Hoy miércoles, Pablo Ventura regresa, el remero alto y buena onda que no se metía con nadie, que jugaba videojuegos de noche en su pieza, que terminó ensuciado, preso por cuatro días en una jaula de la Bonaerense y luego sobreseído definitivamente por el crimen horrendo de Fernando Báez Sosa, que nunca cometió. Fue citado a declarar en el juicio a los ocho rugbiers en Dolores, convocado por los fiscales acusadores y la querella de Fernando Burlando, que representa a los padres de la víctima.
Es una paradoja que lo llamen. Al momento del crimen, según imágenes de cámaras de seguridad, comía con sus padres en una parrilla de Zárate, a 500 kilómetros de distancia. O sea, ¿qué puede decir? Los videos de la parrilla donde comía en la noche del crimen lo exoneraron. Sin embargo, dicen fuentes del caso, el abogado defensor Hugo Tomei planea interrogarlo. José María, padre de Pablo, fue citado también.
Los mismos rugbiers, sostienen fuentres del caso, fueron quienes lo marcaron a la Bonaerense. Así, Walter Mércuri, fiscal original del caso, corroboró su identidad y envió una comitiva de la DDI de Zárate para chequear su domicilio y que lo arresten el mismo día del crimen por la noche. Luego, salió. Ventura, en repetidas ocasiones, dijo que no se explicaba por qué lo marcaron, que nunca tuvo un problema con los rugbiers. Otros chicos en Zárate contaban lo contrario. Aseguraron que los rugbiers lo sometían a un bullying sutil, relataron cómo los presuntos asesinos de Báez Sosa se lo encontraban en boliches para insultarlo por detrás mientras pretendían ser sus amigos.
En rigor, Pablo aparece por primera vez en la foja número 38 del expediente.
La foja dice:
“A esta altura y de averiguaciones practicadas se deja constancia que se pudo establecer que habría otro sindicado en la investigación de nombre Pablo Ventura, quien se habría retirado del lugar abordando un vehículo Peugeot 208 de color blanco antes del personal policial, cerca de las 7:30 horas, por lo cual y teniendo en cuenta directivas del agente fiscal se implementa operativos de seguridad en los accesos de entrada de Villa Gesell y en rutas desde este medio hasta la localidad de Zárate”.
Sin embargo, la foja no dice todo. Un testigo clave que fue parte del arresto de los rugbiers en la mañana posterior al crimen asegura a Infobae: “La casa que alquilaban estaba llena de policías. No se inmutaron cuando se leyó de qué los acusaba. No se inmutaron en general. Solo cambiaron su actitud cuando se encontró la zapatilla de Máximo Thomsen, manchada con sangre. Allí, varios de ellos comenzaron a mencionar a Ventura”.
La escena incluye a un policía que agita la zapatilla con sangre y pregunta de quién es.
“De Pablito Ventura”, respondió uno, luego otro.
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Allí, no solo mencionaron el Peugeot 208 del padre de Pablo. Indicaron incluso parte de su patente. “Si no se apuran, se escapa a Uruguay”, dijo uno de ellos. Días después, la familia de Pablo confirmaría que tenían un viaje planeado a Punta del Este. Varios de los rugbiers mencionaron al remero. Sin embargo, dice la fuente, uno en especial pidió hablar, ser el portavoz.
Quien fue ese traidor es quizás el secreto mejor guardado de los rugbiers. Pablo Ventura nunca supo quien fue. El expediente no lo dice. Ninguno de los policías de la Bonaerense que allanaron la casa en Villa Gesell lo reflejó en un acta.
La cobardía más grande en torno al crimen de Fernando Báez Sosa, después de la muerte de Fernando a patadas en el cráneo, sigue sin esclarecerse hasta hoy.
La información que proveyeron los rugbiers, dice esta fuente, fue corroborada por el fiscal Mercuri, que arrestó a Ventura para evacuar dudas. Su propia familia consiguió los videos de la parrilla. Presentaron pericias de parte con su entonces abogado, Jorge Santoro, eran estudios que demostraban que no tenía ninguna lesión en los puños para exonerarlo de la golpiza. Sus amigos se acumulaban para declarar a su favor. Había capturas de pantalla: Pablo se había enterado del crimen a la mañana siguiente. Le aseguraba a un amigo que odiaba, particularmente, a Lucas Pertossi, que filmó el ataque con su iPhone -un video que fue usado ayer martes como prueba en su contra-, señalado por otros chicos en Zárate por ser un violento y un matón.
Cuatro días más tarde, Pablo era liberado por el beneficio de la duda y por falta de pruebas en su contra, abrazado por su papá, con una escena de revancha, una épica del bien. En sí, no es infrecuente lo que ocurrió. Juan Guarino y Alejo Milanesi, dos de los diez rugbiers detenidos originalmente, pasaron semanas detenidos en Dolores. La fiscal Verónica Zamboni, que llevó el caso a juicio, desistió de acusarlos, tal como la querella del caso.
Hoy, Ventura busca una retribución por los cuatro días terminó preso. Hoy, el Juzgado en lo Contencioso Administrativo N°1 de Dolores se prepara para dictar sentencia por una demanda por daños motorizada por el abogado Marcelo Olmos, que representa a Pablo. La demanda es contra el Poder Judicial bonaerense. El fiscal Mercuri, que ordenó el arresto, todavía no fue citado a declarar en ella. La frase “averiguaciones practicadas”, es especialmente fustigada en el texto de la demanda como práctica policial de la peor clase.
Efectivamente, hay personas cerca de Ventura que descreen de la versión de que los rugbiers lo entregaron. La chance de que haya sido un perejil plantado por la Bonaerense les parece plausible. Sin embargo, Pablo mismo sostiene que fueron los presuntos asesinos quienes lo imputaron falsamente. Con el tiempo, los padres de los hermanos Pertossi y de Juan Guarino le dijeron a José María que sus hijos no fueron quienes lo ensuciaron a Pablo. Ofuscado, aseguraron años atrás en el entorno de la familia, José María mandó a uno de ellos “a cagar”.
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