Matthew Charles Gibbard tenía 50 años y vivía con su familia en Lowick, un pueblo en Kettering, Northamptonshire, al norte de Londres. Era director de Tingdene, una exitosa firma de casas de retiro y vacaciones. Para festejar la Navidad de 2019, eligió junto a su esposa, Susan (hoy de 55 años), y el hijo de ella, Stefan Joshua Zone (31), visitar la Argentina. Pero lo que debía ser un viaje de placer se convirtió en horror para la familia de turistas ingleses.
Gibbard, su mujer y su hijastro arribaron al Aeropuerto de Ezeiza la mañana del 14 de diciembre de 2019. Cerca de las 10.30 se subieron a una combi que los trasladó hasta las puertas del Hotel Faena, en el barrio porteño de Puerto Madero. Ellos no lo sabían, pero en ese momento ya habían sido marcados por integrantes de una banda criminal que se dedicaba a robarle a personas que “recién llegaban al país desde el exterior”. La selección de víctimas no era al azar, sino que apuntaban a aquellos, en apariencia, de alto poder adquisitivo.
Así, uno de los delincuentes pasó por teléfono la información de la combi a otros cómplices que esperaban afuera del aeropuerto. Fueron dos autos, Chevrolet Corsa Classic y un Renault Clio Mio, y una motocicleta los que luego siguieron a la camioneta que trasladaba a las víctimas hasta Puerto Madero. En uno de los vehículos se movilizaba Ángel Eduardo “Cachete” Lozano Azuaje, señalado en la investigación como el autor material del crimen de Gibbard y el ataque a Stefan. En ese momento, el acusado tenía 21 años.
El salvaje episodio se reconstruyó a partir de los registros de las cámaras de seguridad, las declaraciones de testigos, el entrecruzamiento de llamados telefónicos y el testimonio de Susan. La combi de los turistas estacionó frente al hotel apenas pasadas las 11. La mujer recordó que al llegar allí, el conductor bajó del vehículo y tanto Matthew como su hijo salieron a buscar las valijas. Cuando ella descendió, y se encontraba en la vereda, sintió que alguien desde atrás intentaba sacarle su bolso. Era uno de los ladrones.
A su vez, Lozano Azuaje se dirigió a los dos hombres y, a punta de pistola, les exigió que entregaran sus valijas y relojes. Mientras, en las filmaciones incorporadas al expediente se podían observar a los dos autos que quedaron “como apoyo” a metros de la combi. Gibbard y su hijastro se resistieron al asalto. Ante esta circunstancia, el delincuente abrió fuego. “Vi que mi esposo corrió y que había gente escondiéndose. Pude ver a Matthew y escuché a Stephan diciendo algo sobre su pierna. Luego, vi humo y cómo mi esposo estaba frente a mí, con sangre en su boca”, rememoró Susan el horroroso momento.
Lozano Azuaje apretó el gatillo tres veces, aunque el primero de los disparos no salió del arma por cuestiones técnicas. Gibbard recibió un tiro en su espalda que le causó la muerte mientras que una bala impactó en la pierna izquierda de Zone, lo que le produjo una fractura expuesta lateral del fémur. El joven estuvo siete días en terapia intensiva y tardó seis meses en volver a caminar sin ayuda.
La rápida investigación del caso condujo a trece sospechosos, todos ciudadanos venezolanos salvo uno: además de Lozano Azuaje, se acusó a Luis José Lozano León, Aly José Ramos Ladera y Carlos José Manzo Tortolero, quien en el juicio reconoció que esa no era su verdadera identidad, dijo que su nombre es Carlos José López Sánchez y aportó otro número de identificación y una fecha de nacimiento distinta. Se cree que estos cuatros estuvieron en la zona del ataque frente al hotel.
Pero la fiscalía descubrió que el intento de robo que derivó en el crimen de Gibbard no era un hecho aislado y que la organización era mucho más grande. Así, también apuntó contra Rubén Darío Cañete Lobo, Elvis Javier Escalante Blanco, Christian Rafael Caicedo Lobo, Miguel Ángel Aguirre Cancine, Samuel Francisco Zerpa Menezes, y Carlos Alberto Martínez Moreno. La sospecha es que todos ellos conformaban una asociación ilícita que asaltaba a turistas que arribaban al país desde Ezeiza y les endilgaron siete robos a viajeros que ocurrieron entre el 12 de noviembre de ese año y el 13 de diciembre, siempre con el mismo modus operandi.
Entre los imputados que llegaron a juicio también están Anailuj Yesenia Aguilar Tovar, Daniel José Reinoza Zambrano y Franco Antonio Rodríguez. En principio, para los investigadores formaban parte de la agrupación delictiva. Pero en lo alegatos, la fiscalía pidió la absolución de los tres.
A varios de los imputados los detuvieron en 18 allanamientos llevados a cabo en un hotel de Ciudadela —donde vivía la mayoría—, Exaltación de la Cruz y Tigre. Sin embargo, el resto de los cómplices trataron de darse a la fuga. Ese fue el caso de Lozano Azuaje: lo capturaron mientras viajaba en un micro de larga de distancia en la provincia de Salta. Se presume que su intención era huir del país.
A su vez, a Ramos Ladera —que al momento del crimen tenía 37 años— lo atraparon efectivos de la Gendarmería Nacional cuando intentaba cruzar el paso fronterizo en La Quiaca, con destino a Bolivia. Su identificación fue realizada de inmediato, dado que para huir usó su pasaporte verdadero.
Al declarar, Lozano Azuaje negó ser el de los videos que registraron el crimen y explicó que se había ido del hotel de Ciudadela donde se alojaba por un supuesto rumor sobre la posibilidad de ser deportado debido a que había ingresado al país de forma ilegal. “Su temor no era ser deportado sino ser detenido como responsable de la muerte, que había tomado repercusión pública. Decidió abandonar el país porque su rostro era visible en los medios”, lo contradijo la fiscal María Luz Castany.
Durante el juicio, uno de los imputados, Zerpa Menezes, aceptó hablar frente al Tribunal Oral en lo Criminal Federal N°17 para reconocer su participación en tres robos y pedir disculpas por el crimen de Gibbard. “Estoy arrepentido, pido disculpas, tenía 19 años y me dejé llevar”, planteó el detenido. La fiscalía solicitó prisión perpetua para Lozano Azuaje y penas de entre 3 y 4 años de cárcel para otros nueve acusados, incluido Zerpa Menezes.
A su turno de declarar, la esposa de la víctima leyó una carta a través de la cual se dirigió a los imputados: “Todos tienen la opción de ser buenos o malos en la vida y todos ustedes decidieron ir por la maldad ese día. Nos vieron en el aeropuerto, eligieron seguirnos y cometer este terrible delito. Espero que todos vean que las elecciones en la vida tienen consecuencias: nunca entenderán la pesadilla que hemos vivido”.
En el escrito, además, Susan detalló cómo su familia atravesó el tiempo transcurrido desde el homicidio: “El impacto de la muerte de mi esposo tiene ramificaciones totalmente dramáticas para nuestra vida, para nuestros hijos, familia y amigos. Creí que íbamos a envejecer juntos: sé que la vida es nada para ustedes y que mi marido fue simplemente un objeto pero su vida fue muy importante para muchos de nosotros y pensar en que no lo voy a ver más es tan doloroso”.
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