Una semana y media después de enterrar a su hijo, asesinado por una bala policial, el dolor había copado con tal desmesura el cuerpo de Soledad Laciar que alguien le sugirió ver a un masajista especial, que trabajaba con energías además de con sus manos. La sesión estuvo bien, nada fuera de lo común, hasta que en el final de la visita, cuando le abría la puerta del consultorio, el especialista le aclaró, antes de despedirla: “No te puedo acomodar bien”. Y enseguida lo inesperado: “Lo que te pido es que cuando salgas de acá te vayas a hacer un test de embarazo”.
Laciar le hizo caso. Pasó por la farmacia. El hombre tuvo la verdad entre sus manos. Lo que no acomodó, lo supo. Soledad, en carne viva bajo la sombra ardiente del duelo por el asesinato de Blas Correas, su niño de 17 años, guardó la novedad unos meses. Se abrazó a su panza e hizo silencio. Hasta que se sintió preparada para acomodar la vida en semejante turbulencia emocional. Recién ahí le contó a su marido, Ramiro, y al resto de su familia. Martina estaba en camino. Blas acababa de partir.
El misterioso equilibrio universal puso a esta madre -por ese entonces, en 2020, de 42 años y otros dos hijos- ante la paradoja del llanto. Por tristeza y por alegría. Y por desconcierto. Por la crudeza de un pasado inmodificable. Y por la angustiosa esperanza del futuro. Nada en qué creer. Algo en qué creer.
El “después” en la vida de Laciar es un abismo. El devenir natural, lo esperable, se detuvo el 6 de agosto hace dos años. Le toca afrontar la anomalía de un hijo asesinado. “Estoy nerviosa”, confiesa en esta charla con Infobae, desde Córdoba, a horas del comienzo del juicio en el que un jurado popular deberá analizar las pruebas que los investigadores juntaron para determinar la responsabilidad de 13 policías de esa provincia en el crimen de Blas.
Y decidirán, al cabo de tres meses de audiencias, si son culpables o inocentes: dos agentes son apuntados directamente por el crimen material. Y otros 11 por mentir y por encubrimiento el homicidio, que incluyó un arma plantada en el auto en el que viajaba Correas junto a sus amigos.
- Estoy muy nerviosa. El juicio te lleva a volver a vivir todo. Es todo tan mierda que lo que hables... Tratás de buscarle el por qué, algo positivo, pero caés en la cuenta. Me da terror llegar a noviembre -la fecha estimada para el veredicto- porque pienso que después me voy a encontrar sola. Y voy a caer. Es el miedo, voy a tener que encontrarme conmigo misma y con que Blas no está. Han sido dos años de lucha.
- Y luego qué.
- Y después qué. Es eso. Después qué. La sensación de encontrarme conmigo. Me he propuesto seguir luchando porque en Córdoba no cambió nada. Ya estará la sentencia, que ojalá sea con condenas ejemplares, pero es hora de asumir ese miedo a no poder hacer las cosas bien.
Pero sabe que Milagros, de 2 años y ocho meses, y Martina, de 1 y cuatro meses, le requieren un ritmo que no la dejará detenerse. Frenar implica la posibilidad de hundirse en la tristeza. Hacer terapia le permitió poder equilibrar las emociones. Atravesar el duelo con el foco puesto en lo que queda entre nosotros los vivos.
“Me ayuda mucho a no pasarme de rosca un montón de veces, a tratar de balancear entre los que están acá al lado mío y Blas. Es difícil”, cuenta.
El crimen de Blas modificó la vida de la familia. A Soledad, especialmente, por su condición de madre, la expuso públicamente a la maldad. Recuerda que cuando trascendió el embarazo de Martina, las redes lanzaron su veneno: “Fue muy triste. Estuve con mucha pérdida. Lo llevamos como pudimos. A los seis meses recién me dijeron que no corría riesgos. Después me decían que era un bebé arco iris, qué se yo. La veo parecida a Blas y me pasa. Es una hermosura. Sana”.
- ¿Tuviste problemas con el embarazo por tu situación emocional?
- Tuve desprendimiento de placenta. La primera gran pérdida que tuve fue sentada en el baño leyendo un posteo que decía: ‘La mamá de Blas no habrá estado tan mal porque se fue a festejar y quedó embarazada’. He leído cosas tremendas. Muy tristes. Después te dicen que no hay que darle bolilla a los trolls. Pero ahí hay personas. Alguien escribió todo eso. Es muy duro. Sufrí mucho los comentarios, duelen y mucho. Aprendí que podés pensar lo que quieras pero tenés que tener cuidado con lo que decís. Del otro lado hay un ser humano. Si no te volvés lo mismo que el otro. Si tengo que sacar algo positivo de toda esta porquería es que mi hijo me hizo mejor persona, de aprender a escuchar, de no juzgar.
- ¿Podés procesar tus sentimientos hacia los policías que mataron a tu hijo?
- A mí me pasa que en esta lucha me siento muy sola. Intenté acercarme a otras víctimas y encontré en muchas mucho odio. Y de verdad yo no tengo odio. No le deseo lo que pasé ni al que mató a mi hijo porque es mucho dolor. Me siento en una lucha sola porque no me entienden. Tampoco los juzgo, cada uno lleva el dolor como puede, como le sale. No sé cómo estaría yo si el caso de mi hijo no tuviera pruebas tan claras, si lo hubieran estigmatizado, como hacen como muchos chicos asesinados por los policías.
Los agentes Javier Catriel Alarcón y Lucas Damián Gómez podrían ir a prisión como coautores del homicidio de Blas y del intento de matar a los otros cuatro amigos que viajaban en un Fiat Argo. Según las investigaciones, se pudo determinar que Alarcón era el policía que empuñaba el arma y a su lado estaba Gómez. Se comprobó que el primero disparó dos tiros y el segundo, cuatro. Cinco balazos dieron contra el auto. Del arma de Gómez salió el proyectil que mató a Blas.
Sergio Alejandro González, Wanda Micaela Esquivel, Yamila Florencia Martínez, Walter Eduardo Soria, Enzo Gustavo Quiroga y Jorge Ariel Galleguillo son considerados por el fiscal que investigó el caso como “autores del delito de encubrimiento por favorecimiento personal”, agravado por tratarse de policías y por la gravedad del hecho. Y, además, Leonardo Alejandro Martínez, Rodrigo Emanuel Toloza, Ezequiel Agustín Vélez, Leandro Alexis Quevedo y Juan Antonio Gatica deberán responder como autores de los delitos de falso testimonio y distintos tipos de encubrimiento, por entorpecer la investigación posterior.
- ¿Creés que el jurado popular determinará la culpabilidad de todos los acusados?
- Sí. Seguro. Quiero que la Justicia sea dura con el encubrimiento. A Blas lo mató un policía que estaba trabajando a pesar de estar culpado por un encubrimiento a un violador. Un policía que encubre no puede estar más en la fuerza. Los que mataron tendrán perpetua porque las pruebas sobran. Por el encubrimiento tiene que ser una pena dura, taparon un crimen. No puede ser que a los 5 años les devuelvan el arma. Pero, más allá de eso, creo que hay más involucrados. Se cortó la cadena en el comisario. Para mí, hay más responsables. En Córdoba tenemos una Justicia funcional al Gobierno. Se avanzó bastante y espero que el juicio se abra a otras dudas. Aunque los 13 sean declarados culpables voy a luchar porque creo que hay más.
- ¿Quiénes?
- El ministro de Seguridad (Alfonso Fernando Mosquera) es cómplice también. Tuve sentado al comisario Gonzalo Cumplido en mi casa y él me dijo de su boca, y yo lo voy a declarar en el juicio, que el Ministro le dijo: ‘Arreglame este quilombo que le dimos a un rubito’. Y arreglar este quilombo fue plantar un arma. No sé si él pidió eso, pero lo que entendió su gente fue plantar un arma. Un arma que no servía, así de torpes. Si es mentira lo que dijo Cumplido en mi casa, no sé, fue muchos años su mano derecha. Qué traición hubo que viene a decirme eso, entonces.
- ¿Considerás que los funcionarios son penalmente responsables del crimen de Blas?
- Creo que el Gobierno sabe perfectamente la Policía que tiene. Si fuera un caso aislado te diría que dudamos. El caso de Blas fue tan alevoso y tan visible que quedó muy al descubierto. Pero no fue el primero ni será el último.
Wanda Esquivel fue la policía que se quebró, mientras estaba detenida, y confesó que plantó un arma en una rotonda, para simular un descarte desde el auto donde viajaba Blas que justificaría un “enfrentamiento”. Además, omitió avisar por radio que Blas estaba muerto y que el disparo había salido, sin justificación alguna, de las armas de sus compañeros. Y reveló que en compañía de su dupla policial, el imputado Alarcón, simuló un rastrillaje y el hallazgo “casual” del revólver. “Una clara maniobra tendiente a confundir a la autoridad y favorecer a los imputados Gómez y Alarcón”, resumió el fiscal Mana en su requerimiento de elevación a juicio.
- ¿Ante movimientos tan turbios de la Policía nunca sentiste miedo?
- No. Ya el mayor daño me lo hicieron. Me tengo que involucrar. Viví muchos años en una burbuja, cuidando mi quinta, y alrededor mío pasaban cosas y no abría los ojos. Y la vida me cacheteó. Yo veía las noticia y decía: ‘Ay pobre’. O me conmovía. Pero no iba a ir a una marcha. ¿De qué sirve conmoverse si no hacés nada? Y la gente me demostró que se puede hacer. Hace dos años que no me dejan sola. Aprendí del compromiso. La única manera de que algo cambie es entre todos. Sin violencia. Entender al otro más allá de tu ombligo. No me consideraba mala persona, pero estaba en la mía. Y si había una marcha la miraba por tele porque era más cómodo.
- Pasó con Carolina Píparo o con María Luján Rey, que la centralidad pública del lugar de víctimas de hechos trágicos las llevó a la política. ¿Te llamaron para ser candidata a algo?
- Me ofrecieron un cargo político. Me pusieron ese ejemplo, el del lugar del dolor para generar cosas buenas y ‘aportar’ mucho. Les agradecí y les dije que en ciertos lugares hay que formarse y yo fui 15 años cajera de un banco, que sería una falta de respeto a la sociedad.
- ¿Sentís que quiso usarte para sumar votos a su espacio?
- Prefiero pensar que se hizo de buena voluntad... Me quedo con que fue de buena leche. No lo sentí como falta de respeto hacia mí, pero sí pensé que si así se elige un candidato… En el momento un poco me enojé y después no, quiero pensar que lo hizo desde la buena intención. Hoy sería senadora nacional.
Y después qué. Es lo que se pregunta íntimamente ahora Soledad Laciar, a sus 44 años, ante la inminencia del juicio y de la probable condena a los autores del asesinato de su hijo. Será la primera testigo en declarar, posiblemente en la segunda o tercera audiencia del juicio, que prevé el veredicto del jurado para el viernes 25 de noviembre.
- Te lo vuelvo a preguntar. ¿Y después?
- Mis hijas me necesitan, mi marido, mis papás... Mi hijo mayor. Sienten que mi sufrimiento es más grande, no creo que sea así. Ahora me ven un poquito bien y están más aliviados. Mi viejo tiene 77 y cargarlo con esto es demasiado. Ya perdieron a su nieto. La psicóloga me ayudó a entender que no estoy muerta.
- ¿Cómo?
- Me sentí muerta. Me pasa a diario. Nunca tuve la idea del suicidio. Pero sí me pasó de levantarme y decirle a Blas que me lleve. No doy más con este dolor. Es inexplicable.
- Uno cree que el dolor de la muerte de un hijo es emocional. Pero vos hablás de un dolor físico.
- Sí. Te oprime el pecho. Y aprendés a convivir. Eso está y va a estar siempre. De eso se trata. De aprender que no es mi hora. Y soy responsable de mis hijas. El dolor lo sentís en el cuerpo. Hago un montón de ejercicios para aprender a cambiar el pensamiento, a transformar esa imagen negativa en buenos momentos que viví un montón en 17 años. Eso me alivia. El dolor está latente y hay que aprender que no va a pasar.
- Lo ideal sería poner el dolor en un lugar que no te detenga.
- Una persona me dijo: ‘Ya pasó el primer año’. Y yo hubiera querido responderle: ‘No tenés idea’. A Blas lo quiero acá, conmigo. Es como si fuera ayer su muerte. Al principio lloraba 200 horas al día y hoy me agarra una vez a la semana. El dolor está ahí, no tengo más a mi hijo, un día se fue y me lo devolvieron en un cajón. Es crudo, pero es lo que viví. No se puede explicar lo que siento.
SEGUIR LEYENDO: