Era un día de la Madre de 1988 y Rodolfo Clutterbuck, directivo de la firma Alpargatas, había salido a jugar al golf, como todos los fines de semana, antes del almuerzo familiar. Un Ford Falcon se interpuso en su destino: cuatro o cinco hombres, con “ametralladoras cortitas”, lo obligaron a bajarse. Clutterbuck llegó a gritar pidiendo ayuda pero fue en vano. Lo metieron en el auto y se lo llevaron. Reclamos de rescate, miles de pistas falsas y un misterio que sigue sin resolverse: ¿qué pasó? ¿dónde está? ¿por qué nunca apareció?.
La investigación estableció que el empresario fue víctima de la misma banda de policías que secuestró al hoy ex presidente Mauricio Macri: un grupo de comisarios que habían actuado durante la dictadura y que hacían “negocios” en democracia capturando a empresarios por los que pedían plata para liberarlos. Pero el caso de Clutterbuck fue distinto. Es que la familia quiso pagar varias veces pero las pistas se frustraron. Y un día dejaron de llamar.
“Uno no puede dejar de extrañar. Es inevitable. Y sigo teniendo esa misma sensación encontrada: por un lado quiero saber lo que pasó, poder tener un lugar para que descanse en paz... Y por el otro, no quiero saber si sufrió, si lo mataron... En mi mente prefiero pensar que algo salió mal y que papá se les murió en el camino”, dice Alan Clutterbuck a Infobae al cumplirse 34 años de la fecha que fue visto por última vez su padre.
Este es un aniversario especial. A la fecha, se suma que cae domingo y también día de la madre. “Mi madre ya no está. Murió esperando saber”, dice. “Uno aprende a vivir con lo que le toca, a pesar del dolor. Incluso con la incertidumbre de no saber lo qué pasó. Yo lo recuerdo dentro de mi cabeza porque no tengo un lugar a donde llevarle una flor. La verdad es que tenemos un país que tiene muchas historias dolorosas, como esta, sin respuesta”.
La investigación del caso tardó 30 años en tener una primera sentencia. Es que la policía no hizo prácticamente nada durante años. Pero eso la familia no lo sabría hasta mucho después. Casi por azar, cuando después de una década, Alan estaba hablando en una reunión social y el abogado Joaquín Da Rocha, que más tarde se convertiría en Procurador del Tesoro durante el gobierno kirchnerista, le preguntó cómo iba la causa. La respuesta inocente fue que la policía estaba trabajando. A Da Rocha le llamó la atención. Le preguntó si no tenían un abogado en la causa. La sorpresa fue mayor: la familia no se había presentado como querellante. Confiaba.
Al poco tiempo, Alan Clutterbuck llamó a Da Rocha. Se había quedado pensando. Le pidió si podía ser su abogado. Da Rocha se puso a trabajar, cruzó datos de los otros secuestros y una máquina de escribir Olivetti se convirtió en la pista clave: las postas en el secuestro de Clutterbuck habían sido todas escritas con una máquina de esa marca que había sido incautada tras el caso de Macri.
La otra prueba fue una grabación en la cárcel que permitió registrar la voz de Miguel Ángel Ramírez, “Jopo”, y de Carlos Benito, ambos ex suboficiales de la Policía Federal que estaba cumpliendo condena por el caso del hoy ex presidente. La querella logró que la Gendarmería hiciera un cotejo de esa voz con las cintas que habían logrado registrar las llamadas extorsivas. Los peritos entendieron que eran las mismas voces. Misteriorsamente, en algún momento del trámite judicial, las grabaciones originales se perdieron.
Tras el aniversario número 30, el hoy ex juez Rodolfo Canicoba Corral condenó a Ramírez, de entonces 77 años, a 15 años de prisión por el secuestro de Clutterbuck, y la pena se unificó en 25 años por el caso Macri. Benito no llegó a ser condenado por el caso Clutterbuck: murió en la cárcel. En marzo del 2020, la Cámara Federal confirmó esa sentencia y las pruebas del peritaje de voz que la defensa pretendía impugnar. Pero además ratificó que Ramírez era el dueño de un auto Torino, el mismo vehículo que había sido visto en los alrededores de la casa de los Clutterbuck haciendo tareas de vigilancia en los días previos al secuestro.
La defensa oficial de Ramírez, sin embargo, escaló con un planteo hasta la Corte Suprema de Justicia. Allí incluso buscaba que el caso se cerrara sin condena por el paso del tiempo. Hace diez días, los ministros Horacio Rosatti, Juan Carlos Maqueda, Carlos Rosenkrantz y Ricardo Lorenzetti rechazaron el recurso por inadmisible (artículo 280) y dejaron firme la sentencia, revelaron fuentes judiciales a Infobae.
“A esta altura no deja de ser una formalidad porque no nos cambia en nada. Ramírez ya cumplió su condena y nunca dijo qué había pasado con mi padre”, dijo Alan Clutterbuck a este medio. “Uno a veces piensa qué les pasará por dentro a estas personas que tuvieron la responsabilidad... Si en algún momento no les pasara un arrepentimiento sincero y profundo y revelaran qué pasó para poder cerrar este capítulo...”.
Todo ocurrió el 16 de octubre de 1988, entre 9.30 y 10 horas. Clutterbuck se dirigía al campo de golf denominado Golf Club S A, en el partido de San Martín a bordo de su Peugeot 505 gris metalizado. A metros de llegar, un Ford Falcon claro, de contramano, se interpuso frente a él. Se bajaron al menos cuatro hombres armados, obligaron a Clutterbuck a bajar, lo metieron en su auto y se lo llevaron. Unos chicos que estaban jugando a la pelota en la cuadra vieron todo pero se asustaron y escaparon.
Según se desprende de la causa a la que accedió Infobae, el chofer de una ambulancia que trasladaba a un paciente vio sobre la ruta 6, por Cañuelas, un Ford Falcon a gran velocidad. Manejaba un joven, delgado, de pelo rubio. Un rato después, el auto volvió a cruzarlo. Ahí vio al acompañante y a tres personas que iban en el asiento de atrás. El sujeto del medio, robusto, calvo, “dirigió su mirada hacia la ambulancia con un gesto de desesperación, para ser luego empujado por el sujeto de la izquierda para que agache la cabeza”. Al llegar a su casa, se enteró en las noticias el secuestro de Clutterbuck.
A las 17.45, el teléfono de la casa de Clutteruck sonó por primera vez. “¿Señora Clutterbuck? Tenemos a su marido. No llame a la policía. La volveremos a llamar”, escuchó la esposa del empresario. Ahí comenzó la pesadilla de escuchar los pedidos de dinero y las amenazas de qué pasaría si no cumplían con las advertencias. Los mensajes eran depositados en baños de distintos bares y confiterías, dentro de marquillas de cigarrillos y en tubos cilíndricos de PVC. Los emisarios de la familia tenían que ir de un lado a otro, como en una siniestra búsqueda del tesoro, para que apareciera un nuevo mensaje indicando dónde llevar el dinero. La familia pedía pruebas de vida. Nunca hubo certezas. Un día, dejaron de llamar.
La familia intentó reanudar el diálogo. Publicaba avisos en los diarios, con la misma clave que les pedían antes. “Danos el mensaje prometido. GRACIAS ANDREW DE SAVIOURS. MGNCC”, decía la familia en las páginas de Clarín. Pero no hubo caso. Los secuestradores recién llamaron a la casa de un compañero de Clutterbuck de la empresa en enero de 1989. De 500 mil dólares habían pasado a pedir 2 millones. Pero no había pruebas concretas de vida. Enviaron un diario con una firma. “La firma no era de mi padre, era una truchada, ni siquiera se parecía”, cuenta Alan.
Durante años, los amigos de la víctima publicaron periódicamente la oferta de una recompensa para el que aportara datos ciertos. Hubo gente de buena y mala fe. Videntes, lectores de péndulo o solo anónimos que decían saber la verdad. Hubo excavaciones para encontrar huesos, con la ayuda del equipo de Antropología Forense. Clutterbuck nunca apareció.
No era el primer secuestro extorsivo que sufría un empresario. En esos primeros años democráticos, le había tocado a Sergio Meller, Julio Ducdoc, Roberto Apstein y a la entonces adolescente Karina Werthein, hija de un banquero. Pero fue el secuestro de Mauricio Macri, quien años después se convertiría en presidente, el que terminó por dejar al descubierto a la banda de los comisarios. Aquello sucedió en 1991 y Franco Macri pagó unos seis millones de dólares por la liberación de su hijo. Tras la fotos de Macri liberado con las autoridades del gobierno de Carlos Menem, la Policía actuó rápido y detuvo a los señalados como miembros de la banda: José “Turco” Ahmed, el suboficial Carlos Bayarri, Ramírez, el sargento Carlos Benito, el comisario Raúl González, el suboficial del Ejército Héctor Ferrer y el civil Ramón Avalos. A la lista se sumó años después Alfredo “Poroto” Vidal.
El silencio alrededor de lo que pasó con Clutterbuck nunca se quebró. La única manera de haberlo resuelto hubiera sido que alguno de los integrantes de la banda se quebrara. Un preso de Batán, que había trabajado para la policía y estaba resentido porque había sido abandonado cuando cayó detenido, pidió hablar. Quería contar todo lo que sabía del “Chancho”. Así, dijo, le decían a Clutterbuck. Afirmó que escuchó a un subcomisario decir que Clutterbuck estuvo en una casaquinta abandonada de Victoria. También dijo en los primeros días del 89 participó de una caravana hacia Paraguay llevando autos robados. Y que al pasar por la localidad de Cinco Esquinas, cerca de Gualeguaychú, el grupo se dividió. Algunos, en el que estaba Benito, fue a enterrar “al Chancho” que se había muerto por un problema cardíaco. Hubo distintos rastrillajes y diligencias en ese pueblo para saber si podían encontrar allí sus restos, pero los intentos fracasaron. “Fue como querer encontrar una aguja en un pajar. No tuvimos esa suerte”, dijo a Infobae Da Roccha, el abogado de la familia.
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