Ayer por la tarde, mientras la Argentina era feliz, un asesino murió en su cama. Poco después de las 15, el cadáver de Daniel Isaac Chueke fue hallado boca abajo en medio de los festejos más grandes de la historia por su empleada doméstica y cuidadora en el departamento que alquilaba en el barrio de Once, sobre la avenida Pueyrredón, según confirmó Patricia Croitoru, abogada de Chueke. La causa de su fallecimiento deberá ser determinada por la autopsia correspondiente. Cerca del hombre de 62 años hablaron de un estado de tristeza, una posible situación mental límite.
Había dejado la cárcel federal de Senillosa en medio de la estepa neuquina a mediados de septiembre pasado luego de pasar 23 años preso. Senillosa es un lugar duro, una metáfora del olvido, una serie de cubos en medio del viento y la nada. Allí van criminales que cometen delitos aberrantes, como por ejemplo, Ricardo Russo, ex pediatra del hospital Garrahan, condenado a diez años por el acto pedófilo de por filmar a sus propios pacientes, o Lucas Ariel Azcona, uno de los asesinos de mujeres más perversos de la historia argentina. Chueke, abogado de profesión, era un detenido pacífico, sin riñas ni turbulencias, trabajó por el sueldo tumbero del Servicio Penitenciario desde 2007 hasta que salió en libertad condicional, a pesar de que lo habían condenado a prisión perpetua el 27 de marzo de 2003. Su delito era aberrante también: mandó a matar a su propia madre, Paulina Vinikier de Chueke, homicidio agravado por el vínculo. El motivo: la codicia, cobrar su herencia, valuada en 4 millones de dólares.
Volvió en micro de la cárcel, casi un día de ruta en un semicama. La Sala I de la Cámara de Casación en lo Criminal y Correccional integrada por los jueces Mario Divito, Luis Rimondi y Gustavo Bruzzone le había dado la condicional el 14 de septiembre último tras una apelación exitosa de la abogada Croitoru, una de las más avezadas del fuero. El fallo llegó a la cárcel a las 15 horas. Esa misma noche, Daniel Isaac, abogado según sus registros, compró un pasaje y regresó. Así, contó los kilómetros, durmió lo que pudo en la butaca y llegó hasta Once, sin contarle a nadie en ese viaje. Por esa apelación, Chueke murió libre.
El crimen fue cometido el 24 de mayo de 2000, en la oficina familiar de la avenida Córdoba. Según se ventiló en el juicio oral en el Tribunal N°28, recuerda un artículo de La Nación, Chueke se dedicaba a despilfarrar la fortuna familiar. A principios de 2000, su madre vendió una propiedad por la que cobró un millón de dólares. Al abogado le correspondió un tercio de esa suma. Tres meses después se la había gastado toda. Acosó a su madre para que le diera más. Una orden judicial le bloqueó las cuentas y las tarjetas. Esa fue su caída, la jugada provocó que Chueke no pudiera retirar dinero para pagarle al intermediario que le presentó a quien asesinaría a su madre. Ambos hombres fueron condenados junto a él.
Se descubrió, que, insólitamente, Chueke nunca le pagó a los sicarios.
En la cárcel, Chueke hizo excelente letra. El fallo de la Sala I lo retrata como un preso modelo, con calificaciones de diez en conducta y nueve en concepto
Sin embargo, el 17 de abril de 2019, el Juzgado Nacional de Ejecución Penal Nº 4 le negó la libertad condicional y le revocó las salidas transitorias, un beneficio que gozaba desde 2016 por “un pronóstico de reinserción social desfavorable” con “el último informe confeccionado por el Equipo Interdisciplinario, del cual se desprenden indicadores de riesgo”, asevera un documento judicial. Allí, se reseñó su relación con su entonces pareja, que hizo una denuncia a la línea 148, que atiende casos de violencia de género. “Le dije que tiene prohibido usar el teléfono”, declaró Chueke tras el episodio. Chueke apeló esas negativas. La Sala III rechazó la apelación en 2020.
Con el tiempo, sus informes psicológicos se convirtieron en un problema. “Su tratamiento se vislumbraba insuficiente”, dice el fallo. Un informe posterior marcó que “pese al extenso tiempo de alojamiento del interno en ese establecimiento penitenciario, el voto del área médica ha resultado vertido y fundado con terminología generalista (...) en ausencia de cualquier minuciosidad acerca del devenir de Chueke dentro del objetivo específico y sin mencionar si se lo considera concluido en su totalidad”. Recomendaron que siga su tratamiento, sin pronósticos sobre lo que podría pasar en una vida en libertad.
Luego, las cosas cambiaron: un informe penitenciario desde Senillosa avaló totalmente su salida. “Se infieren como recursos protectores el reconocimiento de su delito, su capacidad de reflexión y autocrítica”, afirmaron. Chueke dijo que, al salir, se dedicaría a administrar sus propiedades, ejercer como abogado. Hasta su muerte, figuró como “no habilitado” en el padrón del Colegio de letrados porteño.
Hubo otra sombra en el caso. Su padre, Moisés, arquitecto, había muerto en 1997, supuestamente de una enfermedad. Durante el juicio surgieron testimonios que pusieron en duda su fallecimiento y se ordenó una extracción de testimonios. Sin embargo, la imputación por parricidio jamás prosperó.
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