Alejandro “Chiqui” Muñoz, el jefe de seguridad de Le Brique al momento del crimen de Fernando Báez Sosa, mide 2.03 metros y pesa 150 kilos. Cuando dijo que durante la madrugada del 18 de enero de 2020 necesitó pedir ayuda para expulsar a Máximo Thomsen del local bailable, el rugbier acusado acaparó ciertas miradas. A varios presentes en la sala del juicio les costó entender cómo alguien con poco más de la mitad del peso del patovica, pudiera suponerle un desafío en fuerza. El testimonio de Muñoz —con más de dos décadas de trayectoria en el negocio de locales nocturnos— complicó al acusado. No fue el único. De los 47 testigos que se presentaron a declarar en la primera semana del debate, al menos una decena lo ubicó la noche del crimen mientras pateaba a Fernando en la cabeza.
De los doce amigos de Fernando que se sentaron frente al Tribunal Oral Criminal N°1, cuatro de ellos se refirieron a Thomsen: Lucas Filardi dijo que le pegó a Báez Sosa en el pecho cuando ya estaba en el piso; Juan Bautista Besuzzo y Lucas Begide hablaron de “patadas en la mandíbula”; Luciano Nahuel Bonamaison fue aún más contundente: “Vi cómo Máximo Thomsen, a quien reconocí en la rueda, le pegó una patada a Fernando con odio, con brutalidad, con intención de matar”, expresó.
En la tercera jornada del juicio, las declaraciones de los tres empleados de seguridad de Le Brique, que intervinieron en la pelea y dieron salida a ambos grupos, tampoco favorecieron al rugbier.
Además de Alejandro “Chiqui” Muñoz, otro que apuntó contra Thomsen fue Cristian Ignacio Gómez. El patovica explicó que el incidente tuvo lugar en el momento en que “se armó un pogo” durante el show en Le Brique esa noche, a cargo del artista de trap Neo Pistea.
Dijo que “terminó calmando y reduciendo a Matías Benicelli con los brazos en la espalda”. También explicó que cuando se disponía a retirarlo por la puerta de la cocina apareció una persona “con cara de enajenado, de loco”, que le puso una mano en el hombro y le ordenó no sacar a Benicelli”. “Esa persona resultó ser Máximo Thomsen”, agregó.
Los dichos de los patovicas coincidieron con los videos que se proyectaron en la sala, donde se exhibió de qué manera y en qué orden expulsaban a los imputados por la puerta secundaria de Le Brique. A diferencia del resto de los acusados, a Thomsen tuvieron que sacarlo entre dos personas y aplicándole una llave inmovilizadora. En el trayecto el joven intentó zafarse: sacudía el cuerpo, se resistía.
A su relato se sumó el de Fabián Maximiliano Ávila. Esa noche Ávila presenció la pelea entre Thomsen y Báez Sosa (”Fernando, que tenía la camisa rota, le pegó una piña en el estómago al que yo sostenía”, dijo en referencia a Máximo) y se dispuso a separarlos. Ávila explica que quiso retirar al rugbier, pero que se tropezó con un escalón y cayeron al piso.
Al final, retiró a Báez Sosa. “Le dije que me acompañara afuera”, sostuvo.
Otro de los testimonios que complicó a Thomsen fue el de Tomás Bidonde, un joven que la noche del crimen estaba en Le Brique, y que se convirtió en testigo presencial del hecho. “Le pegó patadas en la cabeza al chico que después falleció”, dijo y destacó la “agresividad” de los golpes a los que describió como “puntinazos”. “Como cuando pateás una pelota de fútbol con la punta de los dedos”, detalló.
Ante la jueza María Claudia Castro, presidente del TOC N°1 de Dolores, el taxista Marcos Damián Acevedo dijo que presenció la golpiza desde su vehículo. Relató la trama del ataque grupal y sostuvo que Thomsen “remató” con patadas.
Sebastián Ariel Saldaño, otro testigo presencial del hecho, que trabajaba en un kiosco situado a pocos metros del lugar del ataque, declaró algo similar. Dijo que vio a Fernando en el piso recibiendo golpes de puño y patadas que le propinaba Máximo Thomsen y que “el flaquito con rodete” (en referencia a Matías Benicelli) arengaba a su cómplice. Luego, dijo que tras la golpiza se dieron a la fuga.
El testimonio de Andrea Ranno, la empleada del Hotel Inti Huasi, quien avistó la fuga de los acusados, se complementa con lo que contó Saldaño.
De acuerdo con Ranno, Thomsen y el resto de los acusados corrieron de Le Brique en sentido a la zona de “El Bosque”. Ranno hizo una descripción precisa de las zapatillas de Máximo Thomsen: “negras con la suela de goma”. Además, relató que lo vio como “sacado” y “fuera de sí”. “Iba con la cabeza baja y los puños cerrados y haciendo este sonido”, dijo, mientras golpeaba el piso con sus pies. También identificó a Matías Benicelli como quien corría atrás, “el de rodetito”.
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En la última jornada, también se reveló el misterio de la zapatilla de Thomsen que marcó la cara de Báez Sosa y la falsa acusación a Pablo Ventura. Tanto Mariano Orlando Vivas, como Hugo Martín Vázquez, dos oficiales que participaron del allanamiento en el chalet que los imputados alquilaron en Villa Gesell -Martin siendo un oficial de alta jerarquía de Policía Científica- sostuvieron que Máximo Thomsen dijo en voz alta que la zapatilla pertenecía al remero de Zárate.
Este dato no era parte del expediente, no figuraba en la elevación a juicio y la familia Ventura y los fiscales jamás lo supieron. Tras ventilarse esos detalles, la indignación en la sala creció aún más. La semana próxima, la zapatilla será una de las principales pruebas forenses a discutirse en la próxima semana.
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