Paolo Menghini: “Los familiares de la Tragedia de Once no teníamos lugar para el odio”

Hay que salir de las discusiones del poder y volver al ideario transversal que proyectamos cuando entendimos que la corrupción mata. Con esa misión, Infobae habló con el papá de Lucas, la última víctima del hecho que nos cambió para siempre

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Paolo Menghini, en el día
Paolo Menghini, en el día en el que se conoció la condena a Julio De Vido

La tragedia de Once marcó un antes y un después en la lucha contra la corrupción en la Argentina. No solo porque se investigó, juzgó y condenó a los principales responsables en apenas cuatro años cuando el promedio para el país es de 15. También fue trascendental como construcción simbólica. La idea de que la corrupción mata, ya presente en Cromagnon, se convirtió luego de Once en un poderoso mantra colectivo para contradecir lo que siempre nos quisieron hacer creer: que somos una sociedad que tolera la corrupción.

Pues no. Hay resignación, temor a las represalias y bastante hipocresía, pero esta sociedad rechaza la corrupción. Y no solo eso. También sabe que la corrupción mata y que, además de castigarla con el Código Penal, algún día va a tener que hacer algo para prevenirla, para llegar antes de las 8.32 de un miércoles 22 de febrero de 2012, antes de que la formación 3772 del tren Sarmiento, identificada con la chapa 16, impacte contra la cabecera del andén 2 de la estación de Once dejando 789 personas heridas y 51 muertas, entre ellas una mujer embarazada.

En ambos aspectos (el avance de la causa y la creación de un ideario social que aún perdura) fue clave el papel de las familias de las víctimas. A ellas les debemos la Justicia, ese escaso bien individual y colectivo, pero también la marca indeleble que dejó su lucha sobre la mirada social de la corrupción. Al obligarnos a aceptar que la corrupción puede matar, los familiares de las víctimas de Once pusieron sobre la mesa que no estamos hablando de una cuestión moral abstracta, de las virtudes de Aristóteles o la Republiquita de Carrió. No. La corrupción tiene un impacto real sobre la vida de las personas. Tiene costos sociales tangibles. Daña. Mata. Viola derechos humanos.

A veces pareciera que nos olvidamos de esto. Nos perdemos en las discusiones que le interesan al poder. El lawfare, el maniqueísmo, los debates ideológicos. Pero la corrupción no tiene ideología. No es de derecha ni de izquierda. No es peronista o antiperonista. Es un delito de oportunidad y esa oportunidad puede generarse y profundizarse en ciclos políticos y económicos de todo tipo. Los mismos empresarios y políticos que extraen rentas ilegales de la apertura y la privatización de un gobierno embolsan fondos públicos con el estatismo de otro.

Paolo Menghini y María Luján
Paolo Menghini y María Luján Rey

Hay que repensar a la corrupción no como abstracción moral ni como agenda ideológica, sino como quiebre de la representación democrática y de los derechos humanos, esos ideales comunes, transversales, profundamente políticos pero apartidarios que nos conciernen en tanto personas.

Los familiares de las víctimas de Once manejan ese lenguaje como pocos. Lo aprendieron a la fuerza, de la manera más brutal. “A base de muerte”, como suele decir Paolo Menghini. Este hombre de 56 años, editor periodístico de noticias en la Televisión Pública desde 1994, es el papá de Lucas Menghini Rey, un músico de 20 años y padre de una pequeña niña que el 24 de febrero de 2012 se convirtió en el último nombre de la lista de víctimas fatales. Su mamá es la actual diputada nacional María Luján Rey.

A Lucas lo encontraron casi 60 horas después del choque en una cabina auxiliar del cuarto vagón, que tendría que haber estado cerrada y adonde se refugiaban los pasajeros del Sarmiento para no viajar hacinados. Desde noviembre de 2018 su familia espera un nuevo juicio contra tres superiores de Bomberos que resultaron absueltos en un primer proceso luego anulado por la Cámara de Casación.

No me acuerdo en qué momento entró la frase ‘la corrupción mata’”, dice Paolo en diálogo con Infobae. Pero sí retiene una frase que lo marcó para siempre. Fue en el acto que hicieron en Plaza Miserere al cumplirse el primer mes de la tragedia. “Mario Massaccesi me encuentra con la cámara en vivo cuando estoy entrando a la estación. Me pregunta y yo le contesto mientras vamos caminando. Al final me pregunta ‘para terminar, ¿puedo decir que Lucas es un hijo que parió un padre?’”.

“Yo le contesto que sí, definitivamente, soy esa otra persona que nació de las cenizas que quedaron del Paolo que tenía un hijo vivo. Y esto se reprodujo en cada uno de nosotros. El que se fue parió un hijo, una hermana nueva, una madre nueva, una abuela nueva. Salió de nosotros una persona que desconocíamos que existía”.

Como en otras tragedias, esas personas nuevas comenzaron a juntarse. En este caso, lograron formar un grupo único que dejó de lado sus enormes diferencias para encolumnarse detrás de un objetivo, un mensaje y unas formas en común. Suena sencillo, pero no lo fue. Se trabajó. Se construyó. Se discutió. Cada día. Cada iniciativa. Cada discurso público. A veces cada palabra.

El primer encuentro fue en el Obelisco. Algunos familiares empezaron a contactarse por Facebook. También se acercaba gente común. “Nosotros todavía estábamos buscando a Lucas”, cuenta su papá. El sábado 25 se hizo la ceremonia de despedida del joven. Al día siguiente se publica un comunicado del Ministerio de Seguridad a cargo de Nilda Garré en el que, dice Paolo, “responsabiliza a Lucas de su muerte por haber subido a la cabina”.

Lucas Menghini Rey
Lucas Menghini Rey

La familia y los amigos del joven consiguen que les presten un teatro en San Telmo y el lunes 27 al mediodía hacen una conferencia de prensa para reclamar Justicia y repudiar el comunicado. “Salió prácticamente en cadena nacional”, recuerda Paolo en conversación con este medio. Al final del acto se le acercó Vanesa Toledo, una persona clave en la fundación del grupo de familiares, hija de Graciela Díaz (fallecida), quien le comentó que los del Obelisco se iban a volver a juntar y que querían que se sumaran.

Así empezó todo. Una de las primeras reuniones se hizo en la puerta de la Catedral de Buenos Aires. Luego se irían repitiendo en sus propios hogares. Paolo evoca especialmente un encuentro muy concurrido en la casa de los Garbuio en Ramos Mejía. Se refiere a Zulma Ojeda y Horacio Garbuio, padres de Carlos, otro de los fallecidos en Once. Horacio tuvo un accidente cerebro vascular el día que fue a reconocer el cuerpo de su hijo, lo que le produjo un daño que lo fue deteriorando hasta que falleció en 2017. “Nos llamábamos ‘la hija de Graciela Díaz, ‘los papás de Lucas’, ‘los hermanos de tal’, ‘la mamá de tal’. No sabíamos ni cómo nos llamábamos. Nos ubicábamos por el nombre del fallecido”.

Lo primero que hicieron fue establecer un horizonte. En palabras de Paolo: “Encontrar con pruebas a los responsables”. Tenían claro que los esperaba un camino larguísimo. “Sabíamos que íbamos a tener que lograr un discurso unificado, muy claro, sólido y absolutamente apartidario. Teníamos que ponernos de acuerdo en lo que íbamos a hacer, pero también en lo que no. Tanto por convicción como por necesidad, sabíamos que no podíamos ir con un lenguaje violento, no podíamos acusar sin pruebas, no podíamos tener banderas políticas o sindicales, no podíamos generar acciones públicas que fuesen contra lo que la sociedad estaba pidiendo en ese momento. Por ejemplo, no podíamos cortar calles o hacer escraches violentos”.

Tragedia de Once
Tragedia de Once

Trabajaron mucho para lograr estos objetivos. “Éramos nuestro propio contralor. Si alguno hubiese flaqueado, todos lo hubiesen parado. Era un contrato de amor, un código de ética no escrito: acá no entran los partidos políticos. Ninguno. Y lo hacíamos público, lo decíamos. Por eso la gente nos creía”, cuenta Paolo. Ya lo había escrito Lucas dos años antes de la evitable tragedia en la letra de su canción “Moscas en rosas”: No nos pueden comprar/No deben corrompernos/informaciones falsas que empañan la visión.

No era fácil. Tenían discusiones internas enormes por una palabra o una frase. “Cuando algunos pedían acciones más osadas estábamos todos para frenarlos. Porque todos pasábamos por todos los estados. Estábamos como el orto, hechos mierda, queríamos colgarlos de un árbol. Pero éramos una familia, nos complementábamos para poder frenar lo que pudiese correrse del horizonte que nos habíamos propuesto”.

Ya eran tiempos de grieta y, apenas cuatro meses antes, el Gobierno había sido elegido con el 54% de los votos. “Enfrentábamos situaciones que nos ponían en riesgo, pero yo había enterrado a un pibe de 20 años. ¿Qué más tremendo me podía pasar?”, se pregunta Paolo. Por eso es que, aun en carne viva, “en el grupo no había lugar para el odio, la violencia ni la acusación a boca de jarro. Cualquier paso en falso nos corría del eje y nos deslegitimaba”.

La imagen más nítida de esta autolimitación es la de una señora que le grita desde abajo del escenario en el acto de los seis meses, en agosto de 2012. “¡De Vido, De Vido, el culpable es De Vido!”, protesta la mujer. Paolo le pide calma, con la mano, con gestos. Pero ella sigue. Entonces él se acerca y le explica que los familiares solo pueden hablar de lo que van demostrando los peritajes.

“Yo creo tanto como vos que De Vido es responsable, pero todavía no puedo acusarlo. No puedo decirlo porque no puedo probarlo”. La señora se enoja (lo voy a volver a decir: la señora se enoja) y le dice “entonces no sos lo que yo creía”. “No sé qué es lo que creías que soy”, contesta Paolo, “pero confiá en que nosotros vamos a encontrar las pruebas”.

Y las pruebas llegaron. A los pocos meses del hecho aparecieron los primeros peritajes técnicos. También fue clave el aporte de los trabajadores de Emprendimientos Ferroviarios (EMFER), la empresa que cobraba millonarios subsidios del Estado para reparar el material rodante de los trenes que ellos mismos explotaban (y que no reparaban). Los empleados recuperaron de un container documentación que estaba siendo quemada en las calderas del taller. A Julio De Vido lo condenaron en octubre de 2018, seis años después de aquél intercambio desde el escenario.

“Había mucha expectativa puesta en nosotros, pero a la vez estaba esa convicción de que en la Argentina nunca pasa nada”, rememora el papá de Lucas. “Nosotros les decíamos ‘esta vez va a pasar’”. ¿Por qué esta vez sí?, le pregunto. “Por nosotros. Por los familiares de las víctimas”.

Pero en otros casos también hubo familiares, querellas con cara, con nombre y apellido. ¿Por qué esta vez sí?, insisto. “Porque se produjo una empatía tremenda”, revela Paolo. “Un tren que llega a la capital, uno de tantos que llega a una terminal por la que transitan miles de personas por día. El chapa 16 tenía todo para que pasara lo que pasó, pero no era el único en esas condiciones. Le podría haber pasado a cualquiera”.

Y sí. Por eso debe preocuparnos la corrupción. Porque los daños, las violaciones de derechos, pueden ocurrirle a cualquiera. Esto también lo dijo Lucas en aquella canción: Hey, sos animal/Aunque te duela, sos igual/Como un perro, una cebra, un chimango, una pantera/Hoy no hay pilares que sostengan, bendiciones o estrategias/Hey, hoy sos animal.

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