El 13 de octubre pasado, tras una alerta de la firma de correos, la Aduana detectó poco más de un kilo y medio de cocaína impregnada en rollos de nylon, una manera ingeniosa de mover droga por contrabando. El destino de esos rollos era Australia, con un remitente rosarino. A mediados de julio del año pasado, personal del depósito de la firma UPS en Constitución alertó a la Aduana por una llamativa coincidencia. Una joven argentina realizó dos envíos, uno a India, el siguiente a Australia, a lo que parece ser una sencilla casa de familia en Sunshine West, un suburbio de la ciudad de Victoria. Llegó al depósito personal de Aduana con canes detectores de droga. Fueron a la carga que viajaba a Australia, que constaba de una serie de baratijas, 86 pares de aros con gemas de plástico. El perro mostró mucho entusiasmo. Entonces, comenzaron a escarbar los aros con pinzas. Había cocaína, otros 1655 gramos.
La remitente era un misterio, una posible prestanombre, con un nombre común que se repite decenas de veces en registros y una dirección que corresponde a un dúplex en un barrio residencial de Munro. El número de celular que había entregado era tal vez falso o descartable, no figuraba en ninguna aplicación de mensajería.
Así, con una plegaria, con la esperanza de que sus aros eludan cualquier control, la chica fantasma de Munro y el verdadero dueño de la coca enviaban un kilo y casi tres cuartos más de droga al otro lado del mundo. Los rollos de nylon y los aritos de Munro no fueron los únicos. En todo 2022, según números oficiales, la Aduana argentina incautó otros 15 envíos, al menos 22,4 kilos, disimulados en envíos tipo courier o postales en formas muy creativas: tapas y contratapas de libros, en mangos plásticos de utensilios y doble fondos de marcos de cuadros, impregnada en ropa o hasta dentro de un calefón.
Todavía se desconoce si hay grandes capos detrás de estas maniobras, que parecen más de cuentapropistas. En todo caso, no sorprende que los traficantes argentinos quieran entrar en el juego. Un kilo puede costar cerca de dos mil dólares a precio mayorista en diversos puntos de Bolivia y puede pasar los diez mil en moneda norteamericana en el Conurbano. En Sidney, Melbourne o Canberra, ese kilo se convierte en el más caro del mundo. Vale más de 270 mil dólares estadounidenses, o 400 mil dólares australianos, según informes recientes, el valor pico en su historia, luego de una larga serie de redadas a cargo de la AFP, la policía federal del país.
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El gusto por la sustancia está en aumento en el país oceánico, en sintonía con el resto del mundo, donde la cocaína se convierte en una commodity casi gourmet, entre la era de la marihuana legal y las drogas de laboratorio como la metafetamina o el fentanilo que se convierten en la norma callejera para la adicción. El National Drug Survey conducido por el Australian Institute for Health and Welfare descubrió que el número de personas que reconocen haber usado cocaína en los últimos 12 meses de su vida se triplicó desde 2004, según datos de 2019, el último análisis publicado.
Los dealers australianos también son particularmente vivos. La coca light es la norma también. Un estudio de la Australian National University sobre 58 muestras que fue publicado este año reveló que algunas tenían un margen de pureza del 27 por ciento, un valor que podría encontrarse a nivel local en una vereda de Constitución. Algunas muestras directamente ni tenían.
De vuelta a la pista argentina, fuentes en los organismos dedicados a perseguir el narcotráfico aseguran que conocen de cerca el problema, pero que no hay ningún tipo de investigación centralizada. La pista del otro lado del mundo rara vez se investiga: no se conoce el andamiaje del dinero, cómo es el ida y vuelta. Los casos locales reseñados por Infobae muestran una constante: los envíos suelen ser a casas en suburbios de grandes ciudades y casi siempre con un prestanombre como remitente.
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Lin Lifeng, conocida figura del hampa en la comunidad china, acusado de regentear karaokes que violaron la cuarentena obligatoria, fue arrestado junto a otros tres compatriotas en septiembre de 2021 por la Policía de Seguridad Aeroportuaria por el delito contrabando internacional de droga, 1162 gramos de cocaína enviados a Australia. El Tribunal en lo Penal Económico N°3 lo condenó a cuatro años y once meses de cárcel en septiembre del año pasado. Varios de sus envíos, dirigidos a suburbios como Burwood en Melbourne, tenían como remitente a Celso, un joven migrante de la Villa 31 que nunca tuvo un trabajo en blanco.
En febrero de 2020, la cosmetóloga Anastasia Ipatova, oriunda de Moscú, fue arrestada por la Policía Federal, involucrada en una trama de importación de MDMA a gran escala. Sus compañeros de causa también fueron señalados por otros dos envíos de cocaína, precisamente a Australia a nombre de una empresa de transporte ubicada en la calle Suipacha, registrada legalmente en los papeles de la AFIP. Ipatova fue absuelta por el Tribunal en lo Penal Económico N°1 en mayo de 2022. Sus compañeros de causa pactaron penas de hasta casi seis años en un juicio abreviado.
Hay más casos de contrabando. Una mujer porteña usó el nombre de su vecino a mediados de 2021 para mandar medio kilo de cocaína en tejido de crochet a Australia, oculto en un paquete de FedEx. Fue más ambiciosa todavía con su otro envío: diez kilos a Bélgica, en una encomienda de DHL. Otros paquetes siguen sin nombre. “Hi friend, lots of love from Argentina”, dijo un envío dirigido a un hombre en una casita en Chester Hill, New South Wales, detectado en 2020. Había una billetera de cuerina marrón, también rellena de droga.
Se repite siempre la misma historia: muy rara vez se sabe quién está del otro lado, o cómo es la comunicación para gestionar el envío. En todo caso, usualmente son los pobres los que pagan, como Juana M., que vive en la Villa 1-11-14. Fue madre adolescente, tuvo el primero de sus hijos a los 15, lo que la llevó a abandonar el colegio secundario. Busca comida en un comedor comunitario tres veces por semana, cobra planes sociales hace años, como el Plan Progresar, la Asignación Universal por Hijo, también el beneficio para acceder a una garrafa. Desde 2015 que no tiene un trabajo en blanco. A fines de noviembre, Juana fue condenada a tres años de cárcel en suspenso por el Tribunal En Lo Penal Económico N°1 por poner su nombre en tres paquetes de cocaína destinados a Malasia.
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