La campanas doblan por la violencia narco en la parroquia San Jorge del barrio Las Antenas de Lomas del Mirador, zona de La Matanza. Se convirtieron en una alarma vecinal. Cuando algo pasa en Las Antenas, las campanas suenan. La parroquia, donde 240 personas comen por día en el comedor, se convirtió en un refugio; los chicos del barrio montaban vigilias allí, que duraban hasta la madrugada. Pasaron días sin dormir, mientras los vecinos los animaban con mate y café.
La patrulla barrial también sale a la calle. 20 jóvenes encapuchados y con barbijos recorren el barrio, armados, dispuestos a defender el lugar donde viven. Las mujeres del barrio, las madres, se armaron también con pistolas al cinto: buscan proteger a los chicos de la policía, para que no se los lleven. Hicieron una colecta, dicen, no para la olla del comedor, sino para comprar balas.
Increíblemente, toda esta atmósfera de zona de guerra existe a mil metros de Mataderos y la General Paz, a media hora en auto del Obelisco. Durante las últimas semanas, Las Antenas, un asentamiento de diez hectáreas conformado por cuatro manzanas, rodeado de barrios residenciales de clase media, se convirtió en el nuevo infierno narco de la Argentina, marcado por tiroteos.
El motivo, coinciden vecinos y autoridades, es una toma de poder, con una banda integrada por traficantes y pesados de la barra de Nueva Chicago que busca copar el barrio para vender cocaína y pasta base. Equipos de periodistas de medios como C5N y La Nación+, que se acercaron a reportar la situación en el lugar, fueron asaltados y amenazados de muerte por hampones.
El lunes 1° a la medianoche, más de cien municiones fueron disparadas en el barrio, en una balacera protagonizada por siete chicos: fueron los narcos que intentan invadir el territorio contra la guardia de la zona. “Teníamos una .45, una .22, un .38″, afirma un chico que asegura haber participado del enfrentamiento. “Ellos tenían una ametralladora, chalecos. Si me matan, me matan, ya fue. Estoy re jugado. Acá no van a vender paco”, concluye.
Luego, otros vecinos protestaron por seguridad. Formaron barricadas de basura en los cruces de las calles y las incendiaron.
Durante el día y la noche, patrullas de Gendarmería y Policía Bonaerense recorren el lugar. “Antes no se veían”, se ríe, irónico, un vecino. Poco después, pasan cuatro patrulleros de la fuerza provincial. “Ahora se vienen a hacer los héroes”, se ríe un chico de la patrulla vecina en diálogo con Infobae, a cara tapada. Los chicos de la guardia le apuntan a los autos desconocidos que pasan, una literal guardia urbana armada y villera. Saben que los drones de la Bonaerense vuelan sobre el barrio. Se cubre la cara para protegerse. Las mujeres armadas, en cambio, defienden a estos chicos de la Policía, para que no se los lleven detenidos. Temen que esos efectivos que tienen que defenderlos estén bajo las órdenes de los narcos a los que se enfrentan.
“Siempre fue un barrio complicado, picante. Varias veces allanamos por robos. También homicidios, siempre había algo ahí”, recuerda un veterano investigador de la zona. “Es una villa donde se cruzan varios factores. Se cruza mucha con Mataderos y Ciudad Oculta, se usaba como aguantadero en robos. Los de Las Antenas se cruzaban a Oculta y viceversa. Hay mucha gente de la barra de Nueva Chicago metida en la villa. Se intentó controlar un poco y se construyeron viviendas dignas sobre Avenida San Martín pero no sirvió”, analiza otra fuente judicial clave en el territorio: Pero lo que está pasando ahora no se entiende”, dice este funcionario: “No se sabe por qué Las Antenas se descontroló”.
Tal vez, este nuevo caos narco pueda explicarse con la llegada al poder del hombre señalado como el capo de la zona, Nicolás Nahuel Guimil, de 29 años, alias “Chaki Chan”.
Dentro de Las Antenas, alguien asegura: “Chaki no tiene un narco enemigo. El barrio es el enemigo. Viene por todo. Viene a copar el barrio para vender droga”. El 20 de abril, un comando armado de 15 personas que respondería a sus órdenes descendió de dos camionetas 4x4 para empezar la toma de poder. Al domingo siguiente, esos guerreros de la cocaína y la pasta base ya eran 30. Luego, el capo estableció su propio bunker en un asentamiento cercano.
Pocos días después, Guimil gritó: “Yo soy Nico Chaki Chan. La villa ahora me pertenece”.
Su meta, afirman, era expulsar a los traficantes menores, a los transitas de la zona, con arreglos de plata o con una pistola en la sien. Su modelo de negocios no es nuevo, “Marcos” Estrada González, César Morán de la Cruz, los traficantes peruanos que se convirtieron en capos de la Villa 1-11-14 y la 31 bis, optaron por la misma estrategia: la toma de control por fuerza armada con amenazas a tiros y la corrupción de los tejidos sociales del barrio para adueñarse de una villa y vender droga. Así, superaron al poder del Estado: esmerilarlos le tomó más de una década a la Justicia federal. Pero “Chaki” es distinto a ellos. Su método es mucho más obsceno y gritón que el de sus predecesores.
Por otra parte, a “Marcos” y a Morán de la Cruz nunca los combatieron a tiros.
“Chaki Chan”, el capo de la zona
El apodo del jefe se conoce hace por lo menos seis años en el mundo del hampa, donde se convirtió en una figura elusiva. Hay quienes dicen haberlo visto en la cancha de Ciudad Oculta con una granada en la mano. Su identidad fue confirmada a este medio por fuentes oficiales. Guimil, efectivamente, “Chaki Chan”. Hay un rastro de papeles que lo sigue. pero a pesar de las investigaciones, Guimil evita las condenas duras hasta hoy. Al menos en las cárceles bonaerenses, no pasó ni siquiera un mes preso.
De acuerdo a registros oficiales, en 2014 estuvo cinco días detenido en el penal de Magdalena, por una causa por homicidio simple radicada en un juzgado de Lomas de Zamora. Luego, en febrero de 2019 estuvo tres semanas preso en la Unidad N° 6 Dolores por una causa por venta de drogas, robo agravado y amenazas. Allí, se le sumó una causa por torturas con fecha de inicio de abril de 2017. En 2016, estuvo involucrado con una banda de transas de Villa Celina, un caso que llegó a la Justicia federal. Un año después, cayó en una causa por drogas: le encontraron una Glock .45 con carnet de legítimo usuario.
En Las Antenas, sus soldados comenzaron a amenazar a los vecinos, a apuntarles en la cabeza para controlarlos, con ametralladoras a la vista. Las primeras reacciones fueron de pánico, temor, luego de indignación. Comenzaron los robos menores, arrebatos. Finalmente, los guerreros de la droga de Guimil manosearon a una chica. Una madre del barrio respondió con ladrillazos.
El propio “Chaki” se tomó de manera personal el repudio que enfrentó en el barrio. Amenazó días atrás a una familia de la zona que solía recibirlo. En los papeles, “Chaki” es mucho más curioso todavía. Figura como socio en dos empresas de acuerdo al Boletín Oficial, una dedicada a la limpieza de edificios con domicilio fiscal en una cuadra de casas bajas en Monte Grande, que tiene incluso contratada una ART. Guimil figura, precisamente, como empleado de esta empresa. La idea de por sí es bizarra. Ningún capo traficante de la historia argentina reciente dejó su nombre en una composición societaria.
Ahora, el miedo en Las Antenas es doble. La guardia de vecinos no solo están a la espera de los narcos: desconfían de la Policía. Confrontan con ellos, de acuerdo a relatos en la zona, sospechan que los efectivos que se acercan pueden ser hombres de Guimil, pero disfrazados de vigilantes.
Mientras tanto, efectivos de Gendarmería Nacional pasan por los pasillos, cachean a quienes caminan por allí. Una ambulancia de UTIM llega al lugar. La guardia la mira con desconfianza.
En las paredes, en las puertas de chapa, los agujeros de bala son fáciles de encontrar.
fotos: Lihuel Althabe
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