La estructura podría ser vista como una verdadera pyme familiar. Una mujer, su esposo y el padre de ella condujeron una organización con varias “empleadas” que trabajaban para ellos y conseguían millonarias ganancias mensuales. Verdaderos emprendedores, pero del delito. Es que la Justicia de Río Negro descubrió que Mariela del Carmen Muñoz, de 32 años, era la líder, junto a parte de su familia, de una banda dedicada a reclutar mujeres, algunas de ellas menores de edad, para que roben con la modalidad de viudas negras.
La estructura de la organización estaba compuesta, además de la mujer, que se sospecha que era la que tomaba las decisiones y que también ejecutaba los robos, por su pareja Cristian David Pérez de 29 años y el padre de ella, identificado como Sócrates Teobaldo Muñoz de 60. Todos estaban dedicados a pensar y diagramar los robos. Casi todas las víctimas eran hombres casados.
Sin embargo, a diferencia del clásico modus operandi de las viudas negras, en esta oportunidad las formas eran distintas. No se trataba solamente de seducir a un hombre para luego drogarlo y robarle. En la banda de Muñoz, los métodos eran menos convencionales, y un tanto más rebuscados. Tanto es así que hasta drogaban a choferes de camiones en movimiento.
La investigación contra la banda de Muñoz comenzó hace varios meses, pero tuvo su desenlace, y hecho más bizarro, hace pocas semanas. Tal como adelantó Infobae a mediados de junio, la mujer, junto a su marido y sus hijos, cayeron en Rosario cuando se encontraban en plena fuga desde Río Negro, buscados por la policía luego de que la mujer viole su prisión domiciliaria. El dato que más llamó la atención en ese momento fue que para escapar, la mujer se arrancó la tobillera electrónica y la dejó dentro de la mamadera de uno de sus hijos. Allí la encontraron los oficiales de la policía rionegrina a cuando revisaron la casa.
A raíz de la detención de Muñoz y de su marido, la Justicia terminó de desentrañar la metodología que usaba la banda para cometer una importante cantidad de robos. En total son 16 hechos que les imputan. Cada uno de esos robos, fueron detallados en el expediente. Algunos tienen ribetes insólitos.
Uno de los ataques más llamativos para la Justicia tuvo lugar el 20 de abril del 2019. Ese día, algunos minutos después de las 6 de la mañana, Mariela Muñoz y una mujer a la que le enseñaba el “oficio”, salieron del casino Del Río, ubicado al costado de la Ruta Nacional 22, en la ciudad rionegrina de Cipoletti. Caminaron hasta una rotonda donde se pusieron a hacer dedo. No estaban buscando ir a ningún lado, era sólo el comienzo de su plan.
Cerca de las 7 de la mañana de aquel día, finalmente las dos mujeres encontraron un alma caritativa que decidió frenar su marcha y ayudarlas. Se trababa de O.C, chofer de un camión con acoplado de importante porte que trasladaba centenares de cajas de frutas y verduras a la ciudad de General Roca. “Suban que las alcanzo”, les dijo. Las mujeres subieron contentas. El conductor iba al volante y las dos chicas se sentaron en los asientos de acompañante. Charlaron durante los primeros kilómetros hasta que una de ellas propuso compartir unos mates. El conductor aceptó. Grave error.
Según la acusación del fiscal Matías Stiep, Muñoz le puso una sustancia que podría ser de la familia de las benzodiazepinas en el mate a la víctima, que ingirió la infusión sin notar nada extraño. “El chofer, al ver que se dormía, alcanzó a detener el camión en el sector del Barrio Puente 83″, dice el escrito de la fiscalía al que accedió este medio.
Con el conductor dormido y todo el camión a su disposición, las viudas negras actuaron. Lo primero que hicieron fue llamar a más personas, se cree que al marido y al padre Mariela Muñoz, que llegaron con varias camionetas para robarse, no sólo las pertenencias de la víctima, sino también la mercadería. La cifra oficial de lo robado habla de 250 kg de fruta y verdura. Un cargamento que, en 2019, estaba valuado en $200.000.
El método de hacer dedo para luego robar en movimiento fue utilizado por Muñoz, y sus aprendices en varias ocasiones más. Pero no era el único truco en su haber.
El 17 de junio del 2020, dos albañiles, padre e hijo, trabajaban en una obra en construcción en el Barrio Alameda, también de la Ciudad de Cipoletti, cuando vieron que dos mujeres se acercaban arriba de una moto negra de baja cilindrada. Una de ellas, Mariela Muñoz, se sacó el casco y le pidió ayuda a los dos hombres. Desplegó nuevamente su paleta de mentiras. En esa oportunidad, les dijo que se había quedado sin nafta y pidió por favor que las dejaran pasar a la obra a ella y a su amiga, porque tenían miedo. Los hombres aceptaron.
Cuando los cuatro estaban adentro de la obra, comenzó a fluir la conversación. Las mujeres, Muñoz y otra de sus cómplices, se mostraron simpáticas y abiertas al dialogo. Charlaron del clima, de la moto, del precio de la nafta y de lo que habían hecho durante el día. En el medio de la improvisada reunión, una de las mujeres propuso compartir algo para tomar. Rápidamente sacó de su bolso una botella en la que, según dijo, había vino.
Los cuatro tomaron, hasta que, en una distracción, nuevamente una de las mujeres colocó un somnífero que padre e hijo consumieron. A los pocos minutos estaban dormidos sobre unas tablas que había en el piso. Con las víctimas fuera de servicio, el terreno quedó despejado para el accionar de las viudas negras y sus cómplices del exterior, que llegaron apenas recibieron la orden. Se llevaron dos garrafas pequeñas, un taladro, una amoladora, un celular, dos camperas, un parlante portátil y dos DNI.
Hay un tercer hecho de la banda de Muñoz que se destaca entre el resto. Este excede el modus operandi clásico de una viuda negra e incluye violencia extrema. El martes 30 de junio del 2020, con la cuarentena transitando sus primeros meses, tres mujeres y dos hombres tocaron el timbre en una casa ubicada en la calle Santa Elena, también de Cipolletti. Allí los atendió un hombre de mediana edad. Los inesperados visitantes dijeron que se les había roto una de las motos en las que viajaban y le pidieron si las mujeres del grupo podían quedarse con él mientras los hombres iban en busca de algún repuesto para solucionar el desperfecto.
El hombre se mostró comprensivo de la situación y permitió que las chicas se resguarden en su vivienda, para evitar que sean robadas. Las dos mujeres eran María del Carmen Muñoz y su cómplice, y también aprendiz, Alicia Godoy. Entre los hombres que habían ido por los supuestos repuestos estaba Teobaldo Sócrates Muñoz, el padre de Mariela.
Una vez adentro de la casa, las mujeres vieron que el hombre cocinaba una sopa. Muñoz se mostró sumamente colaborativa y ayudó en la preparación de la cena de su futura víctima. Fue en una distracción del dueño de casa, cuando una de las viudas negras puso la droga que solían utilizar, adentro de la sopa. Al cabo de unas horas el hombre se quedó dormido y fue robado. Pero sucedió algo fuera de la planeado. Cuando entre todos los integrantes de la banda, hombres y mujeres, se habían robado casi todo lo que podían, el hombre despertó.
A los ladrones solo les restaba sacar una de las motos que les pertenecía y que había quedado adentro de la casa. La víctima intentó impedirlo. Entre Sócrates Muñoz y el otro hombre de la banda, le dieron una verdadera golpiza.
Según se consigna en el expediente, primero le dieron piñas en el estómago y luego lo golpearon en prácticamente todo el cuerpo con un palo. Le causaron traumatismos en las costillas, múltiples hematomas en la cara y cráneo y hemorragias internas.
A finales del 2021, Mariela del Carmen Muñoz y su banda fueron descubiertos y detenidos. La mujer, presunta líder, fue derivada a un penal. Sin embargo, no pasó mucho tiempo ahí. A pesar de la oposición de la fiscalía, el juez que intervenía en la causa le otorgó la prisión domiciliaria con tobillera electrónica. Ese beneficio tampoco perduraría en el tiempo.
La mujer desobedeció varias de las condiciones que le había impuesto la Justicia para mantener la prisión domiciliaria. Además, se cree que tomaba medicamentos que le hacían hinchar las piernas con el objetivo de que le saquen la tobillera. Otra sospecha de los investigadores es que, por las noches, se sacaba artefacto de monitoreo de alguna manera y se la hacía poner a alguna cómplice, con el objetivo de estar liberada para poder salir a robar.
Todas estas situaciones hicieron que la fiscalía pida nuevamente el traslado a un penal. El juez coincidió, y se ordenó a la policía que la busque en su domicilio. Ya era tarde. Cuando los efectivos llegaron, en enero de este año, ya no estaba. Ni ella, ni su marido, ni sus hijos. Lo único que sí estaba, era la pulsera electrónica adentro de la mamadera de uno de los bebés.
Luego de una intensa búsqueda, Muñoz fue detenida en Rosario cuando intentó pasar un control con una moto que tenía pedido de secuestro en Lanús. De ahí fue enviada directamente a Rio Negro y quedó alojada en un penal. Mientras parte de su banda aceptó juicios abreviados, tanto ella como su marido, prefirieron ir a un debate oral tradicional. Eso sucederá en las próximas semanas. La pena que enfrentan puede llegar a los 15 años.
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