John Darwin C., oriundo de Perú, con 21 años, había pasado por departamentos en Parque Patricios y Boedo, tuvo trabajo por algunos meses en una empresa gastronómica que entró en dificultades para pagar a comienzos de este año. No duró mucho, apenas tres meses en blanco. Con el tiempo, según las acusaciones en su contra, consiguió otro trabajo.
Así, Darwin reapareció en diciembre de 2019 de en el asiento trasero de un patrullero de la Policía de la Ciudad. Un agente de consigna en la esquina de La Rioja y Rondeau en el barrio de Parque Patricios lo vio junto a la persiana de un supermercado chino de la cuadra. Darwin, vestido en un chaleco inflable con una coqueta camisa manga corta de estampa floreada y chupines gastados, fue sorprendido junto a Edgar Ramón D., un joven venezolano de 19 años que le oficiaba de chofer en un Volkswagen Gol. Llevaba una mochila, con un mazo de seis hojas A4 con una docena de ideogramas asiáticos escritos con marcador negro y un teléfono de contacto al que curiosamente le faltaban uno o dos dígitos.
Luego, le descubrieron el pecho a Darwin en la comisaría para identificarlo: un tatuaje de un inquietante demonio que estallaba de un rostro humano le decoraba la piel.
Darwin, por lo visto, era un correo privado. Las hojas en su poder eran el clásico apriete de la mafia china contra los supermercadistas de su comunidad. Cuatro días antes de Nochebuena, el juez Darío Bonnano procesó con prisión preventiva a ambos por extorsión. Le pedían a su víctima 50 mil dólares. Si no, lo matarían en dos días. Todo, evidentemente, era un trabajo por encargo.
La pista no terminó ahí. Darwin tenía un teléfono en su poder. Ese teléfono fue investigado, con una causa a cargo de la división Antifraudes de la PFA. Esta semana, la Federal arrestó al presunto jefe que ordenó la extorsión de Darwin, un ciudadano chino cuyas iniciales son Z.J, apodado “Adrián”, hoy de 27 años, registrado en el rubro de bazares de la AFIP, empleado en blanco hasta febrero de este año de una pescadería de Balvanera que no le pagaba los aportes. Sin embargo, era uno de los encargados del lugar, con mercadería importada de Oriente para clientela netamente asiática. La Policía se sorprendió al ver su cara aniñada cuando se lo llevaron, rasgos de teenager. Adrián, según investigadores, estaría vinculado a dos poderosas tríadas, organizaciones creadas en los últimos años que comenzaron a competir con fuerza en el mapa local.
También, se encontraron audios en ese teléfono, que ilustran esta nota. Allí, Darwin le explica sus jugadas a varios posibles sicarios que reclutó, “giladas de la mafia china”. También hay conversaciones con “Adrián”. Habla, por ejemplo, de filmar un video de los ataques para darle pruebas a su patrón. Había dos posibilidades: “O pegarle tiros o quemarle la persiana”.
El catálogo seguía: “Después está lo de la bomba o la granada de humo”. Lanzar una cuando un supermercado cerraba por el día, con clientes adentro, se pagaba entre “dos mil y tres mil”, a valores de 2019. “Nos mandan a nosotros porque ellos no se quieren ensuciar las manos”, explicaba.
Darwin funcionaba como un bolsero, un reclutador de gatilleros y violentos, un rol que había cumplido años atrás, por ejemplo, Rolando Nicolás Faeda, acusado de ser el proveedor de sicarios de Pi Xiu en su pico de violencia y recaudación. Lo hacía a través de un recurso curioso: anunciaba el golpe del día en su estado de WhatsApp. Así, le escribían. Siempre había uno.
Con el tiempo, Darwin volvió a cierta regularidad en el sistema. Datos de su perfil revelan que registró un negocio en blanco a comienzos de 2021. Los aprietes no son para siempre.
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