El 14 de agosto de 2019, Nadia Koller se presentó en la comisaría del pueblo de Lima en el partido de Zárate para denunciar que su amiga Stella Maris Ramírez, que estudiaba para ser maestra jardinera, estaba desaparecida. Dijo que hacía once días que no la veía pasar por la calle o en su casa de la calle 60, donde Stella vivía con su marido, Carlos Entivero, el padre de su hija, oriundo de Corrientes, trabajador de la central nuclear Atucha. También, Nadia aseguró que Carlos era un violento, que la maltrataba, que Stella quería irse para no volver.
Se asumió lo peor de inmediato. La Policía Bonaerense salió a buscar un cadáver con perros entrenados para olfatear cuerpos muertos. Participó también una ONG de Campana, la Policía Científica, la DDI local. Fueron a la casa de Stella. Allí estaba Entivero. Dejó que lo allanen, sin protestar. Su vecino de al lado le complicó las cosas en pleno procedimiento. Ante la Policía, aseguró que Entivero maltrataba a su mujer, que la golpeaba. Los forenses testearon con el lugar con luminol. Había sombras de sangre por doquier, en las paredes de la cocina, en la frazada que encontraron en el asiento trasero de la camioneta Fiat Strada del ahora sospechoso, en la caja de carga de la camioneta, en el lavarropas y en la heladera. Había ropa que perteneció a Stella dentro de una bolsa de consorcio, a simple vista lavada.
El vecino completó la historia. Declaró ante los detectives que el 2 de agosto escuchó gritos y golpes del otro lado del cerco de ladrillo hueco, que se volvían cada vez más fuertes.
La Policía se llevó de la casa de Entivero un teléfono, un revólver, una pistola y dos rifles, con todos los papeles de registro de esas armas. Pero a Stella Maris no la mataron a tiros. Al menos, no es lo que se sospecha.
Los investigadores habían buscado por pastizales, caminos de tierra, caminos rurales y zanjones, la espesura y los matorrales de la zona. Fue en el agua en donde la encontraron.
El 21 de agosto, tres pescadores alertaron que algo flotaba en el rio Paraná, cerca del Club de Caza y Pesca de Lima, a 15 metros de la orilla, atrapado entre los juncos. La Bonaerense descendió en una lancha. Vieron rápidamente que lo que flotaba era el cadáver de Stella Ramírez. Estaba desnudo, con un corte que iba desde el esternón hasta el ombligo. No tenía su cabeza. En su hombro derecho estaba el único tatuaje que Stella tenía, tres estrellas negras. Había plantas en la herida del pecho, en el hueco, la flora acuática del Paraná.
La autopsia determinó que la decapitación era completa, a la altura de la sexta vértebra cervical, causada por cortes irregulares compatibles con un arma blanca. La herida en el pecho medía 27 centímetros, un corte que había causado diversos hematomas. La causa de la muerte estimada no fue el corte, sino un presunto traumatismo en la cabeza, la pieza faltante. El vecino de al lado de Entivero declaró que oyó una cabeza golpear contra la pared en la noche del 2 de agosto, la noche del crimen.
La fecha de muerte estimada, sin embargo, no fue el 2, sino el día 7. Se cree que Stella yació moribunda y agonizó durante por lo menos dos días. La falta de la cabeza volvía aún más grande el interrogante.
Así, Entivero fue detenido por pedido expreso del fiscal Gutiérrez. En junio de este año, Gutiérrez logró que el femicida sea condenado a prisión perpetua por el Tribunal N°1 de Campana, encabezado por el juez Federico Martinengo. La trama de violencia de género quedó plenamente acreditada. Apenas tenía amigas y no asistía a reuniones porque Entivero incluso había forzado a Stella, diez años más joven que él, a dejar sus estudios de maestra jardinera luego de un supuesto amorío que la mujer tuvo. Le quitó la computadora y le prendió fuego los útiles, de acuerdo a un testimonio en la sala. El condenado enfrentó una pericia psicológica, que lo marcó como un sujeto agresivo, con baja tolerancia a la frustración y fallas en el control de sus impulsos.
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No lo condenaron solo. Años atrás, un famoso asesino múltiple popularizó una frase cándida que sobrevivió en el tiempo. “Nadie lava como mi mamá”, le dijo ese asesino al periodista Pablo Plotkin en Página/12. La frase aplica al caso. Amelia Itatí Lezcano, la madre de Entivero, recibió prisión perpetua tal como él. Se cree que Amelia llegó desde San Roque, Corrientes, para ayudar a su hijo a limpiar la escena, como si fuese Mister Wolf, el personaje de Harvey Keitel en Pulp Fiction. Amelia misma dijo que su hijo la había llamado el 2 de agosto a la medianoche, pero dijo que no la necesitaba para trapear sangre, sino para que cuide a su nieta. No se pudo determinar con certeza, al menos según el fallo, si la madre presenció la agonía de Stella y le negó ayuda.
El lavado, al parecer, fue prodigioso. El laboratorio forense a cargo de analizar las manchas reveladas por el luminol no encontró ningún rastro de ADN. Ni siquiera se veían rojas.
La cabeza de Stella sigue sin ser encontrada hasta hoy.
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