROCUNAR, la fiscal Silvana Russi y la UFEIDE del MPF porteño, en un expediente bajo la firma del juez Mariano Iturralde. Hubo 24 detenidos.
Así, se llevaron a Sandro González, “El Intendente”, un ex empleado de limpíeza de 46 años, acusado de ser el jefe del clan, a su mujer Laura Benítez y a sus hijos Jonathan, Agustín, Belén y Yésica, acusados de regentear soldaditos y recaudación, de amenazar a vecinos para quedarse con sus casas y balearlos también.
La armería de la calle Independencia donde compraban sus “chiches” fue allanada también. En los operativos en el Bajo Flores incautaron cuatro pistolas, 359 balas, 62 celulares, handies, 3.200 dólares y el televisor 55 pulgadas del capo.
El barrio fue la clave para desbaratarlos, los propios vecinos. No solo declararon en su contra, con coordenadas precisas sino que también los expusieron en redes sociales una y otra vez. El crimen de Nayla fue el punto de quiebre. El barrio, que había soportado su matonería y sus agresiones, ya se había cansado.
Entre los escraches, se viralizó la cara de un chico de la zona, un presunto soldadito y pistolero de Los Marola, Axel P. Su historia, según un informe de inteligencia de Gendarmería, se entrelaza directamente con el asesinato de Torrillo.
Axel, según fuentes oficiales, fue arrestado por Gendarmería el 1° de abril de este año. Lo buscaban desde 2022, por haber participado supuestamente en el crimen de uno de Los Cabrales, la facción enemiga de Los Marolas, enfrentados por la venta de drogas en el territorio. A Axel, por otra parte, lo buscaba el Juzgado de Menores N°6 por un robo a mano armada que supuestamente cometió antes de cumplir la mayoría de edad. La víctima fue una mujer, que resultó seriamente herida.
Según fuentes del caso, la balacera del 7 de febrero que terminó con la muerte de Nayla se habría tratado de una venganza: Los Cabrales, supuestamente, fueron contra Axel para cobrarse la sangre derramada.
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