El 22 de junio de este año, “Marcos” Estrada González, señor de la cocaína de la Villa 1-11-14, el gran narco original del negocio de la cocaína en Buenos Aires, fue deportado finalmente a Perú luego de una última condena a 24 años de prisión, algo que nunca lo esmeriló realmente: fue investigado durante gran parte de su carrera criminal por comandar el negocio desde la cárcel. Así, lo subieron en un vuelo a Lima de la empresa Sky Airlines. Como la cárcel no sirvió, tal vez la distancia lo desgastaría, creyeron los investigadores que lo persiguieron durante años. Pero “Marcos” es solo una pieza en el tablero.
El “sector de los peruanos”, las siete hectáreas del Bajo Flores que conquistó a tiros y controló desde fines de los años 90, en donde todavía retiene el poder, hoy tiene nuevos capos y tenientes, en un negocio que se resiste a morir a pesar de encierros, embargos y allanamientos.
En la mañana del viernes, la Superintendencia de Drogas Peligrosas de la Policía Federal realizó una nueva redada ordenada por la PROCUNAR, el ala de la Procuración que investiga delitos de narcotráfico con el fiscal Diego Iglesias, en una causa conjunta con el fiscal federal Eduardo Taiano y la fiscal porteña Cecilia Amil Martín, bajo la firma del juez Ariel Lijo. Hasta el momento hay once detenidos, con una importante cantidad de droga secuestrada.
La investigación que motivó los procedimientos revela quién es quién en la nueva cadena de mando del viejo territorio de Estrada González, con figuras inquietantes.
El negocio de la zona operó históricamente bajo un sistema de turnos, donde un capo controlaba el lugar por determinada cantidad de tiempo y luego entregaba el mando al próximo. Según inteligencia en la causa, los turnos están de vuelta. Fernando, alias “Pity”, hermano de “Marcos”, histórico cómplice, está acusado de ser parte del esquema, lo mismo “Dumbo” Martínez Maylli, prófugo hace más de un año, una suerte de dominio compartido. “Dumbo”, aseguran investigadores, fue convocado para que aporte su capital humano, para que sus pistoleros vayan a engrosar las filas de la organización y así poder controlar el territorio.
Se habla también de una importación desde Perú de pistoleros y traficantes de confianza, “Los Antiguos”, los llaman, con figuras como John Paul Revilla Estrada, otro nombre conocido en la banda, sobrino de “Marcos”, dos veces expulsado de la Argentina y que habría ingresado ilegalmente al país otra vez. Hay nuevos eufemismos, como las “bombas”, manojos de hasta cien bolsitas de cocaína para menudear. Siguen sus marcas históricas, las cintas negras y rojas para diferenciar la alta y la baja, droga de mayor o menor calidad. Bolsas con las cintas fueron halladas en los nuevos allanamientos en el Bajo Flores.
Hay también un nuevo mapa. Inteligencia de la causa determinó que los turnos rotan de lugar, un esquema de vender cocaína las 24 horas del día. El turno diurno, de 10 a 22 horas, funciona en el estacionamiento de vehículos de la manzana 15. Luego, de 22 a a 3, la acción se centra en las inmediaciones de dos bares en el asentamiento, Bakano y 69.
El MPF porteño también tuvo un año intenso en zonas del territorio como Barrio Ricciardelli, con casi una veintena de procedimientos y detenciones por flagrancia, transas con bolsas en las riñoneras y en los bolsillos. Muchos de los nombres coinciden con las ligas menores de la banda.
Hay, también, una figura misteriosa que fue ubicada cerca de la cima de la cadena de mando en el territorio. Fue vista, por ejemplo, a mediados de julio en el asentamiento. Se desconoce su nombre, pero se sabe su alias. Los narcos lo apodan “Comandante.” Otros subalternos sí fueron identificados con nombre completo. Sus alias son al menos coloridos: “Tiki Tiki”, “Lechuga”, “Kiosquito”, “Sopita”. Todos ellos fueron vistos rodeando a “Comandante”.
Hay otro jugador sospechado de haber ascendido a un rol también protagónico. Es J.L.B, oriundo de Argentina, de 40 años, con domicilio original en Esteban Echeverría, tras pasar la segunda mitad de 2021 preso en un penal federal.
Para identificarlo fue clave una pieza que se repite en la investigación: un imputado colaborador, un arrepentido.
Gendarmería lo detuvo el 19 de octubre de 2019 en la intersección de las calles Oceanía y Pasaje Bolívar, punto clave de venta de la banda. Tenía 17 gramos listos para vender, por los que terminó condenado. También registra una condena por homicidio simple del Tribunal Oral en lo Criminal N° 1 de La Matanza, un asesinato que data de 2003.
Un arrepentido lo marcó. Lo señaló en una foto. Dijo que su alias era “Rana” o “Ranita” y que Revilla Estrada, alias “Burro”, lo puso como encargado del turno noche y que, en la actualidad, sería encargado de seguridad, una suerte de sicario y manager a la vez. Su nombre se encuentra en las anotaciones de los diferentes cuadernos que fueran secuestrados a la organización criminal, así como en vínculos a diversos hechos de violencia.
Su aparición indica una tendencia que es propia de la nueva era de los narcos de la 1-11-14: la banda de Estrada siempre tuvo a peruanos en posiciones de poder, nunca argentinos. “El Rana” es uno de tantos, hay más argentinos que ocupan puestos menores.
Un poco más debajo está Brayan S., alias “Papayita”. Su nombre viene de la histórica causa contra “Marcos”, investigada por el Juzgado Federal N°12, aparecía en viejas anotaciones como menudeador. Otra vez, el arrepentido señaló a un miembro clave de la nueva estructura. Lo marcó en una foto. Dijo que “Papayita “fue una de las personas que ingresó a la villa portando armas de fuego y machetes con el objeto de tomar el dominio de la villa bajo las órdenes de Rául Martín Maylli Rivera, alias ‘Dumbo’”. Posteriormente paso a ser encargado del turno del hermano de “Marcos”.
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