El 18 de enero de 2020, a horas del crimen, Pablo Ventura, un remero de Zárate, fue señalado por varios de los ocho rugbiers acusados de matar a Báez Sosa como presunto autor del hecho.
Tras la acusación, mientras Pablo dormía la siesta, la Policía Bonaerense tocó la puerta de la casa de Ventura en Zárate y se lo llevó esposado ante la mirada atónita de su papá, José María. Desesperado, el hombre corrió detrás del móvil policial en su auto, un Peugeot 208 blanco. Cuatro días más tarde, Pablo era liberado por falta de pruebas, sobreseído definitivamente.
Hoy, casi tres años más tarde, Ventura padre e hijo volvieron a subir al Peugeot para viajar juntos a la ciudad de Dolores. Ambos fueron convocados como testigos para el juicio a los rugbiers que transcurre, desde este lunes, en el Tribunal Oral Criminal N°1 de dicha ciudad. Pablo fue requerido por la fiscalía y por la querella. A su papá, en cambio, lo convocó la defensa de los acusados.
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Pablo dice que quedó “impresionado” al recibir la citación para declarar en el juicio. Sintió que el caso por el que pasó cuatro días encerrado en un calabozo en Villa Gesell volvía a arrastrarlo. “Lo primero que pensé fue: ‘¿Qué voy a declarar si nunca tuve nada que ver?’. Además, es volver a exponerme… Pero confío en que después de esto todo se termine de una vez”, asegura a Infobae a horas de su testimonio.
Tras recuperar la libertad el 21 de enero de 2020, Pablo perdió el anonimato. La gente le pedía selfies en la calle, le preguntaban cómo estaba e incluso se acercaban a saludarlo. “No podía salir de casa. Me sentía observado, no es que me miraban mal, pero me miraban”, recuerda y dice que en algún momento pensó en dejar Zárate e instalarse en Capital Federal. En ese sentido, la pandemia ayudó a aplacar la situación.
Hoy Pablo tiene 24 años, estudia la carrera de Farmacología y cambió el remo por el gimnasio. Ahora, afirma, su vida “volvió a ser normal”, pero no olvida los días posteriores al crimen de Báez Sosa: “Hubo un antes y un después de lo que me pasó”.
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El lunes 2 de enero de este año, el joven de Zárate finalmente vio por televisión a los ocho imputados, oriundos de su misma ciudad, sentados frente al Tribunal. “La verdad que no fue muy lindo. Alguno de ellos me inculpó falsamente. Todavía no puedo creer que al día de hoy nadie sepa quien dio mi nombre”, dice. Y agrega: “Pienso en esos cuatro días que estuve encerrado y ‘me da cosa’. Es una situación horrible que no se la deseo a nadie”.
El año pasado, cuando se cumplió el segundo aniversario de la muerte de Fernando Báez Sosa, Pablo Ventura veraneó en Villa Gesell. Si bien quiso acercarse a la puerta del boliche Le Brique, donde Silvino Báez y Graciela Sosa -los padres de Fernando- encabezaban un acto, no le pareció prudente. Un día después pactó un encuentro con ellos en la playa.
“Tenía ganas de hablar con ellos. Siempre me quedé con las ganas de decirles que sentía mucho lo de Fernando, porque su hijo tenía casi la misma edad que yo y salió divertirse con amigos. Fue un momento muy duro, pero después de eso me sentí mucho mejor”, relata. Luego, se despidió, camino a Dolores.
A menos de dos horas de verles las caras a los acusados, el ahora ex remero de Zárate solo piensa en una cosa: que todo esto se termine de una vez.
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