En la jornada de hoy, en el juicio que se lleva a cabo en el Tribunal N°1 de Dolores contra los ocho rugbiers acusados de matar a Fernando Báez Sosa, Blas Cinalli pidió tomar la palabra. Lo hizo luego de que hablara su compañero Lucas Pertossi. Así, se convirtió en el último de los testigos en declarar tras doce jornadas de proceso, en el día en que se cumple el tercer aniversario del homicidio.
Su discurso -en el que cargó contra Fernando Burlando por sus manifestaciones en diversas entrevistas- fue similar al de sus compañeros. Habló del consumo de alcohol durante esa noche, aunque solo se encontró una botella de vodka en la casa que los imputados alquilaban, e indicó su rol en el hecho, al que minimizó. Aseguró que reaccionó al ver una “pelea” entre el imputado y sus amigos, lo que podría ser interpretado como un intento de introducir la figura del homicidio en riña, con una pena considerablemente menor a la de prisión perpetua, apenas seis años como máximo. Como todos sus compañeros, se negó a delatar o señalar a otros.
Diez días atrás, investigadores que intervinieron en la causa revelaron los contenidos de los teléfonos incautados en el arresto del grupo. Fueron audios y chats de un cinismo notable, ocurridos a minutos del crimen y durante ese 18 de enero de 2020. Los rugbiers conversaron entre ellos, con amigos de Zárate.
De todos los mensajes, los de Cinalli fueron particularmente indignantes.
“Nos sacaron todos los patovicas, lo recagamos a palos mal”, dijo a un interlocutor. “Nos agarraron del cuello, nos sacó la Policía, pero ganamos igual”, agregó.
En este sentido, fue de suma importancia el trabajo del secretario instructor de la causa, Javier Pablo Laborde, que analizó los teléfonos de los acusados.
Sobre el teléfono de Cinalli, Laborde habló en el juicio de un grupo llamado “El club del Azote”, integrado por 13 personas de Zárate, entre las cuales estaba el acusado, quien a las 5.08 de ese 18 de enero de 2020 refirió lo siguiente: “Nos peleamos, ganamos contra unos chetos, los rompimos. Nos vamos al centro a premiar”.
Alguno de los integrantes del chat le contestó: “Representá a Zárate, guacho”. Cinalli se jactó: “Había un rubio que estaba agarrado a mi tobillo”. Esta frase se conecta con el testimonio de Tomás D’Alessandro, un amigo de Fernando que refirió en su testimonio que le agarró los tobillos a uno de los agresores.
Otros datos que figuran en el expediente puede complicarlo más todavía a la hora de una posible condena.
En el proceso, también declararon los peritos encargados de los estudios genéticos del caso, los análisis de ADN, con 42 muestras extraídas entre la víctima y los acusados mediante hisopados, todos con sus tarjetas marcadoras FTA, con material genético de comparación para los forenses.
El perito César Guida fue quien efectivamente estableció ante el Tribunal N°1 de Dolores que el dedo meñique izquierdo de la mano de Fernando Báez Sosa tenía rastros de ADN compatibles con Cinalli.
El expediente marca que la muestra 814.122 del caso, el hisopado al meñique izquierdo de la víctima, “se obtuvo un perfil mezcla en el que se advierte coincidencia con el perfil de la muestra 814.7″, que pertenece a Blas Cinalli. La misma coincidencia forense, por ejemplo, llevó a la condena de Jorge Mangeri, el femicida de Ángeles Rawson.
Este hallazgo, escribió la fiscal Verónica Zamboni, “denota que la víctima al defenderse durante la agresión lastimó a Blas Cinalli, quedando material genético de este en un dedo meñique, lo que contrasta claramente con las lesiones que presentaba Cinalli el día del hecho, lesiones estas constatadas por el reconocimiento”, que fueron constatadas por un médico legista.
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Cinalli habría sido el único que dejó sus rastros sobre el cuerpo. En las pericias de ADN, los resultados no suelen ser totales. El expediente continúa que en los estudios a las manos de Fernando “se determinó que en las muestras 814.120, 814.125 (hisopados dedo medio izquierdo y hisopado dedo medio derecho): se obtuvieron diferentes perfiles mezcla en los que se observó coincidencia parcial con el perfil genético de la víctima; lo que marca la multiplicidad de autores atacantes”.
Máximo Thomsen tenía en su puño derecho tres perfiles genéticos distintos. El único que fue identificado plenamente fue el suyo.
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